El Foco de Maria Zabay

Joaquín Leguina: «Sánchez no gobierna, busca perpetuarse en La Moncloa»

"Sánchez ha dejado de ser un líder político para convertirse en el dueño absoluto del partido"

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En este país, donde alzar la voz fuera del guion oficial parece un ejercicio de funambulismo, Joaquín Leguina camina sin red y, lo que es más importante, sin miedo. El veterano político, hombre de Estado, el que fue primer presidente de la Comunidad de Madrid y socialista de cepa, ha entregado a esta entrevista una descarga eléctrica de reflexiones, críticas y titulares que dibujan un retrato inquietante, pero necesario, del PSOE, de España y de esta Europa que envejece con prisas.

«El PSOE hoy no tiene nada de democrático», sentencia Leguina, con esa calma que sólo tienen quienes ya lo han visto todo. O casi todo. Dice que el partido que «en tiempos fue casa común de debates, críticas y discrepancias constructivas, se ha convertido, en su visión, en una maquinaria perfectamente ajustada al servicio de Pedro Sánchez». «Ha pasado de ser un líder político a ser el dueño del partido», asegura, recordando que en sus días, tanto Felipe González como Alfonso Guerra, y él mismo, soportaban críticas de las que salían fortalecidos, no amedrentados.

El socialismo que encumbró a González en 1982, con una mayoría absoluta que parecía el amanecer de un país moderno y reconciliado, se enfrenta ahora a lo que Leguina describe como su «deriva identitaria». Ese socialismo del ex presidente de Madrid, que construyó 40.000 viviendas y proyectó un Estado del Bienestar con solidez, hoy se ve, según él, invadido por movimientos que desdibujan su esencia: “Los nuevos ecologistas, amigos de la naturaleza, pero enemigos de la humanidad, y un neofeminismo que persigue a los hombres porque somos malvados”. ¿Polémico? Sin duda. Pero en un país donde los debates suelen ser caricaturas de ideas, Leguina ofrece argumentos que invitan a pensar.

«Pedro Sánchez busca perpetuarse en La Moncloa». Esta frase de Leguina es mucho más que una crítica política; es una advertencia que resuena con ecos históricos. Sánchez no gobierna, afirma, sino que sigue los dictados de otros. Y aquí, el dardo se lanza directamente hacia Waterloo, donde Carles Puigdemont se mantiene como una sombra inquietante en la política española.

La referencia a Waterloo no es casual. España ha visto antes cómo los liderazgos ambiguos o interesados han conducido al país a tensiones internas. Ya en el siglo XIX, la Primera República se tambaleó en un maremágnum de facciones irreconciliables; con la segunda, el temblor fue mayor, después España vivió la guerra civil, el enfrentamiento fratricida. En la actualidad, Leguina avisa de que, si el sistema autonómico sigue por su rumbo actual, el estallido no será una posibilidad, sino una certeza.

Otro frente crítico de Leguina es José Luis Rodríguez Zapatero. Lo acusa de haber iniciado la deriva identitaria y de haber resucitado las heridas de la guerra civil, un episodio que, según el expresidente madrileño, España había dejado atrás. «La guerra civil está muy superada», dice, y aquí cabe preguntarse si Leguina no está canalizando un sentimiento que muchos comparten: la necesidad de mirar hacia adelante sin olvidar, pero tampoco sin instalarse en el pasado.

Zapatero, añade, debería explicar sus relaciones con el régimen de Venezuela, al que no duda en calificar como “un Gobierno asesino”. Y aunque la crítica tiene aristas políticas evidentes, también refleja una frustración ética: ¿qué valores defiende un socialista cuando se asocia con un régimen opresor?

Leguina, como un cronista que entiende el paisaje completo, no se limita a España. Europa, dice, se enfrenta a un futuro sombrío. Una sociedad envejecida, incapaz de retener a su talento joven, parece condenada a la irrelevancia. Las cifras le dan la razón: mientras Asia y África crecen, el Viejo Continente se encoge, no solo en población, sino en ambición. Habla quien ha sido testigo de los grandes sueños europeos, desde el Tratado de Roma hasta el euro.

Joaquín Leguina no es un hombre que se oculte detrás de las palabras. Cuando recuerda las presiones que ha sufrido, no busca compasión, sino remarcar que el valor de un político no está en evitar las críticas, sino en enfrentarlas. Y cuando alerta sobre los peligros del actual rumbo político, no lo hace desde el rencor, sino desde una experiencia que lo avala.

Su mensaje puede incomodar a algunos, pero, sobre todo, invita a reflexionar. En un tiempo donde las certezas están acostumbrando a ser de trinchera, una voz como la de Joaquín Leguina nos recuerda que, a veces, es en las grietas donde se filtra la luz. Y en este país, tan dado a las sombras, voces como la suya son más necesarias que nunca.

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