Que pague más el que más tiene… ¿hasta qué punto?
Cada vez que se habla de impuestos escuchamos repetir el latiguillo “quién tiene más debe pagar más”. Es repetido ya sin pensar, incluso por gente razonable, y se acepta como algo necesariamente bueno. Algo de lo que se cree que “cuanto más, mejor”. Como si se tratara de los metros cuadrados de un piso o del número de cadenas de televisión.
Los impuestos en España son progresivos desde hace décadas. Ya en noviembre de 1932, la Segunda República aprobó un impuesto a la renta para personas físicas cuya tarifa iba desde el 1% hasta el 7,7%. Desde entonces, el IRPF tuvo muchas modificaciones pero siempre mantuvo su progresividad. Una progresividad por la cual la tarifa vigente oscila ahora entre el 19% y el 45% (con algunas variaciones según la autonomía donde se tribute).
La progresividad real es mucho mayor de lo que sugieren los porcentajes anteriores y no solo golpea a los “ricos”. Las declaraciones individuales de IRPF de 2014 (últimas publicadas por la Agencia Tributaria) muestran que las personas con bases liquidables de hasta 21.000 euros anuales (con ingresos del trabajo de 18.800 euros en promedio) pagan cuatro veces más que quienes liquidan hasta 12.000 euros/año (con ingresos del trabajo de 11.800 euros). Es decir que, aunque cobran salarios un 59% mayores, pagan por IRPF un 300% más.
Quienes tienen una base liquidable de entre 30.000 y 60.000 euros anuales (difícilmente puedan calificarse de “millonarios”; sus ingresos del trabajo son de 40.200 euros de media) pagan por IRPF 17 veces más que aquellos con bases de hasta 12.000 euros/año. En efecto, aunque unos ingresan poco más que el triple que los otros, tienen que pagar 17 veces más. Cuanto mayor es la base liquidable, la desproporción se hace aún más grande.
Por si no bastara con este IRPF híper-progresivo, también los impuestos sobre el Patrimonio, sobre Sucesiones y Donaciones, el IBI y el IVTM (la “viñeta”) están sujetos al mismo principio. Ni siquiera el Impuesto sobre Sociedades escapa a esto, pues las pequeñas empresas pagan un tipo menor que las grandes. No conformes con esto, los apóstoles de la (supuesta) “equidad tributaria” pretenden que las cotizaciones sociales también sean progresivas.
Los datos anteriores muestran que la progresividad exagerada a la que está sometido el contribuyente español no es un problema que afecte solo a los “ricos”. Es un problema que afecta, en mayor o menor medida, a toda la sociedad. Más aún: los verdaderos “ricos” son los que tienen más fácil escapar de la misma.
La progresividad exagerada desalienta el ascenso profesional (cada ascenso implica entregar una mayor proporción del salario al fisco), favorece la emigración de talento y desanima la inversión en capital físico y humano. Al mismo tiempo, fomenta el “exilio fiscal” de personas con alta capacidad económica. De lo anterior surge un nivel de actividad y empleo inferior al que se podría alcanzar con los recursos disponibles. Y menores ingresos tributarios de los que se lograrían con una imposición razonable (aún hay quien no conoce la “curva de Laffer”).
Además, la progresividad exagerada hace que el sistema tributario español sea mucho más complejo de lo necesario. Esa complejidad dificulta el control y, por lo tanto, favorece la evasión. Finalmente, la aceptación de la progresividad como algo necesariamente positivo da la excusa perfecta a los socialistas de todos los partidos para subir sin límite la presión impositiva.
Cuando le digan que con impuestos aún más progresivos habrá una mayor “justicia tributaria” y que solo afectará a los “ricos”, sospeche. La verdad es que quieren subir los impuestos, que los “ricos” podrán evitarlo y que los “pringaos” serán los mismos de siempre.
Diego Barceló Larran es director de Barceló & asociados