Foro de Davos

Trump avisa que seguirán los aranceles y su lucha contra el socialismo radical

Donald Trump
Donald Trump en el Foro de Davos. Foto: AFP

Tampoco esta vez ha defraudado Donald J. Trump. El presidente de los Estados Unidos ha demostrado, eso sí, que Europa le sienta mejor que su país. Más suave, más didáctico, otro Trump. Ha recomendado a sus colegas mundiales que apliquen políticas arancelarias duras, desregulen y bajen los impuestos para generar empleo y riqueza: “Nuestros trabajadores, sus familias, en definitiva la clase media, tienen que estar por encima de todo”. Casi sin solución de continuidad ha lanzado un aviso a navegantes, que cualquiera diría estaba pensado para Pedro Sánchez y su socio comunista Pablo Iglesias: “No vamos a dejar que los socialistas radicales destruyan nuestra economía y nuestra libertad”.

Donald Trump se ha demorado y el vacío lo ha llenado un soporífero coro suizo. El presidente estadounidense, al que le gusta ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro, se ha hecho de rogar, ha tardado en franquear la puerta, pero ha llegado, ha visto y ha vencido. Al menos, en lo que a expectación se refiere. Eso sí: el estúpido pensamiento único impuesto por Soros y cía en el Viejo Continente ha provocado que su llegada fuera recibida con escasísimos aplausos, situación que se ha repetido, idéntica, a su despedida. Él ha contrarrestado la mala educación con finezza: inclinando la cabeza en señal de respeto al auditorio cuando ha entrado en el plenario del Foro Económico Mundial de Davos y con el puño en alto cuando ha dicho adiós tras el consabido “¡Dios bendiga a América!”. Cosas de una vetusta Europa en la que lo valiente quita lo cortés en un momento procesal de la historia marcado por el pensamiento único y por esa gigantesca incorrección política que es la sesgada corrección política.

El presidente de los Estados Unidos ha insistido en numerosas ocasiones que su gran objetivo, e incluso “uno de los grandes motivos” por los que decidió adentrarse en la carrera por el Despacho Oval, fue lograr que “los trabajadores y sus familias, el eje de cualquier país, recuperasen el poder económico y el bienestar perdidos. Los trabajadores están por encima de todo”. “Trabajadores”, “familias” y “clase media” han sido las tres palabras más repetidas en un discurso de 45 minutos en el que apenas ha leído y en el que ha dejado para mejor ocasión el tono mitinero de altos, bajos e histrionismo al que nos tiene acostumbrados, especialmente, cuando viaja a ese Medio Oeste blanco estadounidense que le otorgó la victoria.

El hombre más poderoso del mundo se ha jactado de haber conseguido la gran meta que se puso cuando hace 3 años y un día aterrizó en la Casa Blanca con pocas ideas pero muy claras: “Un nuevo modelo de comercio, justo y recíproco, y una política inclusiva en la que se da prioridad a trabajadores y familias [el mantra, otra vez]”. Por mucho que moleste a sus detractores europeos, los números le avalan. Y él, arrogante como es, los ha desgranado uno a uno, con meticulosidad de relojero suizo. “Hemos creado 7 millones de empleos en estos tres años frente a los 2 millones que preveíamos”, ha relatado en presencia de su ojo derecho, Ivanka, y de esa menor de edad explotada que es Greta Thunberg, que se ha presentado en Davos como si de una estrella de Hollywood o una primera ministra se tratase. Una niña a la que los medios de comunicación tontos dedican setenta veces siete más atención que a los miles de científicos que llevan tres décadas luchando contra el cambio climático. Ha sido soltar su ya aburrida frase, “¡hay que actuar!”, y todos los periodistas entrar en un incomprensible clímax.

‘Trumpanomics’

Las minorías han salido ganando con su llegada al poder. Al menos, eso se extrae de los insobornables datos. “La tasa de paro entre las mujeres”, ha enfatizado en el que quizá ha sido el único arranque pasional que ha exhibido hoy en Davos, “es la menor desde 1953 y la de los afroamericanos, la menor de todos los tiempos”. Por no hablar de los millenials que, aunque en menor medida que en Europa, son los que más dificultades padecen también al otro lado del charco para acceder al mercado laboral. “Un millón de ellos tienen trabajo desde que comenzó este mandato”, ha sintetizado.

El Trump tiburón ha dejado paso esta vez, siquiera por unos momentos, al Trump persona. Afirma que “un millón de niños y cientos de miles de madres solteras han salido de la pobreza” desde 2017 y “los sueldos de los directivos ya no suben como los de los trabajadores”. Sostiene que es más bien al contrario, que el de estos últimos se incrementa a una media del “10%” desde que él sucedió a un Barack Obama al que, las cosas como son, arrasa en cifras macro. “La media de ingresos es más alta que nunca”, apostilla, “porque hemos vuelto más grandes y más fuertes que nunca y la clase media es la gran beneficiada”. “¡Ah! y la Bolsa ha subido un 50% en estos tres años”, ha añadido en su esbozo de este círculo virtuoso que son las Trumpanomics.

Ha contrapuesto las estadísticas laborales, “las mejores en 50 años [3,5% de paro]”, con las que se encontró al jurar el cargo en el Capitolio el 20 de enero de 2017. “Se habían perdido 250.000 puestos de trabajo en el sector manufacturero y el trabajador medio cobraba menos. Se habían cerrado 60.000 fábricas. Y les recuerdo un dato estremecedor: 10 millones de estadounidenses dependían de los comedores sociales para no morir de hambre”, ha recordado en otro de los pasajes de los que ha echado mano para intentar matar a datos a escépticos, críticos y mediopensionistas.

Desregulación

Como buen liberal que es, ha desvelado la obvia receta que ha empleado para conseguir crecer casi el doble que Obama y para obtener los mejores guarismos de empleo desde que hay registros: “Lo tuvimos claro, si reducíamos la regulación, bajábamos impuestos y arreglábamos acuerdos que estaban rotos, tendríamos éxito, y es innegable que así ha sido”. “Les dejo un dato que lo dice todo: frente a las 60.000 fábricas que, como les he dicho, cerraron mis predecesores, nosotros hemos fomentado la apertura de 12.000”, ha agregado demostrando que no tiene abuela.

Desregulación, desregulación, desregulación. Ése ha sido el otro leit motiv del jefe del mundo libre, que ha apuntado que antes por cada reglamento que se eliminaba, se aprobaban dos nuevos. El cambio imprimido en esta legislatura es inversamente proporcional. “Ahora por cada ocho que suprimimos, se crea uno nuevo”. Es lo que él denomina “acabar con los obstáculos al éxito”.

Donald Trump ha advertido en un foro en el que están los grandes popes del capitalismo y el liberalismo planetario que no habrá marcha atrás en su deriva proteccionista. “Seguirán” los aranceles con China y con el resto del mundo. “Se acabó”, ha sentenciado, “cerrar fábricas en Estados Unidos, fabricar fuera y volverlo a vender en nuestro país”. “Mi relación con China es mejor que nunca, tengo un gran aprecio a Xi Jinping [presidente chino]”, ha puntualizado provocando las risas de los asistentes. Acto seguido, ha manifestado que los acuerdos comerciales suscritos con México y Canadá son “un gran éxito”.

Ha puesto punto y final con una parrafada que bien podría haber ido dirigida al Pedro Sánchez socio de comunistas, golpistas e independentistas. A ese presidente del Gobierno que se cree Rey y que ha desplazado a Felipe VI de este epicentro del mundo que es esta semana el Foro de Davos. “No vamos a dejar que los socialistas radicales destruyan nuestra economía y nuestra libertad. El mundo va a ser más hermoso que nunca pero tenemos que ser leales con nuestros trabajadores y sus familias, son las almas de nuestros países”.

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