Ricciardo hace magia; Sainz, a lo suyo y Alonso, en el límite
Entre todas las maravillas que tienen sello monegasco, hay una especial, de doble filo, que, como un séptimo partido de eliminatoria NBA, o ganas o te vas a casa. Los sábados en Montecarlo son casi un lujo más de un fin de semana donde la Fórmula 1 es una excusa. Es el día de la clasificación por excelencia, como la noche de Pascua para un cristiano, que recorre las calles de un circuito ficticio e inmortal.
Cuando Fernando Alonso vio Santa Devota de lejos, con el semáforo colorado, ya sabía que la Q3 iba a ser real. Él y Jenson Button habían arrastrado durante todo un fin de semana las cadenas de un monoplaza de mentira, de una máquina de humo y cartón piedra que no anda ni en la tierra donde menos importa la anemia del motor Honda. La poderosa aerodinámica del MP4-31 no es lo que prometían Dennis y Boullier. Por la boca sigue viviendo el pez de McLaren.
Antes, la Q1 fue un paseo de desdichas para Red Bull: Mad Max repetía infausto idilio con los muros de Mónaco. Todo se paraba durante unos minutos, antes de que las sorpresas se quedaran sin salir de casa. El resto de la primera tanda de clasificación avanzó sin sobresaltos: los Manor, Sauber, Verstappen (accidente) y el Renault de Palmer, fuera.
Los infartos estaban reservados a la Q2. Era el momento de la muerte o la vida para McLaren-Honda. La delgada línea roja que marca el espacio entre una nueva decepción, o un mal menor de una escudería que sigue creciendo. Cuestión de décimas. En la primera tentativa Alonso entraba en territorio VIP y Button era undécimo.
Hamilton le colaba medio segundo a Rosberg con Sainz y Kvyat picados en un mundo de milésimas de distancia. Los Williams eran la amenaza real para los británico-japoneses…. y venían mejorando. Button intento la del mono Burgos en el famoso anuncio del Atlético pero no pudo salir de la alcantarilla monegasca: otra vez en la Q2. Alonso sí, por los pelos, décimo. En esa posición incómoda que, de no ser por el accidente de Verstappen, no sería auténtico. Esa iba a ser su posición final tras los últimos 10 minutos.
La cuestión es que unas manos siguen brillando más que otras dentro de ese box claroscuro. En el ocaso de su carrera continúa sacando las últimas virutas de magia que tiene en sus guantes. Otra Q3 consecutiva con un McLaren que, tristemente, no está para los puntos. El resto de eliminados fueron Bottas, Gutiérrez, Massa, Grosjean y Magnussen. Allí todo comenzó dramático para Lewis Hamilton, otra vez: su motor no arrancaba.
Ricciardo vuela, Sainz sorprende y Alonso no puede
Ricciardo aprovechaba el vacío en el trono para usurparlo: vuelta espectacular con mérito combinado del RB12 y las manos del australiano. Un 1:13.6 que tenía más color a pole que un concierto de Coldplay. Ni Rosberg ni Vettel podían superar ese tiempo… pero Mercedes ya había resuelto el problema de Lewis Hamilton. Metió miedo en los dos primeros sectores pero no lo certificó en el mejor tiempo: tercero con Rosberg segundo.
Y Carlos Sainz sigue refrendando su condición de piloto especial. No necesita de la máquina mediática a su alrededor para certificarse como tal. Otro sábado espectacular de Carlos que fue séptimo, aunque saldrá sexto por la penalización a Kimi Raikkonen de 5 posiciones por cambiar su caja de cambios. Alonso fue décimo y, al igual que Carlos, ganará una posición. Los puntos están ahí para el pasado, presente y futuro de la Fórmula 1 en España.
Red Bull vuelve a parecerse a ese equipo que antaño era invencible. Las cámaras y los focos siempre han sido para Ferrari o McLaren como los sucesores en la lejanía de Mercedes. Mientras unos sacan la máquina de humo, otros se dedican a fabricar el mejor chasis de toda la Fórmula 1. Dos sábados peleando de tú a tú con las flechas de plata. Se han colado en su cocina como un invitado de Bertín Osborne. Aunque aquí, de invitado, tienen poco. Ricciardo avisa, Mercedes tiembla y Alonso… Alonso sigue manteniendo con vida a toda una institución.