Isabel Rojas Estapé: «Hoy en día la educación sexual de los jóvenes es la pornografía»
Psicóloga y periodista. Isabel Rojas Estapé es hija, nieta y hermana de psiquiatras. Desarrolla su carrera en el Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas junto a su padre, el prestigioso psiquiatra Enrique Rojas, y su hermana, la mediática psiquiatra Marian Rojas Estapé.
Todos conocemos a los Rojas Estapé porque gracias a ellos, a su labor de divulgación, nos hemos acercado a la salud mental sacudiéndonos los prejuicios. “A mi abuelo –que también era psiquiatra– se referían como el que trabajaba con los locos y a mi padre como el médico de los nervios. Ahora el estigma sobre la salud mental se ha suavizado”, explica.
Defiende Rojas Estapé que la Psicología y la Psiquiatría son dos especialidades que deben ser complementarias y caminar de la mano porque “los psicofármacos ayudan y dan tono, pero no curan”. Sobre las preocupaciones actuales, la psicóloga afirma estar alerta con los problemas de pareja, el amor y el uso de la pornografía entre los jóvenes: “Hoy en día su educación general depende de las series y su educación sexual de la pornografía”.
Una vez que llega el paciente a su consulta, ¿tiene algunas preguntas fijas para comenzar a hacer una radiografía de esa persona?
No tengo frases o preguntas específicas, pero sí que hago una línea de vida. Le pregunto por sus padres, sus hermanos, sus familiares, etc. A partir de ahí uno va aprendiendo mucho y me doy cuenta de sus cimientos emocionales: cómo le han querido o cómo ha ido solventando los malos momentos. En la vida hay una serie de hitos que son fundamentales para todos como, por ejemplo, cuando tienes hermanos, te cambias o no de colegio, si sufres en el colegio, qué relación has tenido con los amigos, las notas, etc. Todas estas cosas condicionan y hacen que una persona se comporte de una forma o de otra. Yo voy mucho a eso, al interior, a las vivencias, no me quedo sólo en la pregunta: “Cuéntame, ¿qué te pasa?”.
Artesanía psicológica, como dice su padre.
Es0 es, siempre lo ha comentado. Por eso, el proceso es conocer a la persona desde los inicios, aunque también hay otros psicólogos que comienzan por el momento actual y van retrocediendo. Sin embargo, creo que lo más conveniente es hacerlo al contrario, ya que es la forma más útil de comprender en qué punto está.
De todos los años de consulta, ¿qué es lo que más le sorprende de la resiliencia del ser humano?
Precisamente lo que he notado es que cada día somos menos resilientes. Eso sí, claro, tengo historias en consulta a veces tan tremendas que me digo a mí misma: “¿Cómo es posible que esta persona siga de pie? ¿Cómo puedes levantarte?”. Pero, además, hay que tener en cuenta que todo es subjetivo cuando nos miramos a nosotros mismos. Por ejemplo, tengo una paciente que es consciente de que lo tiene todo, unos hijos estupendos, una pareja con la que le va bien, un trabajo que le gusta y está satisfecha con su vida. Sin embargo, ella dice que, a pesar de todo ello, no es feliz. Entonces, ese sufrimiento es propio y cada uno lo percibe como doloroso porque es así como lo siente, aunque los demás no logremos comprenderlo. Pero, insisto: creo que cada día nos cuesta más ser resilientes porque cada vez somos menos flexibles y estas son las cosas que más veo en consulta, las dificultades que tenemos para acoplarnos a las cosas malas que nos ocurren. Por eso nos rompemos con mucha más facilidad.
¿La inmediatez en la que vivimos contribuye a esto?
Totalmente. No sabemos posponer ninguna recompensa, nada en absoluto. De alguna forma no somos capaces de controlarnos a nosotros mismos, ya que entendemos el control como algo negativo y no queremos aceptar que si las recompensas llegan más tarde no pasa nada. Todo lo queremos para ya, vivimos en el mundo de la velocidad y la imagen, y esto significa que lo tenemos todo y lo tenemos inmediatamente. Lo malo de ello, es que eso deja la sensación de que nada llena y nada satisface. Eso sin contar, por supuesto, que si algo no cuesta nada, sencillamente no se valora, y si no lo valoras se genera una especie de bulimia de necesidad de cosas que a la larga te hacen infeliz. Y todo esto creo que no ayuda a que seamos una sociedad fuerte y con capacidad de adaptación a los dramas que nos suceden.
En su familia, todos son psiquiatras, usted es psicóloga. ¿Nunca se planteó hacer Psiquiatría?
Somos cuatro hermanas, la mayor sí que es psiquiatra –Marián Rojas Estapé–, la segunda hace consultoría y la pequeña estudió Derecho y ahora se dedica, como digo yo, a las causas perdidas. Pero sí que tengo primos, tíos, abuelos que son o han sido psiquiatras. Empecé estudiando Medicina, lo dejé porque me gustaban demasiadas cosas, tanto escribir como comunicar, ahí es cuando me planteo Periodismo y Psicología. Además, pensé que haría un buen equipo con mi hermana Marián y con mi padre, ambos son dos psiquiatras muy poco al uso, ellos tienen un gran porcentaje de psicólogos y apuestan por la terapia.
¿Es posible la Psiquiatría en solitario? Es decir, la receta de los psicofármacos únicamente sin acudir a la terapia de un psicólogo.
Ahí no está la solución, claro. De hecho, los psicofármacos, menos en algunas enfermedades muy puntuales, ayudan, pero no curan. Cuando llega alguien a consulta y me dice que lleva 10 años con depresión, pienso que ahí lo que subyace no es la enfermedad de la depresión como tal, sino un trastorno de la personalidad o un desajuste de la personalidad que produce esa depresión. Por eso, esa personalidad hay que tratarla con terapia, la medicación no va a hacer gran cosa. Es decir, te va a relajar, tranquilizar o cambiar el tono, pero no te va a cambiar. Es cierto que los psiquiatras hasta hace muy poquito sólo recetaban psicofármacos, pero está claro que los unos necesitamos de los otros.
Es más, a día de hoy hay muchas técnicas que saben los psicólogos que los psiquiatras no usan o no estudian. Son dos especialidades que se necesitan mutuamente, mi padre ha sido un revolucionario porque no sólo recetaba pastillas, sino que iba mucho más allá, preguntaba e iba al núcleo de la cuestión. Vamos a la par y nos necesitamos, pero sí que hay muchos psiquiatras que a veces no nos consideran.
Su padre ha relatado en alguna ocasión cómo ha evolucionado la forma que ha tenido la sociedad de referirse a su profesión a lo largo de los años. A él lo conocían como “el médico de los nervios”. ¿Ahora hay un respeto más profundo por estas profesiones?
Mi abuelo también fue psiquiatra, uno de los primeros de España y también de los primeros que cerraron los manicomios y hospitales mentales aquí, así que un revolucionario. Por eso, a mi padre, cuando estudiaba en la universidad, le decían: “Ah, sí, sí. El hijo del rector, ese que se dedica a los locos”. Y es verdad que a medida que pasaba el tiempo esa frase pasó a ser: “Sí, sí, ese que se dedica al tema de los nervios”. A día de hoy todo ha cambiado, claro, ese estigma se ha suavizado y, además, debo decir la verdad: el Covid ha ayudado.
¿Por qué?
Porque tras el Covid el ser humano se ha roto. Todo ese esquema de que somos inmortales, de que tenemos todo bajo control, etc, no es real y nos hemos dado cuenta de que no somos inmortales y que no podemos con todo. Nosotros, a nivel psicológico, hemos visto gente que ha elevado su comportamiento: el obsesivo mucho más obsesivo o el triste más irritable, por ejemplo. La gente se ha ido a los extremos y a las actuaciones extremas. Por eso, ha habido un punto en el que las personas han tenido la necesidad de ir al psicólogo o psiquiatra y eso ha normalizado el hecho de acudir a pedir ayuda.
¿Por qué cree que las personas, en general, se ofenden si se les sugiere acudir a un especialista como usted?
Hombre, porque le estás diciendo que está mal, que tiene un problema. Y no está mal porque se haya roto una pierna, sino que está mal en su conducta y que le tienen que ayudar. Para ir al psicólogo o al psiquiatra tienes que aceptar que estás mal y que no puedes cambiarlo solo. Sin duda, cuesta aceptar que otros vean o te digan que estás mal, por eso se siente como una ofensa. A veces en consulta viene gente que me dice que ha venido porque le ha mandado su madre o su mujer “que son muy exageradas”.
¿Qué valor o qué papel juega el dinero en nuestro comportamiento humano actual?
Huy, tiene muchísimo peso. Una de las preguntas que suelo hacer a los pacientes es el significado que el dinero tiene para ellos, para qué lo quieren, si trabajan sólo por dinero, etc. Tendemos a pensar que el dinero brinda felicidad; sin embargo, me he dado cuenta de que eso no es así para nada. Es cierto, no nos engañemos, el dinero es necesario y debemos tener lo suficiente para vivir relativamente bien, pero no es sinónimo de felicidad.
Y si en lugar de dinero, le pregunto qué papel juega la benevolencia y el perdón.
El perdón es uno de los ingredientes más importantes de la vida, ya que hace que no se viva en el pasado. El perdón le hace a uno ser alegre, mirar al futuro y no tener el retrovisor constantemente activado y recreándose lo que pasó. Eso sí, el perdón es una de las cosas más complicadas que existen hoy porque es ir al pasado, entenderlo, comprenderlo y aceptar lo que pasó o lo que sentí. Es volver a las heridas del pasado, cerrarlas y traerlas al presente para poder vivir el futuro.
Por eso, hago mucho hincapié en saber perdonar, aunque eso no significa olvidar. Nuestro hipocampo, nuestro rector de la memoria se activa cuando nos acordamos de algo del pasado, de algo que nos ha ocurrido, pero sólo de uno mismo depende sacar siempre a relucir el fallo de esa pareja, esa amiga o ese familiar. Las personas que viven en el pasado están resentidas con la vida y terminan teniendo una personalidad agria y negativa. Es mejor perdonar, ¿no?
Isabel, habla de otro concepto que recoge la obsesión de las personas por ocupar todo su tiempo: la cronopatía. ¿En qué consiste?
Sí, es la necesidad constante de aprovechar el tiempo y, además, quien lo sufre está siempre pendiente de la cantidad de tiempo que invierte en una actividad determinada. Tiene el problema de que no sabe, entre comillas, perder el tiempo con el disfrute de leer un libro tranquilamente, paladeando sin más el transcurso del tiempo. Sólo coge un libro si le hace más inteligente o más culto, pero no lo abre sólo para disfrutar. Este tema afecta a muchas personas y les genera mucha ansiedad porque viven todo el tiempo en el futuro.
¿No puede ser un problema de que esas personas tienen vidas un poco vacías?
No tiene porqué ser exactamente así, ¡si tiene la agenda llenísima de cosas que hacer! Todo ello tiene que ver con la autoestima, con la necesidad de tener que estar en todas partes, de no perderse nada, y eso produce ansiedad. No pasa nada por perder a veces el tiempo, de verdad, al final consigues que te arrase la vida. El tiempo debe estar a tu servicio, no al revés.
Si mira al mundo con ojos de especialista, ¿qué le preocupa?
Qué buena pregunta. La verdad que muchas cosas y muy pocas al mismo tiempo. Creo que la vida suele sonreírnos, pero a la vez siempre nos sorprende porque es imprevisible. Hay una frase que me encanta sobre ello: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Tienes todo controlado, o eso parece, e irrumpe un Covid que paraliza el mundo. Hay cosas que me preocupan mucho, sobre todo lo que tiene que ver con el amor, las parejas, la sexualidad, la pornografía. Me atrevería a decir que hoy se quiere peor y eso me da mucho miedo porque genera soledad.
Estamos demasiado tiempo delante de una pantalla y en ello incluyo no sólo las redes sociales, sino también las series. Éstas se han convertido en las grandes educadoras de los jóvenes y eso es terrorífico porque provocan personas sin criterio que sólo acuden a la llamada de las masas, cada día más frías, más duras y más insensibles cuando, además, lo cierto es que tenemos la oportunidad de entregar lo mejor de nosotros mismos a las personas. Vivimos a tal velocidad que perdemos la capacidad de empatía y nos hace muy distantes.
Con respecto a la pornografía, los estudios indican que hay un repunte del consumo entre los jóvenes y que, además, éstos creen que lo ocurre en la pantalla es lo que en realidad pasa cuando tienes sexo con alguien.
Así es, y además creen que es lo que tienen que hacer. De ahí vienen muchos problemas sexuales, de autoestima física y emocional. El otro día leía un estudio súper interesante que decía que había aumentado un año el inicio de las relaciones sexuales de los jóvenes hasta los 16 años y una de las teorías que se barajan es que este repunte esté relacionado con el aumento del consumo de pornografía que está situado en 46%. Total, pensarán, para qué voy a acostarme con una persona de carne y hueso si lo tengo a golpe de click. A mí eso me preocupa, ya que eso quiere decir que a día de hoy la educación sexual de los jóvenes es la pornografía y esto en el futuro crea frustración en las parejas porque creen que no son igual de buenos o buenas que aquello que ven y que creen que es real. Y, además, todo ello tiene impacto psicológico y también cerebral.
¿Cerebral?
Sí, porque si estás desde los 16 años hasta los 20 viendo tres o cuatro vídeos de pornografía a la semana, cuando salgas con una chica/o a los 20 años y te pongas a tener sexo con esa persona ya vas a llevar millones de chispazos de dopamina y muchos inputs que generan que no estés bien con esa persona, que siempre estés alerta y que tengas problemas de autoestima a la hora de tener una relación sana.