El descubrimiento que podría cambiar todo lo que sabemos de Stonehenge: nada es lo que parece
Stonehenge, situado en las vastas llanuras de Salisbury y testigo del paso del tiempo, representa uno de los mayores enigmas de la prehistoria en Europa. Aunque su construcción se remonta a hace más de 5.000 años, las teorías sobre su propósito y significado continúan evolucionando, desafiando constantemente nuestra comprensión de las culturas neolíticas. Recientes hallazgos arqueológicos, incluidos nuevos análisis geológicos, han revelado que al menos una de sus piedras clave, conocida como la «Piedra del Altar», proviene de Escocia, ubicada a cientos de kilómetros de distancia.
Este hallazgo, junto con otros estudios que han situado el origen de varias de las piedras en Gales, refuerza la teoría de que Stonehenge no sólo fue un observatorio astronómico o un centro ceremonial, sino un símbolo de unidad entre comunidades distantes en la antigua Gran Bretaña. En un momento histórico caracterizado por la llegada de nuevas tecnologías, cambios culturales y contactos con pueblos del continente europeo, Stonehenge pudo haber servido como un espacio de integración, en el que se celebraban tanto la identidad compartida como los lazos ancestrales.
Stonehenge, un monumento que desafía la lógica de su época
Stonehenge destaca por por la complejidad de su construcción en una época en la que los recursos técnicos eran muy limitados. Las «piedras azules», por ejemplo, proceden de las colinas de Preseli, en Gales, a más de 200 kilómetros de distancia, mientras que la «Piedra del Altar» fue identificada como originaria del noreste de Escocia, a unos 700 kilómetros de su ubicación actual.
Los arqueólogos sugieren que transportar piedras de hasta seis toneladas sin la ayuda de ruedas requería una extraordinaria coordinación y conocimiento del terreno. Las comunidades pudieron utilizar trineos, rodillos de madera y balsas para mover los megalitos a través de valles, ríos y colinas. Este monumental esfuerzo, lejos de ser meramente funcional, habría sido un acto de cohesión social que involucró a grupos dispersos en un proyecto común.
Por otro lado, la alineación de Stonehenge con eventos astronómicos, como los solsticios de verano e invierno, subraya su profundo simbolismo. El diseño del monumento parece reflejar una conexión espiritual con los ciclos naturales, una característica que habría servido para reforzar los lazos sociales a través de rituales y celebraciones. La «Piedra del Altar», situada en el eje del sol poniente durante el solsticio de invierno, pudo haber sido un punto focal para ceremonias que marcaban el paso del tiempo y la renovación de los ciclos agrícolas.
El propósito de estas ceremonias no se limitaba únicamente a lo espiritual. En un contexto marcado por transformaciones culturales, como la llegada de la cerámica y la metalurgia, Stonehenge pudo haber actuado también como un escenario político donde se negociaban alianzas y se resolvían conflictos.
Interacción entre culturas
El período de construcción y remodelación de Stonehenge coincide con la llegada de la cultura del vaso campaniforme a Gran Bretaña, una influencia continental que trajo consigo innovaciones tecnológicas y un cambio en la dinámica social. La incorporación de la «Piedra del Altar» al diseño de Stonehenge alrededor del 2500 a.C. podría interpretarse como una respuesta a este contacto cultural, un esfuerzo por reafirmar las tradiciones locales frente a los nuevos desafíos.
El simbolismo de transportar materiales desde lugares tan distantes como Escocia y Gales también podría reflejar la voluntad de integrar a las diferentes comunidades de la isla en un proyecto común. Este enfoque inclusivo habría sido crucial para garantizar la supervivencia en un entorno que exigía cooperación para enfrentar desafíos climáticos, económicos y sociales.
A lo largo de los siglos, Stonehenge ha mantenido su relevancia como un símbolo de conexión y trascendencia. Incluso después de que su propósito original se perdiera en el tiempo, el monumento continuó siendo un lugar de reunión y ceremonia para las comunidades que habitaron la región. Hoy en día, sigue siendo un objeto de estudio, dando lugar a teorías que abarcan desde lo místico hasta lo científico.
El reciente descubrimiento del origen escocés de la «Piedra del Altar» añade una nueva dimensión a nuestra comprensión de Stonehenge y destaca la capacidad humana para superar desafíos y crear algo que trascienda generaciones. Éste icónico monumento nos recuerda que, incluso en los períodos más remotos de la historia, las personas encontraron formas de unirse en torno a ideales comunes, dejando un legado que continúa fascinando a la humanidad.
El profesor Richard Bevins, coautor del estudio e investigador de la Universidad de Aberystwyth, destaca lo iguiente: «Es muy gratificante que nuestras investigaciones geológicas puedan contribuir a la arqueología y al desarrollo de ésta fascinante historia, especialmente ahora que nuestro conocimiento ha mejorado tanto en los últimos años. Nuestra investigación se asemeja a la ciencia forense. Somos un pequeño equipo de científicos de la Tierra, cada uno con su propia área de especialización; es esta combinación de habilidades lo que nos ha permitido identificar las fuentes de las piedras azules y, ahora, el origen de la Piedra del Altar», según recoge UCL – London’s Global University.
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