A Letizia sí le gusta Mallorca
Este sambenito que encabeza la crónica de hoy no habrá forma de quitárselo, desde que en los inicios de su matrimonio, agobiada seguramente por ese nuevo mundo que acababa de descubrir en el que había perdido toda libertad, se le ocurrió decir a la periodista Carmen Duerto la frase «¿tú crees que esto son vacaciones?», que la ha marcado para siempre, respondiendo a las felices vacaciones en Mallorca que la periodista le deseaba.
Estábamos acostumbrados a ver disfrutar a los Reyes de España, a sus hijas, las infantas Elena y Cristina y a don Felipe, de unas vacaciones marineras, de noches interminables en Gomila junto a amigos y primos que se integraban en la noche mallorquina con toda normalidad. Parecía que esas vacaciones de ensueño, en las que don Juan Carlos y doña Sofía recibían a mandatarios de todo el mundo para hacerles partícipes de su paraíso, iban a durar para siempre o al menos que habría una continuidad en la nueva generación. No ha sido así, puesto que los días que los Reyes actuales pasan en Son Vent, su casita, discreta, casi humilde, vecina, casi pegada a Marivent, son contados.
Cuando Letizia llegó a la Familia Real, esa casa, de estilo mallorquín y con pocos lujos, ya estaba construida. Su matrimonio con don Felipe la convirtió en la principal celebridad de España, pero no todo fueron halagos. Esos ataques furibundos hacen que hoy algunos nos arrepintamos porque doña Letizia con los años ha demostrado una resiliencia y profesionalidad indiscutibles, se ha volcado en sus deberes, como madre haciéndonos el mayor de los regalos, educando a dos joyas que no paran de dar alegrías y, al igual que doña Sofía, en su momento ha tenido que buscar su lugar en la empresa sin interferir demasiado en las costumbres de la Casa. Costumbres modernas si las comparamos con las otras familias que reinan en el continente, ajustadas a un protocolo inalterable desde hace siglos.
Sin embargo, con la llegada al trono de Juan Carlos I todo estaba por hacer y se optó por ceremoniales discretos y pocas fanfarrias. La tradición real vino marcada por las actividades lúdicas en las que participaba la real familia. Esquí en Baqueira Beret durante los inviernos y Semana Santa y veranos en Palma, muy cerca del mar. Tanto vendían estas escapadas familiares, a falta de grandes fastos de corte, que la prensa invadió ese terreno que debía ser de descanso para convertirlo en parte fundamental de la crónica social española. Se vendía al mundo una familia deportista, joven, sana y dorada por el sol, trabajando siempre, mostrando la maravilla que suponía tener a Carlos y Diana como invitados en casa o a los emperadores de Japón y hasta la mismísima reina Isabel II. Siempre había alguien interesante en Marivent que mostrar al mundo.
Llegó Letizia y esas costumbres devenidas en tradición cambiaron por completo. El complejo real se cerró a las visitas publicitarias, el Real Club Náutico dejó de ser imprescindible y se convirtió en testimonial y las salidas nocturnas se restringieron a amigos de mucha confianza. Letizia cumplió, sin embargo, con lo que se le exigía desde la casa, esto es, paseos con su suegra por la ciudad, cenas en familia en el Portixol, alguna salida en lancha a falta de barco, y poco más. Hasta que decidió dar el paso y crearse una agenda a la medida de su personalidad. Y me temo que sucedió por casualidad.
Nunca lo he contado, pero creo que ya han pasado los años suficientes para que pueda revelar una anécdota que cambió para siempre la imagen que teníamos de la ya Reina de España. Sucedió en el Palacio de la Almudaina, durante una de las recepciones de verano. Se me acercó Jaime Ripoll, CEO de Filmin, una plataforma digital en la que prima el cine de autor y los grandes clásicos. Jaime me comentó que le intrigaba saber si la Reina era socia de su plataforma y dicho y hecho, me dirigí a la Señora, en ese momento rodeada por sus amigos mallorquines más cercanos y le dije, con pocos protocolos, que Jaime Ripoll, de Filmin, quería conocerla.
Su gran implicación en el ‘Atlántida Film Festival’
Su rostro, serio por mi intervención, cambió por completo, acto seguido les presenté y su conexión fue inmediata. Hablaron de películas, cuyo título es imposible de recordar, salvo para los muy cinéfilos. Y entonces, para aligerar la conversación, se me ocurrió comentar que Jaime organizaba todos los veranos un festival maravilloso, el Atlántida Film Festival, que se inauguraba por entonces con una gala informal en el patio del Castillo de Bellver.
Ver cine bajo las estrellas es un sueño y si a esto le sigue la actuación de un artista de primer nivel, la fiesta cultural resulta perfecta. En ese momento Letizia decidió implicarse con un «Por Mallorca todo» y desde entonces no ha faltado a la inauguración o a la clausura del festival, que además acoge y premia a las primeras figuras del séptimo arte, dando a la Isla una dimensión nunca antes vista, en gran parte gracias a la presencia de la Reina. Ella, fotografiándose con los ídolos cinematográficos y actuando como su anfitriona, ha demostrado haber encontrado un espacio donde aportar presencia, prestigio y apoyo a los emprendedores como Jaime, que con enorme esfuerzo ha conseguido crear industria.
En esas galas a doña Letizia se la ve feliz, relajada, mallorquina, casi como a una más. Ha sustituido los posados en las escalinatas de Marivent con reyes y príncipes por posados con estrellas más prestigiosas del cine internacional, del que tanto gusta. A la Reina le gusta Palma, pero también necesita su espacio para descansar junto a su marido y sus hijas alejada de los focos y del escrutinio diario. Algunos observadores ya la hemos entendido.
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