Crítica

L’Arquitecte, de Pep Ramon Cerdà, un thriller político

La obra es un vocacional thriller político de buenos y malos enmarcados en un ambiente de "tensión palpable"

l'Arquitecte
Los cuatro actores protagonistas de la obra L'Arquitecte.

Interesante trabajo escénico el ideado para L’Arquitecte, cuyo autor es Pep Ramon Cerdà. Es de suponer que la escenografía, firmada por Joan Miquel Artigues, viene felizmente condicionada por la acción descrita en el texto de Cerdà y que transcurre en dos planos paralelos: el fuerte antagonismo de dos figuras centrales de la arquitectura y el urbanismo que definió el perfil de Palma durante la dictadura franquista, es decir, Gabriel Alomar Esteve y José Ferragut Pou, ambos de la misma quinta. Alomar nacido en el año 1910 y Ferragut en 1912. Entonces, ¿por qué el título L’Arquitecte? En singular. 

¿Por qué no Els arquitectes? Probablemente debido a que Cerdà define la obra, como un thriller ambientado en el boom turístico de los años 60. Y visto el planteamiento en el desarrollo de la acción, llego a la conclusión de estar viendo un thriller, en efecto, pero un thriller político.

Es bastante significativo que en sus declaraciones de intenciones, tanto el autor como la directora, Rebeca del Fresno, insistan en la atmósfera agobiante y represiva de la Palma del boom turístico, poniendo las cartas boca arriba desde el primer momento: ofrecer una mirada desde la izquierda, creando un relato que no tiene por qué corresponderse con la realidad de manera exacta. Menospreciando al tiempo la consolidación de una clase media por el impulso económico de la época. El subrayado a través de la proyección de imágenes da buena cuenta de ello. Esta es la razón de ir a fijarme por encima de todo en el excelente trabajo realizado por Produccions de Ferro.

Interesante que al inicio de la acción se nos muestre al cuadro de intérpretes uniformados a la manera de un equipo forense, mientras van enumerando las pruebas, que así es como llegamos al segundo de los planos paralelos: la investigación sobre el asesinato de José Ferragut Pou, el 26 de febrero de 1968, cuya autoría no llegó a saberse y dándole carpetazo aludiendo que la causa de la muerte estaría relacionada con su inclinación homosexual. Si se me permite la expresión, espectacular ese permanente cambio de registro e incluso el hecho de solaparse al tiempo los dos planos paralelos, generando una tensión dramática al concentrarse en uno los dos relatos de la trama. 

Titular la obra L’Arquitecte es manera clara de tomar partido por Ferragut, a quien se idealiza permanentemente; también se utiliza su homosexualidad como seña de identidad represaliada y teniendo enfrente a un acomodado Alomar y tal vez colaborador del régimen. El típico relato de la izquierda al señalar quién es el bueno y quién el malo. La verdad es que históricamente ninguno de los dos mostró afinidad manifiesta con la dictadura

El Ferragut idealista y el Alomar pragmático eran las dos caras de la misma moneda, el primero levantando estructuras singulares, el segundo diseñando las líneas urbanísticas de Palma que han llegado hasta el presente. En 1979 el alcalde socialista Ramon Aguiló vino a completar el plan de saneamiento y trabajos pendientes en el casco antiguo. Palma era una ciudad antigua que necesitaba oxigenarse, una tarea iniciada en la dictadura y completada con la llegada de la democracia. L’Arquitecte es una simplificación maniquea. 

Es, en efecto, un vocacional thriller político de buenos y malos enmarcados en un ambiente de «tensión palpable», como dice Cerdà, o un «true thriller sui generis, en el que se intenta cambiar la perspectiva de este crimen por investigar: no el asesinato de un arquitecto, sino de unos valores», según la directora, Rebeca del Fresno. Teatro político se mire por donde se mire.

La ficción está llevada a la escena, me pilló en Palma teniendo 17 años y en puertas de acceder a la Universidad, así que no me vengan unos bebés, por llegar, a pontificar sobre un momento crítico en la evolución de Palma con sus luces y sombras, sí, pero que solamente sombras son en L’Arquitecte.

Del catálogo manipulador de imágenes proyectadas, quiero comentar una en particular: la demolición del Teatro Lírico en 1968, presentada como un acto de barbarie. Acudí al Lírico para ver los conciertos de los sábados. En aquel entonces, yo seguía siendo un adolescente, y en especial guardo en la memoria el concierto de los Guantes Negros. Me dolió su demolición, pero gracias a ello, desaparecieron los viejos edificios que ocultaban la muralla del Palacio árabe de La Almudaina,creándose S’Hort del Rei. Este era el pragmatismo de Gabriel Alomar Esteve. Como la avenida Jaime III, etc.

Me encantaría que la izquierda encontrase a creadores capaces de seducir y sin necesidad para ello de dar el cante con sus relatos. Dicho lo cual. Visto L’Arquitecte, debo felicitar a Produccions de Ferro por la excelencia de su trabajo en esta puesta en escena. Debo también expresar mi admiración por el cuadro de intérpretes porque su impecable sincronización da un sentido pleno al conjunto del entramado, implicándose a fondo en sus papeles y eso me obliga -con satisfacción- a mencionarles: Xisco Segura, Miquel Àngel Torrens, Caterina Alorda y Xen Garcinuño. Igualmente, reconocer el buen oficio tanto de Pep Ramon Cerdà como de Rebeca del Fresno.

Finalmente otrosí: mi felicitación al Teatre del Mar por abrirse a programar la misma obra para dos fines de semana consecutivos. Les funcionó ya con Twist & Tchèkov y ahora con L’Arquitecte. El INAEM debería enterarse del buen oficio de los oficiantes en provincias del teatro independiente.

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