Un pueblo español, “el más interesante del que nunca has oído hablar”
“Besalú es el pueblo de España más interesante del que nunca has oído hablar”. Así comienza un artículo que el prestigioso rotativo americano Los Angeles Times le ha dedicado recientemente a esta pequeña localidad catalana. Situada en la comarca de La Garrotxa, en la provincia de Girona, Besalú es un pueblo medieval de apenas 2.500 habitantes. Los turistas que lo visitan lo hacen atraídos por su arquitectura medieval. Por ejemplo, de su puente de entrada del siglo XI, cuya construcción “parece sacada de un cuento de hadas”, según la periodista Irene Lechowitzky, quien invita a los lectores a imaginarse “a guapísimos caballeros acompañando a damiselas al pueblo como en una historia de Disney”.
“El encantador pueblo histórico de Besalú está tan alejado de los caminos turísticos habituales que te lo pasarías de largo si no lo buscas adrede”, apunta la periodista, que también invita a los visitantes a inmortalizar cualquier rincón de este lugar, ya que todos son dignos de ser fotografiados: “Puedes sacar fotos en cada momento y desde todos los ángulos”.
¿Cuáles son los atractivos turísticos de Besalú?
Muchos visitantes norteamericanos estarán preparando su visita a Besalú después de leer este reportaje. Y tú también puedes acercarte hasta allí para contemplar con tus ojos sus monumentos. La iglesia románica de Sant Vicenç o el monasterio de Sant Pere te están esperando allí. Como también podrás observar los últimos vestigios de la comunidad judía de Besalú, ya que el municipio fue su hogar entre el siglo XIII y el XV, justo cuando fueron obligados a abandonar el lugar por la Inquisición Española.
Otros lugares destacados por el artículo de Los Angeles Times son el Museu de Miniatures, para los amantes de los museos, y el Restaurant Pont Vell, para los que deseen recargar fuerzas en un edificio del siglo XVIII con vistas al río y al puente medieval.
Besalú también ha sido tierra de grandes personajes históricos. Como el trovador medieval Raimon Vidal, «la única cosa que eché de menos en mi visita: escucharle tocando suavemente de fondo», concluye Irene Lechowitzky.