País Vasco

El pequeño pueblo medieval del País Vasco perfecto para una escapada de otoño: amurallado y sobre una colina

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Vista aérea del pueblo de Labraza.
Blanca Espada

Hay pueblos que parecen sacados realmente de un cuento, y Labraza es uno de ellos. Apenas 70 vecinos viven de continuo en este pequeño municipio de Rioja Alavesa que, pese a su tamaño, guarda un tesoro único: es considerado el pueblo medieval amurallado más pequeño del País Vasco. Su muralla, todavía en pie y reconocida internacionalmente, mantiene vivo el lugar, y obliga a que sea una de nuestras visitas obligadas este otoño.

Ubicado en una colina desde la que se dominan los viñedos y los montes cercanos, Labraza no es un museo, aunque lo parezca. Entre sus callejuelas estrechas hay vida a pesar de que sus habitantes como decimos, no llegan ni al centenar. Un lugar tranquilo que tal vez ha sufrido la despoblación, pero que a la vez, se ha convertido en el plan de muchos que busca disfrutar de los mejores pueblos medievales. Pero sin tiendas y con servicios limitados, Labraza se sostiene gracias al apego de sus vecinos y a la cercanía de Oyón y Logroño. De este modo, se convierte en parte de esa ruta de pueblos en los que encontrar lo mejor del País Vasco. Un pueblo que sin duda merece una visita, o varias, y más cuando se enfrenta ahora a uno de sus mayores retos: el proyecto de un parque eólico que amenaza con alterar su paisaje y su paz. De ahí que el pueblo, pequeño en número pero grande en convicción, se haya movilizado para defender lo que considera su mayor riqueza: seguir siendo un rincón único, auténtico y vivo.

El pueblo del País Vasco con la muralla más pequeña

Labraza es muchas cosas a la vez: villa medieval, enclave estratégico en tiempos pasados y hoy, sobre todo, un símbolo de resistencia rural. La muralla, que se confunde con las propias casas, no se conserva como ruina, sino como un organismo vivo. De hecho, en 2008 fue reconocida con un premio internacional como muralla viva, un título que subraya que aquí la historia sigue más que presente. Pasear por su arco, subir a la plaza alta o perderse por la fuente del Moro y los torreones es descubrir cómo un pueblo entero puede caber en un puñado de calles.

No es una muralla gigantesca, pero es que Labraza en sí tampoco lo es. Con unos 70 habitantes, su longitud es de apenas 116 metros, por lo que puede ser perfecto para visitar durante un domingo de otoño. Eso sí, no tiene comercios y el único bar funciona como centro social, ya que fue abierto por encargo para dar comidas y está gestionado por la Junta Administrativa. Para el resto de servicios, la cercanía de Oyón o Logroño soluciona casi todo. Puede entonces que creas que este pueblo del País Vasco, tiene poco que ofrece más allá de su muralla, pero lo cierto es que no es así. En Labraza también encuentras tranquilidad, aire limpio y la sensación de vivir a otro ritmo. Aquí no hay masificaciones ni ruido, y los niños disfrutan de una libertad casi desaparecida en otros lugares. Los mayores lo saben y lo dicen con claridad: «Labraza es desconexión, es silencio, es como estar de vacaciones sin moverse de casa».

El problema de la vivienda y la nueva generación

Al margen de ser para muchos, un pueblo más que visitar. Uno de esos pueblos con encanto que buscamos como plan de fin de semana, el futuro de Labraza depende de que los jóvenes puedan quedarse. Hace treinta años, una docena de parejas decidió vivir aquí y gracias a ellas el pueblo no desapareció. Hoy la situación se repite: hay chicos y chicas que quieren hacerlo, pero levantar una casa fuera de la muralla cuesta cifras imposibles. Con las restricciones urbanísticas que marca ser Conjunto Monumental, las parejas se ven obligadas a marcharse a pueblos vecinos como Meano. La consecuencia es evidente: sin vivienda accesible, la continuidad de Labraza peligra a pesar de que su belleza permanece intacta.

El pinar y el turismo tranquilo

Más allá de la muralla, el entorno suma atractivos propios. El Pinar de Dueñas, autóctono y único en el País Vasco, se ha convertido en destino para colegios, excursiones y visitas botánicas. También llegan autobuses de turistas que combinan Laguardia y Labraza en una misma ruta. Lo peculiar es que aquí no hay tiendas de souvenirs ni calles llenas de escaparates. El visitante encuentra lo que vino a buscar: un pueblo medieval de verdad.

La amenaza de los aerogeneradores

La visita al pueblo de Labraza es del todo recomendable, pero lo cierto es que es justo decir, que el futuro del pueblo está marcado también por un proyecto que inquieta a la mayoría de sus vecinos: la construcción de un parque eólico con ocho aerogeneradores de 200 metros de altura, situados a poco más de un kilómetro del casco medieval. El plan ya cuenta con las autorizaciones necesarias y se prevé que las obras comiencen a finales de 2025, lo que ha disparado las protestas en la zona.

El temor no es solo visual. Con viento norte ya se escucha el zumbido de los molinos de Navarra, y la idea de multiplicar ese ruido tan cerca preocupa a un pueblo que vive de la calma y del valor de su paisaje. Más del 80% de los vecinos rechaza el proyecto. Nadie niega la necesidad de renovables, pero sí defienden que hay otras formas de hacerlo: con autoconsumo, placas solares en tejados y polígonos industriales, sin poner en riesgo un entorno histórico y cultural único.

Fiestas, reivindicación y comunidad

La vida en Labraza no es solo resistencia. Se celebra cada 8 de julio el fuero de San Cristóbal de 1196 con brindis, música y comidas populares. También hay romerías en el molino de abajo y conciertos organizados por los jóvenes

En conclusión, Labraza, el pueblo medieval amurallado más pequeño del País Vasco sigue vivo porque quienes lo habitan se empeñan en mantenerlo así. Y esa es, en el fondo, lo destacable: que en tiempos de prisas y ruido todavía hay un lugar que defiende su silencio como su mayor patrimonio.

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