Ya sólo nos puede salvar Puigdemont

Opinión Eduardo Inda

Un veterano tahúr del Misisipi, que diría el gran Alfonso Guerra, es persona muy de fiar al lado de Pedro Sánchez. El Lazarillo de Tormes, un bendito pringado en comparación con el todavía presidente del Gobierno. Y, obviamente, Luis Candelas era un probo ciudadano si trazamos una analogía moral con el maniaco del Falcon. Que es un mentiroso compulsivo, un cambiador de opiniones según su autodefinición, un tipo que te promete el oro y el moro y luego te deja en la estacada, no sólo lo afirmo yo, que también, lo suscriben quienes fueron engañados por él en todas las fases de su vida pública.

Para empezar por ese oportunista que es Tomás Guitarte que tuvo en su mano impedir esta tropelía en forma de autocracia que padecemos y ahora se pasa el día llorando por las esquinas mientras echa pestes del personaje tras haber sufrido la del tocomocho, tal y como nos cuenta muchas mañanas Federico Jiménez Losantos. El sobre-cogedor turolense que va por la vida de valenciano no sólo se quedó compuesto y sin mamandurrias porque Pedro Sánchez le hizo la tres cuarenta sino que, además, Teruel Existe se quedó a la intemperie de la Carrera de San Jerónimo al no obtener ningún acta en las generales del 23 de julio. Las desgracias nunca vienen solas.

Sánchez es el engaño personificado, el ardid para ganar tiempo, el balón atrás del rugby para poco a poco avanzar posiciones o al menos mantenerlas, en resumidas cuentas, el carpe diem más amoral pero innegablemente rentable que uno pueda imaginar. Ése tan patrio «a vivir que son dos días». Con los peores resultados de la historia del Partido Socialista sacó adelante una moción de censura nunca convenientemente investigada, se convirtió en presidente pese a atesorar 52 escaños menos que Mariano Rajoy y ahora quiere repetir jugada pese a que Alberto Núñez Feijóo le metió un repaso más que notable el 23 de julio.

Pedro Sánchez ha demostrado que es un mentiroso compulsivo, un tipo que te promete el oro y el moro y luego te deja en la estacada

De cómo se las gasta el gachó pueden dar perfecta cuenta tantos y tantos dentro del Partido Socialista a los que usó como vulgares kleenex para luego tirarlos a la basura, cuando no a la hoguera. Me refiero a tipos tan valiosos como José Carlos Díez, Antonio Miguel Carmona, Tomás Gómez y un tan largo como ilustre etcétera. Por no hablar de los purgados posmodernos, léase Iván Redondo, Carmen Calvo o José Luis Ábalos, gente que dio la vida por él y luego comprobó lo agradecido que es el individuo. Lealtad y Pedro Sánchez son palabros antitéticos.

Seguro que desde allá arriba Alfredo Pérez Rubalcaba, el último hombre de Estado dentro del PSOE, sabe de qué hablo. En sus últimos meses de vida, ajeno al ictus que se lo acabaría llevando 20 años antes de tiempo, le contaba a todo a aquél que le quería oír una frase que resume a las mil maravillas la psique del actual caudillo de Ferraz 70:

—No pienso reunirme nunca más con él. Le he visto cinco veces y las cinco me ha engañado… pero no habrá una sexta.

Los últimos en haber experimentado los trucos sin trato del susodicho son los interlocutores de Junts, que el martes a eso de las diez de la noche se encontraron con que el PSOE presentaba con toda suerte de alharacas el compromiso de investidura con ERC olvidando que, como argumentan los propios gerifaltes de la formación de Carles Puigdemont, ellos son «Ana Botín». ¿Cómo que Ana Botín? «Sí», razonan con indudable gracejo, «muy sencillito, metafóricamente somos los banqueros, quienes tenemos la sartén por el mango, por tanto, los que establecemos las condiciones. ¿A que tú no le impones al banco la cantidad que te tiene que otorgar de préstamo, ni el tipo de interés ni tampoco el plazo?». Desgraciadamente, no.

A Puigdemont y sus seguidores no les gusta el fullerito de La Moncloa pero son conscientes de que si alguien les puede dar la luna es él

Pedro Sánchez no debe haberse enterado de quién es Ana Botín en este envite porque, no sólo les ninguneó acostándose con Junqueras y Aragonés sin contar con ellos, sino porque en un ejercicio de jetismo insuperable coló en el pacto con ERC párrafos enteros insertos en el borrador que les había remitido la cúpula de Junts. Si con un par robó una tesis doctoral, algo que le habría costado una sanción penal de no mediar trapi con el máster de Casado, ¿cómo no va a hacer lo propio en una negociación que por su propia naturaleza, y por muchas golferías que se perpetren, es inimputable?

Junts jamás se fio de él. Es más, al prófugo y sus seguidores no les duelen prendas a la hora de admitir que, a la hora de sentarse a negociar, Alberto Núñez Feijóo es «entre diez y veinte veces más confiable». Lo sueltan aun a sabiendas de que un contrato político con sus otrora sosias ideológicos de Génova 13 es a día de hoy un imposible físico y metafísico. No les gusta el fullerito de La Moncloa pero son conscientes de que si alguien les puede dar la luna es él porque, como sabe toda España, media Europa y parte de la otra, carece de los más elementales principios éticos o morales.

Si el cabreo en las huestes independentistas era de un nivel 6,5 en la escala de Richter el martes, el jueves se disparó a un 9 tras comprobar cómo el pájaro o sus pajaritos les había trincado el copyright con alevosía, premeditación y nocturnidad. La indignación se adereza con otro de los golpes bajos preferidos de Sánchez: cerrar una entente con uno para intentar provocar los celos del otro o de los otros. Infantiloides tácticas que pueden funcionar con muchos políticos pero no con un Puigdemont que, más allá de sus ilegalidades, sí ha demostrado una resiliencia que ya le gustaría para los días de fiesta al autor de ese Manual de Resistencia que, como no podía ser de otra manera, le escribieron otros.

Si Puigdemont se mantiene en sus trece, Sánchez tendrá que tragar con la unilateralidad y el reconocimiento de Cataluña como nación

Tomar el pelo a Carles Puigdemont le puede salir muy caro al presidente del Gobierno de España en funciones. Al ex president catalán le podemos negar el pan y la sal pero no su sinceridad. No tiene por costumbre mentir. Las leyes de desconexión, el golpe del 1-O y la Declaración de Independencia del 27 de octubre de hace seis años nos pueden parecer una salvajada pero nadie puede echarle en cara que no hubiera avisado que lo iban a perpetrar. Ni tampoco que si pueden lo volverán a hacer. La cumbre se empina para Sánchez porque al mosqueo reinante en Junts se une la exigencia de que se cumplan todos y cada uno de los preceptos que su líder expuso en el discurso del 5 de septiembre. A saber:

1.- Amnistía, que debe incluir todos los hechos sediciosos acontecidos entre 2013 y 2023. «Reconocer que el 1-O no fue un delito [sic]».

2.- No renuncia a la unilateralidad.

3.-Referéndum consultivo: «No existen impedimentos legales, basta con recordar el artículo 92 de la Constitución [requetesic]».

4.- Derecho de autodeterminación / reconocimiento de Cataluña «como nación».

5.- Condonación de la deuda de Cataluña.

Y, aunque no lo afirmó explícitamente, lo insinuó: servir en bandeja la Alcaldía de Barcelona a Junts que, por cierto, fue la fuerza más votada en las municipales del 28 de mayo. En definitiva, dar el pase al socialista Collboni y que le sustituya el posconvergente Xavier Trias.

A favor del presidente del Gobierno juega el factor humano en el bando de enfrente. En un gesto que le honra, porque podía haberse marcado un yo-mí-me-conmigo modelo Junqueras y cía con el indulto, Puigdemont exige la eliminación de la pena y el delito no sólo de él sino también de los otros 4.000 imputados por el 1-O y la supresión de las multas de hasta 500.000 euros impuestas a decenas de alcaldes secesionistas. Dar plantón a Sánchez y dejar sin gratis total a estos 4.000 correligionarios obligaría al vecino de Waterloo a ejecutar un triple salto mortal desde el punto de vista humano y orgánico. Quitar el caramelo a alguien al que se lo has introducido en la boca no suele terminar normalmente muy bien.

En las filas socialistas confían en torcer el brazo al interlocutor que les puede mantener en el machito con una facilona teoría: «Lleva años fuera de España y no va a soportar quedarse sin volver a Gerona, lejos de su familia y sus amigos». Tan cierto es que se encuentra desde 2017 viviendo a 1.200 kilómetros de distancia de su casa en Sant Julià de Ramis como que los que le conocen coinciden unánimemente a la hora de vaticinar que «le importa un pepino pasarse otros seis años más así».

La cumbre se empina para Sánchez porque al mosqueo en Junts se une la exigencia de que se cumplan todas y cada una de sus condiciones

Me da que no va a ceder en uno solo de los planteamientos que desgranó en Bruselas hace dos meses. La gran duda es qué Sánchez entrará en escena: el bastante desahogado, el muy desahogado o el salvajemente desahogado. Si el bruselense se mantiene en sus trece, el inquilino de La Moncloa tendrá que tragar con la unilateralidad y el reconocimiento de Cataluña como nación, que representaría el primer hito de la globalización de su pretendido derecho de autodeterminación. Son fugitivos de la Justicia pero no tontos y saben que el camino para la independencia se allanará internacionalmente si el Gobierno de España sacraliza el cuento chino ese de que Cataluña es «una nación».

Por muy desalmado que sea y por muy en primera posición de saludo que esté el Tribunal Constitucional, Pedro Sánchez lo va a tener muy difícil, entre otras cosas, porque la amnistía, la «nación catalana», la unilateralidad, la extinción parcial o total de los 74.000 millones de deuda de Cataluña e incluso el referéndum consultivo que sí figura en la Carta Magna acarrearían el descojonamiento definitivo del Estado. No veo yo a magistrados, ni a fiscales ni al PSOE verdadero permitiendo semejante atrocidad. Tampoco al Rey asistiendo de brazos cruzados a esta felonía, siquiera entre bambalinas. A mayor abundamiento hay que calibrar las bofetadas que les podría pegar la hemeroteca a Sánchez y a su banda. El propio interesado dijo la verdad el 20 de julio por una vez y sin que sirva de precedente:

—El independentismo pide la amnistía, algo que este Gobierno no va a aceptar y que, desde luego, no entra en la legislación ni en la Constitución—.

Ironías del destino, yo me aferro a la palabra dada por Carles Puigdemont, que ha subrayado por activa y por pasiva, en catalán, español, francés, inglés y no sé si flamenco, que no basta con que se cumpla una o un par de las premisas que ha puesto encima de la mesa sino todas. Y me da que esto es inasumible incluso para un amoral fuera de serie como Pedro Sánchez. De hecho hay quienes sostienen que la respiración asistida que está regalando a ERC es porque teme que haya repetición electoral, escenario que ha pasado de contar con un 5% de posibilidades al 25%, y los quiere fuertes como antaño para no depender de Junts. Pues eso: que ya sólo nos puede salvar Puigdemont. Así se puede acabar escribiendo la historia.

 

 

 

 

 

 

Lo último en Opinión

Últimas noticias