Volver a Europa estará en manos de los jóvenes británicos

Volver a Europa estará en manos de los jóvenes británicos

“Brexit es Brexit” es la consigna que repitió sin cesar la primera ministra para justificar la última llamada a las urnas en Reino Unido. Una elección que, contrariamente a lo que logró el referéndum de 2016, no ha hecho peligrar la nueva y revitalizada Europa con la que Los 27 nos comprometimos en Roma el pasado mes de marzo.

Los políticos que trabajamos por nuestras regiones, por nuestros países y por el conjunto de la Unión Europea desde su núcleo mismo hemos aprendido a comprender –no con poco dolor– que la marcha británica es la única realidad posible. Nos hemos habituado a operar en los márgenes de esta realidad y hemos forjado sólidos equipos de negociación con profesionales curtidos en el diseño y la implementación de acuerdos que salvaguarden los intereses de los ciudadanos comunitarios.

Estamos preparados para negociar desde hace meses. Aunque los británicos no hacen sino retrasarlo, comenzar lo antes posible era –y sigue siendo– vital para poner fin a la incertidumbre que se ha apoderado de los europeos que residen, trabajan y/o estudian en Reino Unido y de los británicos que hacen lo propio en el resto de la Unión.

El tiempo apremiaba antes de que Theresa May decidiera convocar elecciones y sigue apremiando ahora. Al esperar a marzo para enviar al Presidente del Consejo Europeo la carta de activación del Artículo 50, fue el propio Gobierno británico el que fijó que en abril de 2019, a lo sumo, deberá haber abandonado la Unión. Si bien ya se habla de que habrá que ampliar los plazos por el retraso de Downing Street, aún faltan argumentos para justificar que la Unión permitiese hacerlo. Básicamente porque hay otros muchos asuntos en los que debe centrar su atención, como la creación de empleo de calidad, la erradicación del terrorismo yihadista o el diseño del nuevo presupuesto comunitario que, con Reino Unido ausente, alumbrará un nuevo reparto en las contribuciones y los beneficios.

La Primera Ministra está invitada a sentarse a la mesa de negociaciones el 19 de junio para empezar –de una vez por todas– a abordar temas concretos del acuerdo que deberá firmar Reino Unido para hacer efectiva su marcha. Pero también está invitada a las reuniones del Consejo Europeo para tratar cuestiones prioritarias, como lo son la lucha antiterrorista, la seguridad o la defensa del Acuerdo de París. Aunque la presente generación política británica se sienta autogobernada por el cortoplacismo que marca el autoimpuesto Brexit, para el resto de ciudadanos éste no es, desde luego, el primero de sus problemas. Al margen del Brexit, e incluso en mejores condiciones que antes, la Unión no se detiene a la hora de trabajar en lo que verdaderamente les importa.

Por ejemplo, España ha concentrado esta semana sus esfuerzos en que los demás socios comunitarios asuman nuestros estándares de protección de víctimas del terrorismo. Porque quienes sufren por causa de la barbarie no pueden ser sometidos a largas esperas, a preguntas sin respuesta y a soluciones que poco o nada logran. No debieron haberlo sido los padres y hermanos de Ignacio Echeverría, el héroe español que se enfrentó a tres terroristas armado con nada más que un monopatín. Lo hizo para salvar vidas, sin detenerse a mirar a quiénes pertenecían. La valentía de Ignacio se traduce en la solidaridad y en el valor de la unidad que han despreciado los británicos.

Contra los pronósticos de los populismos más destructivos, hoy la Unión Europea está unida. Posiblemente, mucho más unida de lo que lo ha estado en la última década. Y de la unidad emana su fortaleza en la negociación. La misma fortaleza de la que carece un Reino Unido hoy desunido. Los resultados del viernes abren la vía a que sea la Unión la que saque adelante el proceso desde una posición de liderazgo que le permita llevar la iniciativa en todo momento.

Se espera de la clase política británica –tanto de la gobernante como de la principal fuerza de oposición– que esté a la altura de la decisión más importante que su país ha tomado en décadas. También es deseable que sea coherente y que termine de definirse en un escenario de visible ruptura y palpable desencuentro social.

Europa no aceptará titubeos, rabietas ni arrebatos de última hora. Es mucho lo que está en juego; y el principio fundamental, hoy respaldado sin fisuras por Los 27, está meridianamente claro: no es mejor estar fuera que dentro de la Unión. La opción –que existió– de dar marcha atrás se retiró hace tiempo de la mesa y hoy sólo podemos hablar de realidades cuantificables. Realidades como la ‘factura’ que debe pagar Reino Unido para completar su salida y que se estima en 60.000 millones de euros. Lejos de ser un castigo, constituye un mero cumplimiento de los compromisos adquiridos con todos nosotros para financiar partidas como las becas de los estudiantes en el marco del programa Erasmus+ o las ayudas a los agricultores que otorga la PAC.

Como garante de la voluntad de los más de 500 millones de ciudadanos de la Unión, corresponderá al Parlamento Europeo aprobar el acuerdo final de retirada. Para que pueda hacerlo, éste deberá respetar las líneas rojas que dejamos fijadas una amplísima mayoría de 516 eurodiputados el pasado 5 de abril. Con ellas especificamos que bajo ningún concepto pagará el resto de ciudadanos europeos la cuenta de los británicos, afirmamos con rotundidad que sin la aceptación de las cuatro libertades no debe existir la posibilidad de beneficiarse del Mercado Único y advertimos contra cualquier intento de vincular un futuro acuerdo económico a cuestiones de seguridad. Porque nadie entendería que Londres (¡Londres!) eligiera dejar de compartir y recibir información cuando ninguna ciudad está a salvo del terror.

Esta es la realidad a la que se enfrentan conservadores, laboristas, liberales y, por causa de la aritmética, ahora también unionistas norirlandeses. A un segundo plano ha quedado relegado el Partido Nacionalista Escocés, cuyas ansias secesionistas han sido castigadas por los votantes. Ello demuestra que ni las circunstancias que puedan considerarse más extremas, como son las de un país al borde de abandonar el proyecto del que ha formado parte los últimos 40 años, llevan a una mayoría social a apoyar opciones de ruptura unilateral. En todo caso, la de Escocia no deja de ser una cuestión interna que no compete y ocupa sino al Estado británico.

A los eurodiputados del Partido Popular por España lo que nos ocupa, entre otras tareas, es garantizar la continuidad de los fondos de cohesión. Porque, más allá del Brexit, lo importante es que los hospitales públicos sigan funcionando, que el agua siga llegando a los campos y que los niños sigan teniendo buenos colegios. También lo es acelerar la creación de empleo de calidad en las regiones en las que la lacra del paro aún se hace sentir. No perdemos de vista, sin embargo, que nuestra huerta le vende a Reino Unido por valor de 2.026 millones de euros anuales, que las empresas españolas tienen allí invertidos del orden de 122 billones ni que el gasto que cada año hacen los británicos en nuestro país equivale a un 1,5% del PIB. Nuestra misión es trabajar por la protección de los intereses nacionales y la salvaguarda de los derechos de los 130.000 españoles que viven en Reino Unido.

La reversibilidad del Brexit les toca a los británicos. Porque, si bien el panorama de inestabilidad política que atraviesa Reino Unido la hace prácticamente imposible, está en sus manos y sólo en sus manos. Elección tras elección, los datos demuestran que la esperanza está en la juventud. En un futuro, esa juventud podrá trabajar por recuperar las oportunidades que le arrebataron al alejarla de la Unión. Hoy Reino Unido saldrá de Europa. Mañana, volver estará en manos de sus jóvenes.

Ramón Luis Valcárcel es Vicepresidente del Parlamento Europeo y eurodiputado del Partido Popular

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