La utilidad de lo inútil
“Dormía y soñé que la vida era belleza; desperté y advertí que es deber”. Cuando el gran filósofo Emanuel Kant pronunció esta frase, nunca imaginó que con ella explicaría una gran parte del sentido de nuestra vida.
Los humanos albergamos de forma natural millones de sentimientos, formas de ser y de operar que actúan en constante movimiento. Estos paralelos entre los cuales transitamos a lo largo de nuestras vidas son el carácter sensible y el pragmático.
El carácter sensible apela a ese espectro que podríamos representar con el “alma”. Es aquel que atañe a los sentimientos y las emociones más profundas, el que nos inspira, pero sobre todo, el que nos lleva a desarrollar esa maravillosa capacidad exclusiva del ser humano que es la de crear belleza de la nada (Humanos 1- Robots 0).
Por otro lado, el carácter pragmático es la expresión más terrenal de nuestra vida, y es el que nos van inculcando el colegio, la familia y el entorno, y que poco a poco vamos convirtiendo en ética y moral. Este comportamiento que recibimos, lo utilizamos para representarnos como seres que forman parte de la estructura de una sociedad.
El desarrollo de estos dos ejes nos permite, por el lado sensible mejorar nuestra experiencia humana, y por el lado pragmático que seamos adultos conscientes de nuestros derechos y deberes. Sin embargo, diariamente, actividades como el trabajo y las obligaciones de nuestra propia vida, nos obligan a centrar la atención en temas muy concretos, que con el tiempo, terminan por absorber una gran parte de nuestro tiempo.
Como una gran parte de la vida que nos hemos organizado pasa por pagar facturas, muchos terminan inclinando la balanza hacía el lado más pragmático, para seguir en la espiral infinita de nuestras necesidades. Y como cada día necesitamos más, nos vemos forzados a trabajar cada vez más, dejando de lado -olvidando- esa alma sensible, que aparentemente nada nos proporciona. ¡Oh, gran error!
Dejamos de soñar, de imaginar, de crear, de aburrirnos, y buscamos nuestras musas en redes sociales, vemos lo que nos muestra el Dios Netflix, y nuestro oráculo de Delfos es el todo poderoso Google. Todo esto justificado desde una verdad a medias que es la falta de tiempo. El problema es que terminamos creyendo esta famosa frase, aunque la verdad es que preferimos el consumo fácil que no obliga a pensar.
En España, se calcula que el tiempo promedio de consumo de televisión es de 3.7 horas diarias (25, 9 horas semanales). Esto quiere decir que pasamos un día entero viendo tele, y de verdad, ¿sigues afirmando sin rubor que no tienes tiempo para nada el fin de semana?
¿Es el “deber ser” como nos diría Kant, el que esta impidiéndonos (¿cegándonos?) la posibilidad trascendental del encuentro con aspectos tan humanos como el arte?
¿Acaso no estamos incurriendo en la trampa de la modernidad científica y tecnológica, que nos hace creer que debemos ser útiles en todo momento?.
Debemos permitirnos (¡obligarnos!) a re-conocer la belleza de este mundo, a admirar el simple hecho de amanecer con vida, a un buen café , la sonrisa de quien amas, una canción que te anima, el azul del cielo, la bondad de las personas, y la felicidad de las pequeñas cosas.
Así que estas vacaciones son una buena oportunidad para practicar la utilidad de lo “inútil”.
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