Trileros del lenguaje, ladrones de la verdad
La camada de opinadores del régimen, con Barceló, Escolar, Bolaño, Papell y Palomera a la cabeza, deben solicitar en Ferraz, sin demora alguna, un aguinaldo extra por los servicios vendidos, que no prestados, a la causa mesiánica. Porque uno entiende que debe ser muy duro cambiar tanto de opinión y seguir considerándote profesional de la información, salvo que aspires en la vida a tener los mismos escrúpulos morales de aquel al que rindes pleitesía y la cuenta corriente con los mismos ceros que los amigos del presidente. Cierto es que ninguna autocracia se conformó sólo con la palabra del líder.
Los negros literarios y verbales de Sánchez, papagayos de partido y sigla, hacen un esfuerzo titánico cada mañana al levantarse para sincronizar su rendida sumisión al amo, que va por Europa proyectando sus deseos y acciones en los demás. Aquí, que estamos más acostumbrados a las bravatas y fanfarronería del mandamás de Felonia, ya no sorprende la suficiencia con la que pasea su trilerismo sociópata por los platós, con la tranquilidad de estar bien respaldado (euros, euros) por la corte de serviles amanuenses que luego replican con gusto y desafuero el argumentario de rebaño. Y por si hicieran falta refuerzos, su retaguardia está bien protegida por solventes pensadores como el rey de la telebasura, que en el evento de mayor escenografía norcoreana que uno haya visto en años, salivaba lozanamente ante un rendido consejo de ministros que aplaudía con las palmas abiertas al no autor del libro más hagiográfico de cuentos ha perpetrado la negritud literaria.
Pero Europa, ursulitas mediante, es otra cosa. Ayer pudieron comprobar los eurodiputados cómo se las gasta el sheriff de Moncloa, un tipo que insulta al primer ministro de cada país al que va invitado y es capaz de soltarle al presidente de los populares europeos, principal grupo de la Eurocámara, que su intención es devolver a las calles de Alemania los nombre de los jerifaltes nazis. Sin anestesia. Y tras la jaculatoria parlamentaria, se marchó de allí como Nerón, mientras dejaba ardiendo los cimientos de la Europa democrática, sobre cuyas cenizas quiere erigir su dominio.
El discurso en Bruselas de su Sanchidad, presidente de Felonia, ejemplificó el grado de manipulación del personaje y su corte de palmeros. Una proyección constante de la mentira y alteración de la realidad, en la que atribuía sus propias acciones y deseos sobre los demás. A modo de resumen: mintió cuando dijo que PP y Vox estaban renombrando las calles de España con nombres franquistas, mintió cuando defendió que la amnistía era obligada para mantener la convivencia, con el prófugo delante destapando su vergüenzas y amenazándole sin fisuras, momento en el que Don Perfecto se sujetó el mentón a la correa del ego. Mintió cuando definió como avances lo que ha hecho su Gobierno en la España más dependiente de los fondos europeos desde la Transición. Mintió en su cansina repetición de que el único problema que tiene Europa es la extrema derecha, mientras de soslayo sonreía a la única extrema derecha que le mantiene en el poder.
Nada importa a quien ha robado la verdad del escenario público y se la ha metido en el bolsillo sin intención de sacarla mientras dure su eterno mandato. El clima de crispación que ha generado el presidente elegido democráticamente que menos cree en la democracia se traslada cada día a tertulias y debates cafeteros, donde la frustración de muchos analistas choca con la manipulación ferviente del equipo de opinión sincronizada. Escuchar en la onda de Alsina al iletrado Bolaño, felpudo secular del socialismo, llamar fascista a Vox en la misma frase en la que sostuvo que «si Otegui no existiera, habría que inventarlo» evidencia el desparrame inmoral en el que siempre han vivido los estómagos agradecidos del régimen, lacayos de su infinita, aunque persistente, indigencia intelectual.
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