El Sr. García

Koldo García

Koldo García enriqueció a su familia, tan malo no es el personaje. Puso un piso a nombre de su hija, de manera que es, además, un padre generoso. Seguro que incluso entretenía en las comilonas a su jefe con las historietas de su anterior trabajo. Los porteros de la noche son una raza aparte, con sus abrigos largos y su estudiada agresividad. Además, se compró un piso en Benidorm, que era lo más progresista cuando el programa Un, Dos, Tres era el de máxima audiencia. Esto delata que este hombre ha cumplido un sueño de su infancia, tiene su parte entrañable también. Verlo ahora cabizbajo, con sus gafas de pasta negra y su eterna gorra tapando el casco pensante es ver la versión real del nivel de indignidad al que nos estamos acostumbrando.

No está de más recordar en estos días aquella melodía de Los Morancos (Ni Juana ni Juan): «En un bar de carretera, de los que están retiraos, de los que tienen las luces rojas: ¡un puticlub!». Estos enormes sociólogos finalizaban así: «Yo me voy, me voy». Antes se recomendaba a los jóvenes decentes que no se relacionaran con personas que trabajaran en la noche, luego se añadió el fútbol y ahora hay que incluir la política. Hay algo de repugnante en poseer mucho, cuando mucho es un montón de miserias surgidas de las más bajas pasiones. No tengo del todo claro si el poder corrompe al personajillo que aspira a alcanzarlo o si hay que ser un personajillo de oscuro plumaje para atreverse a lidiar con toda la chusma que hay en esas esferas, ahí ando en la duda. Se aceptan sugerencias, pero sin crispación por el pánico ni redobles de pedantería.

Dejaré a los demás Hegel que se ocupen de estas cuestiones esenciales, limitándome aquí exclusivamente a lo concerniente al carrito de mascarillas salvavidas tirado por borriquitos. El problema de raíz no es que Koldo García se haya forrado a costa de su posición durante la pandemia. El acento hay que ponerlo en que personajes de esta categoría anden merodeando por los círculos de poder, al ser escogidos por los responsables. Chuflas, sinvergüenzas, chantajistas y personas sin escrúpulos los ha habido siempre, y seguirá así mientras el ser humano no se extinga. Se está normalizando que el Gobierno los ponga a «asesorar» a los que toman las decisiones, que en lenguaje real viene a ser «los que hacen el trabajo sucio». La corrupción viene desde la cúpula, de ahí la necesidad de tener a su alrededor miserables de rango superior al suyo, para que callen y apoyen. Del puticlub al puticongres.

Esto requiere de mucha disciplina, y de la comprensión íntegra de las diferencias básicas que existen entre Berlín y Nápoles. Mientras escribo estas líneas, el ministro que lo escogió como asesor sigue sin reconocer que su amoralidad le venía al pelo para sus ambiciones. Este valenciano debió de disfrutar a tope en su juventud la ruta del bacalao, aún sigue dando coletazos. Quizás en una de esas noches desbordantes conoció a su asesor. Palmadita en la espalda y sonrisa franca: «Qué bien me asesoras, Koldete». Y así se va escribiendo la historia de España del siglo XXI. A fin de cuentas, todas estas desventuras de personajillos siniestros ayudan al eclipse de una época política oscura e insustancial, de la que estamos todos deseando salir. Un pasito más hacia delante.

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