«Situaciones-límite»

«Situaciones-límite»

Las cifras oficiales nos dicen que en España ya estamos en 170.000 personas  contagiadas y en 18.000 fallecidas, ostentando nuestro país el triste privilegio de encabezar el ranking mundial de fallecidos por millón de habitantes, seguido, a creciente distancia, de Italia.

En todo caso, es necesario insistir que se trata de cifras «oficiales», porque no es preciso «monitorizar las redes sociales», para darse cuenta que los contagiados y muertos reales son muchos más, habida cuenta de que estos números contabilizan tan solo a los fallecidos confirmados previamente como positivos, que es un porcentaje muy bajo respecto del total de la población, dado que apenas se realizan tests.

Vivir una experiencia que, como acertadamente se ha recordado, no se había producido desde la Segunda Guerra Mundial -al menos en gran parte de  Europa y, desde luego, en España- está sirviendo de banco de pruebas para, entre muchas otras cosas, conocernos mejor a nosotros mismos, tanto a nivel personal como social y nacional.

Es esta realidad un claro ejemplo de las llamadas «situaciones límite», término acuñado y descrito por el filósofo Karls Jaspers en 1919. En su obra La psicología de las visiones del mundo, analizó con especial agudeza la respuesta del hombre y la sociedad en su conjunto, ante ese tipo de situaciones que el hombre no puede cambiar ni eludir, y conforman «los límites de su existencia, más allá de los cuales se extiende la nada». Son experiencias como el sufrimiento, el destino, la muerte…, que crean -según él-, «los marcos de la vida espiritual del hombre y su actividad práctica».

Ese año de 1919, la Primera Guerra Mundial y la epidemia de la impropiamente denominada «gripe española», habían provocado una hecatombe mundial de decenas de millones de muertos, además de una enorme destrucción material. Se entiende muy bien que del escenario dantesco que se había vivido en aquella trágica contienda, a la que se superpuso aquella terrible epidemia -que hizo coincidir todo el catálogo de situaciones-límite-, brotara la necesidad profunda de dar un sentido a nuestra existencia.

El problema es que la humanidad no aprendió en absoluto la lección, y llegaron los «felices años veinte» al creer que, tras haber padecido aquella tragedia colectiva, la guerra sería algo superado en la historia humana. En 1919  —en la misma fecha en que Jaspers publicó su obra—, se creó por el Tratado de Versalles la «Sociedad de las Naciones», que debía garantizar un nuevo marco de relaciones internacionales que, además de solucionar los inmediatos problemas subsiguientes a la Gran Guerra, evitara en el futuro nuevos conflictos bélicos.

Tras la Gran Depresión que siguió al «Crack del 29», y que la Sociedad de las Naciones —antecedente de la actual ONU—, no pudo ni supo contener, llegaría diez años después , en 1939, el cataclismo que ahora  se señala como antecedente histórico al que remitirnos para explicar la magnitud de la tragedia que encaramos en la actualidad.

La Historia de los pueblos se repite porque el hombre, protagonista de escribirla, reincide en su conducta. Lo intuyó a la perfección un existencialista como Jaspers, como también lo hizo un gran teólogo de la Historia, san Juan Pablo II. En su obra Memoria e identidad —escrita «a cuatro manos» con Vittorio Messori—, tras haber vivido en su Polonia natal con mayor dramatismo que en ninguna nación del mundo, aquel terrible holocausto con la invasión nazi y comunista, afirma que «la historia del hombre se desarrolla en la dimensión horizontal del espacio y del tiempo. Pero, al mismo tiempo, está como traspasada por una dimensión vertical. La historia no está escrita únicamente por los hombres. Junto con ellos, la escribe también Dios». Por supuesto, respetando siempre su libertad.

Aprendamos de la experiencia, adónde nos ha llevado despreciar esa «dimensión vertical» en el pasado, para no reproducir ahora los mismos errores. De momento, en la actualidad no abundan los dignatarios que la estén teniendo en cuenta, ni en Europa ni, especialmente, en una nación de tan profundas raíces cristianas como es España. Y así nos va en el ranking mundial.

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