El necesario final del sanchismo

Final Snachismo

España está recorriendo la última parte de esta legislatura del presidente Sánchez con una situación económica que estructuralmente es mala, con una deuda desbordante, con unos ingresos incrementados transitoriamente por efecto de la inflación y que no son suficientes para rebajar el déficit de manera clara, sino que incentiva lo que se llama el presupuesto total: todo lo que se ingresa se gasta.

En estos meses, Sánchez, que ha llevado el gasto a cotas inimaginables, lo acelera con la convicción de que sus subvenciones prometidas le permitirán reeditar la coalición Frankenstein, que ha sumergido a España en un esperpento en el que algunos miembros del Gobierno atacan a la monarquía, por ejemplo, protegen a los okupas, se entrometen en las decisiones empresariales y atacan directamente a muchos empresarios que generan riqueza y puestos de trabajo en España.

Todo ello, intentando resucitar un clima de enfrentamiento ya felizmente superado con la Transición, que emponzoña la convivencia de los españoles, reabre heridas cerradas y genera odio, porque el Gobierno cree que su mayor opción para repetir está en recurrir a los elementos viscerales que puedan hacer que sus votantes no se queden en casa. Nadie ha utilizado más a Franco que este Gobierno, que se ha convertido, en muchos sentidos, casi en columna vertebral de su programa electoral, del que copian, por ejemplo, su profundo intervencionismo en el mercado de la vivienda, que causará un gran perjuicio a la economía.

Sánchez nos endeuda de manera muy preocupante; siembra de subvenciones el terreno como muchos entrenadores riegan los campos de juego antes de un partido, bien para tratar de que el balón corra más rápido con ese gasto añadido, bien para embarrarlo con la vuelta al rencor de la guerra civil; anula cualquier comparación de los datos del paro con su cambio normativo, que convierte artificialmente en indefinidos a quienes no lo son; siembra inseguridad jurídica y ahuyenta inversiones.

Todo ello, apoyado en compañías tan poco recomendables como Podemos -sus políticas son las que se han aplicado en Cuba o Venezuela, donde la población tiene dificultades para poder comer-; ERC y los restos de Convergencia, algunos de cuyos líderes fueron condenados por el intento de golpe de Estado, bajo el delito de sedición, que Sánchez ha edulcorado a medida; y con el antiguo brazo político de la banda terrorista asesina ETA; todo ello, con el PNV de fondo, siempre en busca de conseguir réditos para su comunidad autónoma en forma de transferencias, cupo o competencias.

El sanchismo habrá constituido uno de los peores momentos de la historia de España, sin duda, el peor de la democracia -aunque el mal se introdujo con la gestión de Zapatero-. Sánchez pasará a la historia como un gobernante que anteponía siempre sus intereses a los de su país; que tuvo tics autoritarios -recordemos los estados de alarma declarados inconstitucionales; que se entrometió en la actividad empresarial; que modificó la tipificación de delitos para satisfacer a sus socios parlamentarios; y que aplicó políticas populistas propias de una república bananera. Todo ello, en medio de una losa de deuda con la que carga a las generaciones actuales y futuras. Por eso, España necesita cuanto antes que el sanchismo llegue a su fin, que acabe en diciembre, al celebrarse las elecciones generales, esta pesadilla que habrá durado más de cinco años. Es necesario para que el país recobre importancia económica y para que la economía vuelva a generar seguridad jurídica y atraiga inversiones con las que generar actividad económica, empleo y prosperidad.

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