Si Ábalos acaba dimitiendo, Sánchez irá detrás

Ábalos Sánchez

A un tipo que ha cesado a más ministros que ningún otro presidente en democracia no se le puede exigir ni un mínimo de lealtad, pero quizás sí se le puede pedir prudencia por si acaso el boomerang decide que ya es hora de volver.

Con la petición de dimisión de Ábalos, el PSOE ha establecido un baremo moral muy peligroso para el futuro de Pedro Sánchez, particularmente porque cualquiera de las dos opciones que justifica su planteamiento es a cada cual peor.

Primera opción: creen de verdad que Ábalos es inocente, pero culpable in vigilando por haber permitido que su asesor, presuntamente, se lucrara cobrando comisiones en nombre del Ministerio. La duda lógica que se plantearía cualquiera que pertenezca a la fachosfera, es decir, que no esté comprado por Sánchez; sería que por qué hay que detener las responsabilidades políticas en Ábalos y no subir el baremo al presidente. Entre otras cuestiones porque, siguiendo esa lógica, ¿si acaban imputando a José Luis Ábalos debería el PSOE presentar una automoción de censura contra Pedro Sánchez? Si el inmediatamente superior es responsable de las acciones del inferior, en su propia escala de valores no cabría duda. Que dimita Sánchez por las golferías de su ministro.

Segunda opción: en realidad creen, porque disponen de más información que usted y yo, que Ábalos es culpable. Le exigen dimitir porque saben que su imputación caerá tan pronto como sea posible procesalmente y prefieren que para entonces sus presuntas fechorías no lleven el carnet socialista a cuestas. En tal caso, ¿por qué no se ha personado el Gobierno de España, el PSOE y hasta Pedro Sánchez en persona como acusación particular? ¿Por qué no hay comisiones de investigación en todos los ministerios e instituciones afectadas? ¿Es una manzana podrida de la que tienen constancia o es una organización criminal con ramificaciones de la que sólo conocemos la vía Ábalos? En cualquier caso, por acción u omisión, el PSOE está en las últimas.

José Luis Ábalos no puede dimitir porque si lo hace pierde el aforamiento y con total seguridad sería detenido y puesto a disposición judicial en horas. Precisamente porque por su condición de diputado sólo puede juzgarle el Tribunal Supremo, el juez que se hace cargo de esta pieza no va a imputarle hasta que esté completamente seguro de que ha terminado la instrucción de todo el caso, para lo que pueden quedarle meses o incluso años. En el momento en el que procese a Ábalos, todo el caso pasará al Alto Tribunal y estos meses de investigación pasarán a manos de otro juez con la consiguiente pérdida de poder instructor y, por qué no decirlo, de responsabilidad y fama por llevar un caso de tal magnitud.

Los tiempos juegan a favor de Ábalos si se mantiene en su escaño, y desde luego juegan en contra de Sánchez tanto si el ex ministro decide tirar de la manta como si su silencio cómplice pareciera que esconde algo incluso más grave que la propia realidad. Sobre todo porque cuando te mimetizas hasta la extenuación con tu lacayo más fiel, sea Koldo para Ábalos o Ábalos para Sánchez; es imposible disociar la labor del mandado de la del mandatario.

Este caso es la punta del iceberg del caso mascarillas en el Gobierno central. Un asunto con el que el PSOE quiso acabar con el alcalde de Madrid, pero que dos años después se va a convertir en el mayor quebradero de cabeza de estos que ahora pisan moqueta porque, en 2018, un mal llamado juez escribió una frase en una sentencia diciendo que el PP se lucró indirectamente porque algún corrupto de poca monta se llevó una cantidad irrisoria en comparación con lo que ha robado el socialismo siempre. Por eso el caso Koldo no es el caso Ábalos, es el caso Sánchez. Un caso consecuencia de la falsa sensación de impunidad con la que se cree un equipo de gobierno dispuesto a cambiar presos por presupuestos y amnistías por investiduras. Un Consejo de Ministros nacido de una mentira y asentado sobre una superioridad moral autoconferida en la que el bien es todo aquello que bendiga Pedro Sánchez y el mal es todo lo demás.

Su único problema es que ahora hay un señor con una aguja a punto de pinchar la burbuja de mentiras sobre la que han construido todo. Una burbuja que, como se pinche, va a acabar con todo y todos. Estamos en manos de un señor de nombre José Luis y de apellido Ábalos.

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