Sergio Rodríguez lamina a Lamin

Sergio Rodríguez lamina a Lamin

Les aconsejo visionar en el canal de youtube del Parlamento balear el antológico discurso del pasado martes del diputado de Vox Sergio Rodríguez, en defensa de la derogación de la ley de Memoria Democrática. Un discurso directo, meditado, documentado, bien interpretado, señalando la parte de responsabilidad, aun siendo indirecta, del PSOE en el levantamiento militar de julio de 1936. Alguna diputada, como la menorquina Gómez, quedó en estado de shock en la réplica sin saber qué contestar mientras a la ciudadana Ramón no se le ocurrió otra cosa que recitar el rosario de víctimas asesinadas. Le faltaron unas cuantas, adivinen cuáles, pero no vamos a pedir peras a un naranjo. No faltó de nada al discurso de Rodríguez, ni siquiera una documentadísima lección de historia del asesinato de García Lorca a la ciudadana Carrió.

Tal vez el discurso de Rodríguez haya sido el que mayor incomodidad haya provocado entre la feligresía zurda de la cámara balear durante los últimos lustros. Y no sólo entre la izquierda. Y es que uno no tiene la sanísima costumbre de que le pongan ante su propio espejo y tener la obligación de oír por primera vez en su vida una catarata de datos y verdades que dejan al partido que funciona como la «casa común de la izquierda», el Partido Socialista, a la altura de lo que ha sido su funesta historia, un legado que sólo ignoran los aborregados hijos de la LOGSE y quienes no han leído un libro de Historia en su vida.

La incomodidad era evidente en una Mercedes Garrido que, situada a las espaldas del tribuno Rodríguez, arqueaba las cejas cuando el diputado de Vox le recordaba la humanidad pecaminosa de Che Guevara, otro icono de la izquierda como la santa (laica) Aurora Picornell, esta rebelde de la II República en la que nunca creyó al igual que todos sus correligionarios comunistas, devenida ahora súbitamente en icono intocable de aquel infausto régimen que algunos pocos tratan de reivindicar y subrogarse como herederos. Les regalamos gratis todos sus títulos de albaceas. Ni saben de lo que hablan ni de quién ni qué heredan.

Frente al juego de espejos y categorías gracias al cual la izquierda nos impone su delirante relato de la Guerra Civil y el franquismo, dando carnés de herederos de uno y otro bando en función de lo que pensamos, como si la propia izquierda, juez y parte, no fuera la principal interesada en esta macabra concesión de bulas y salvoconductos, Sergio Rodríguez, uno de los mejores oradores del hemiciclo, tuvo que recordarles a las señorías parlamentarias un hecho obvio: ninguno de los partidos con representación en la cámara tenía ninguna responsabilidad en la sublevación militar de 1936… salvo el PSOE, un partido con las «manos manchadas de sangre» y que, en aquel paraíso que fue el Madrid de 1936, llegó a controlar cerca de 50 chekas donde se torturaba y mataba a los declarados como enemigos de clase.

Rodríguez tuvo a bien recordarles a nuestras señorías esta indudable lección de paz y amor como fue el asesinato del diputado derechista José Calvo Sotelo a manos de una patrulla de guardias de asalto trufada de socialistas y funcionarios que trabajaban al más alto nivel para el ministro socialista Indalecio Prieto. Tras el magnicidio, los dirigentes socialistas, en vez de buscar a los culpables, los protegieron, una prueba definitiva para entender cómo se desploman los Estados de Derecho y cómo empiezan las guerras fratricidas, concretamente cuando el Estado no puede garantizar la seguridad y la vida de sus ciudadanos, no digamos si se pone descaradamente de una parte, dejando abandonada y huérfana a la otra mitad. Como tituló con acierto el historiador Ricardo de la Cierva, «media España no se resigna a morir».

Partidarios en su mayoría -salvo la excepción de Julián Besteiro- de la revolución bolchevique para quienes la II República no era más que un trampolín que había que estrujar y utilizar para conducir a España hacia otro paraíso soviético, los dirigentes socialistas, desde Indalecio Prieto, pasando por Largo Caballero hasta Margarita Nelken, no dudaron en preanunciar una y otra vez una Guerra Civil que finalmente terminó estallando. No dudaron en anunciar el golpe de estado (el suyo, no el de los militares) si España caía en manos «fascistas», un anuncio que no había que tomarse de farol pues los socialistas ya habían capitaneado la sublevación de octubre de 1934, un auténtico golpe de estado que terminó con más de mil muertos en Asturias y más de 30.000 encarcelados y que luego fueron amnistiados, como lo han sido ahora los golpistas catalanes por Pedro Sánchez, tras imponerse el Frente Popular (corramos un tupido velo sobre cómo se impusieron) en las elecciones de febrero en 1936.

Nos dicen las cacatúas de la «memoria histórica», ese oxímoron, que hay que aprender del pasado para no repetirlo mientras el PSOE no hace otra cosa que repetirlo, una prueba más que nos demuestra que la explotación de la memoria histérica nada tiene que ver con la reparación y la no repetición sino más bien con el pretexto de una Buena Causa (la Mejor Causa) para señalar y hostigar a sus adversarios políticos a los que se les cuelga el sambenito de fachas con el único fin de desautorizarles políticamente. Un ataque ad hominem en toda regla que les ha dado pingües beneficios electorales y que sigue marcando el imaginario colectivo de muchísimos españoles, de ahí que se nieguen a soltar por las buenas al fascista imaginario.

Facha lo fue la Alianza Popular de Manuel Fraga, facha lo fue el PP de Aznar cuando no tenía competencia, facha lo fue Ciudadanos de Albert Rivera, facha lo fue la UPyD de la socialista Rosa Díez y facha lo es Vox. Supongo que ahora también Alvise, requetefacha. Que nunca deje de haber un facha en tu vida. Y es que, como reza el sonsonete del equipo de opinión sincronizada liderada por Lo País, «nuestra derecha nunca ha sido equiparable a la del resto de Europa», cuando lo que no es equiparable bajo ningún concepto es nuestra izquierda. En fin, si me permiten la proyección freudiana, la izquierda es exactamente como ve a la derecha, es como cree que es la derecha. Ni más ni menos.

Siempre habla quien no debe y Omar Lamín, el diputado socialista al que le han encargado la ardua tarea de salvar del oprobio a su propio partido, el único «con las manos manchadas de sangre» de la cámara balear, no pudo apenas oponer a Rodríguez más que la santa indignación de los puros y la lengua de madera propia de los fanáticos memorialistas. Lamin fue laminado del hemiciclo, ciertamente, pero no crean que el rapapolvo del diputado de Vox le haga cambiar de opinión mientras busca a estas horas quiénes eran Nelken o Prieto.

No en vano en la mentira oficial que quieren salvaguardar leyes como la que se empezaba a derogar el martes, reside toda la superioridad moral de una izquierda que sigue sacando petróleo de Francisco Franco y su dictadura mientras, por contraste, idealiza esta II República levantada «sólo para republicanos», como les recordó el bravo diputado de Vox, una república que ni siquiera permitía la alternancia política y que terminó como tenía que terminar, en una guerra fratricida, certificando así su fracaso descomunal. Una guerra civil preanunciada tantas y tantas veces por los socialistas, sólo que con un resultado inesperado en el guion: la perdió quien la tenía que ganar y la ganó quien la tenía que perder. Una derrota, 90 años después, que, en justa venganza, la izquierda sigue capitalizando bajo el disfraz de falsas víctimas y encubrir de paso a los sanguinarios de sus propias filas.

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