Predicar con el ejemplo

Predicar con el ejemplo

Mi padre, albañil sin estudios, educó a cinco hijos en determinados valores de comportamiento. Necesitaba hablar poco porque predicaba con el ejemplo y solo una vez me dio una charla “de hombre a hombre”, cuando tenía 13 años y dejé la escuela para trabajar. Me dijo cosas como: no cojas nada que no sea tuyo; lo que se dice, se hace; que no tengas que avergonzarte por lo que haces; no agaches la cabeza ante nadie por poderoso que sea. He procurado ser fiel a esos consejos.

No sé qué educación han recibido los políticos que rigen los destinos del país. Por sus comportamientos ninguno de ellos cumple los mínimos requisitos éticos que son exigibles a un político en una democracia. Mienten, manipulan, despilfarran, amantes de la pompa y el boato y ninguno es coherente en su comportamiento, en lo que hace con lo que dice que hay que hacer. Nunca se aplican a ellos y sus partidos lo que predican a la ciudadanía. Son como un maltratador que imparte lecciones de buena conducta o como el kamikaze que da lecciones de conducción responsable. Así se comporta la inmensa mayoría de nuestra clase política.

En el discurso todos están contra el cambio climático y en los hechos todos siguen derrochando y contaminando. Usan sus potentes coches blindados, aviones oficiales y helicópteros presumiendo de poder, con postureo para ir a la vuelta de la esquina como hace Pedro Sánchez; Usan coches de gasolina que consumen 18 litros a los 100 km. como Barden, o viajan en jet privados como hace Alejandro Sanz. Estos tres y otros muchos pijoprogres de salón tratan de darnos lecciones a los demás desde un cinismo hipócrita que rebela al más pacífico ciudadano. Un despropósito en cualquier sociedad democrática donde lo normal sería que nadie que se comporta así tuviera ninguna posibilidad de ser elegido ni pudiera predicar de palabra lo contrario de lo que hace. Arrojan sus cínicas prédicas sobre gente corriente con coches de gasoil porque el eléctrico no lo podrán pagar, que vive en barrios de ciudades dormitorios desde donde van andando, con lluvia, nieve, viento, calor o frio hasta la estación de tren o autobús que no suele coincidir en la puerta de su casa.

Predicar con el ejemplo sería la solución para acabar con las prácticas corruptas que inundan las instituciones en este país. Decir la verdad. Menos pompa y boato, menos coches oficiales y escoltas, menos tarjetas de crédito, menos colocación de amigos en las distintas administraciones, menos chiringuitos mamandurrias a vividores con nuestro dinero, entre otras, son una exigencia ética de un régimen democrático. Cualquier pelamimbres de un ayuntamiento compra votos con subvenciones, o tiene un despacho como el del director general de la Junta (que su novia remodela con dinero de todos)  donde se puede jugar un partido de fútbol, y cada vez que cambia el Gobierno entre 500 y 1.000 amiguetes pasan a cobrar del presupuesto público salarios de escándalo en un país con 13 millones de pobres.

La política, si alguna vez fue una vocación de servicio público que exigía renuncias, hoy es un ascensor social para que gente sin escrúpulos ni conocimiento empiecen en las juventudes de un partido y, apoyando al líder de la secta, ir escalando puestos hasta llegar donde nunca debería estar en función de sus nulas capacidades y conocimientos. Científicos, ingenieros, doctores… en el paro, emigrantes en el extranjero o con salarios de miseria y políticos desde que eran menores de edad cobrando salarios obscenos propios de dictaduras bananeras.

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