Un plan contra el Frente Popular

Pedro Sánchez

Nadie imaginó, aquel febrero de 1936, cuando las urnas se cocían en el puchero, que pocos meses después, España estaría en guerra civil. O quizá algunos sí lo imaginaron, en concreto, los dirigentes del Frente Popular, cuando sus soldados se presentaron en los colegios electorales, rifle en ristre, para amedrentar al pueblo que quería votar en libertad, secuestrando posteriormente las sacas en gran parte de ellos, ante el miedo de quienes debían velar por la integridad y limpieza de los comicios. Era la antesala del conflicto que poco después iba a desatarse por la misma izquierda política, sindical, mediática y social que llevaba provocando el caos y la violencia desde 1931 y con más efervescencia, desde el golpe de Estado de 1934. La historia no se repite si no hay voluntad de repetirla. Pero quienes crearon el clima que desembocó en la barbarie, repiten hoy gobierno, síntomas, retórica y acciones. Mismos partidos, diferentes actores, idéntico propósito: el enfrentamiento social y la dictadura de los votos.

Cuando la escolta personal del socialista Indalecio Prieto, dirigente principal del PSOE, asesinó a uno de los líderes de la oposición, José Calvo Sotelo (habiéndolo intentado también sin suerte con Gil Robles, si bien los asesinos no le hallaron en su casa cuando fueron a buscarle), España se condenó al fratricidio porque la izquierda así lo dispuso. Desde que no aceptaron en 1931 el triunfo de las candidaturas monárquicas en el conjunto de la nación (sobre todo en las zonas rurales), llenando el vacío de poder que provocó la huida de Alfonso XIII, socialistas, comunistas y anarquistas, más sus socios separatistas, se dedicaron a hacer la vida imposible a la España que no era de izquierdas, y eso incluía la intimidación por las calles, la amenaza parlamentaria constante, las leyes contra la mitad de la población, el control de los medios y empresas, la destrucción del patrimonio eclesiástico y la persecución de asociaciones y colectivos de derecha. Todo ello previo pago de una inteligencia soviética que monitoreaba cada movimiento y decisión del PSOE y del comunismo patrio, tan alineados entre sí que dificultaba la diferenciación ideológica y política. Los discursos incendiarios y belicosos de Largo Caballero y Pasionaria eran de tal similitud que desde Moscú daban el plácet a que el Frente Popular lo dirigiera la rama leninista del PSOE.

La izquierda creó durante años el caldo de cultivo para la guerra, convencida de que la ganaría por recursos y materiales, por disponer el control del Ejército casi en su totalidad y por la ayuda exterior que le llegaría. Esa convicción, manifestada por Prieto, que luego en el exilio se arrepentiría por su responsabilidad y la de su partido, el PSOE, en el conflicto, es la que hoy resucita Sánchez como programa de gobierno, cuya ejecución imita al milímetro lo que vivieron los españoles en aquella infausta república. Asociado con la purria nacionalista, con el terrorismo de nuevo cuño, revisita la historia para reescribirla mediante leyes creadas con objeto de manipular las conciencias de quienes la reciben en las aulas, gracias a los comisarios políticos modernos: los profesores woke. Al mismo tiempo, sobornan a la prensa servil con dinero público para que acepten la demolición de la democracia, cómplices de una decadencia que ya vivieron en el pasado otros periodistas. Por el camino, controlan las instituciones, amenazan, descalifican, acosan y justifican el insulto y la agresión contra la oposición, mientras saquean el erario público, llevándose fuera del país el dinero de todos sin que nadie investigue ni detenga a sus responsables. Y entremedias, adormecen a la sociedad con conflictos constantes, clima prebélico irrespirable y sensación de impunidad permanente, lo que abunda en la desidia de quienes no ven salida ni solución a la decadencia creada. Cuando España caiga en la miseria más absoluta gracias al socialismo, sus causantes estarán disfrutando de lo robado en otro lugar, como antaño hicieron los Negrín, Prieto, Azaña, Largo Caballero y el resto de ladrones que perpetraron el asalto al oro del Banco de España.

La idea de unir contra este nuevo Frente Popular a una oposición que no marche por la senda sanchista es una obligación moral de todo aquel representante que aún conserve cierta legitimidad pública y respeto por el Estado de derecho, la legalidad vigente y las instituciones garantes de la democracia liberal y la monarquía parlamentaria. A Gil Robles y Calvo Sotelo también le separaban cuestiones irreconciliables: tantas como a Feijóo y Abascal. Dichas diferencias no le importaron a la izquierda de entonces. Uno fue asesinado por la motorizada del PSOE y el otro escapó por los pelos. Casi un siglo después de la ominosa década que marcó nuestro siglo veinte como nación ante el mundo, España vuelve a estar en manos de los mismos desalmados y delincuentes que provocaron aquellas muertes. El Companys de ayer se llama hoy Puigdemont, la Pasionaria se viste hoy de Montero -un día Irene, al otro, Marisú- Indalecio Prieto es Bolaños conspirando entre bambalinas y Largo Caballero representa el espejo en el que se mira Sánchez para repetir a sus acólitos que el socialismo es incompatible con la democracia. Unirse contra la mentira, el crimen y la dictadura empieza por dejar los cálculos electoralistas y empezar a entender que la libertad no se puede defender si antes has perdido la vida.

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