De Le Pen a Podemos: el magma populista
“Ni con la bayoneta en el cuello voto yo por Macron. ¿A Le Pen? Eso ya es secreto”. A buen entendedor, pocas palabras bastan, y éstas en concreto son de Jorge Verstrynge, el inspirador y padrino ideológico de Podemos. Establecer una conexión simple y directa entre la formación morada y el Frente Nacional —que ha sufrido una dulce y peleada derrota— sería injusto, una falacia. Y sin embargo, las huestes de Iglesias y las de Le Pen se han apoyado y se apoyan en formas de pensamiento que presentan analogías, han usado y usan herramientas propagandísticas similares porque con frecuencia, más en la forma que en el fondo, los extremos se tocan. Y éste es un caso de libro.
La muchachada de Pablo y las tropas de Marine proponen soluciones mágicas para liquidar problemas complejos. Unos y otros, bien asentados y aferrados a la palestra donde permanecerán un largo tiempo, han aprovechado el caldo de cultivo creado en sociedades —como la española y la francesa— para instituirse en representantes, abogados y tutores de los desclasados. Ambos se encuentran cómodos nadando en el revuelto y vasto océano antisistema, donde se maneja con demagogia el pretexto de llevar la voz de los excluidos para promover todo tipo de iniciativas radicales susceptibles de tumbar por knock out el orden económico dominante. Allí y acá viven de la movilización martilleante y la agitación sistemática de los ciudadanos —principalmente las otrora clases medias, ahora venidas a menos— para sustituir a un establishment ciego, sordo, insensible, onanista.
Pero hay más. Esta nueva masa granítica que recorre Europa —miremos Syriza en Grecia o el Movimiento Cinco Estrellas en Italia— vive de la ruptura social, de los liderazgos caudillistas, de la revisión de obsoletas teorías marxistas donde explotados se levantan contra explotadores, de la rebeldía mal entendida: o sea, de la pulverización de los principios, normas e instituciones que vertebran los regímenes que aspiran a poner patas arriba para levantar no se sabe muy bien qué —o, en ciertos casos, mejor no imaginarlo—.
Podemos y el Frente Nacional, como partidos extremistas gemelos asentados en Europa central y en pleno apogeo, se aferran por definición a la causa del desempleo masivo, de la desigualdad, de la pobreza, a la fractura entre lo que dicen los «viejos dirigentes» y lo que se palpa en la calle por quienes se sienten no defraudados sino engañados. Ellos son la moralidad frente a «la corrupción» de los que están cómoda e injustamente asentados en el poder, perpetrando toda clase de abusos y obteniendo toda suerte de privilegios.
Mario Vargas Llosa asegura que “el populismo es el camino para la autodestrucción de la democracia”. Hay una rica variedad de vías y tiempos para aniquilar valores sagrados como la libertad o la fraternidad. Y hay momentos en los que se convierte en un imperativo cívico y ético luchar para que ningún partido o salvapatrias, bajo ningún disfraz, pueda resquebrajar los más hondos cimientos de nuestras abiertas democracias prostituyendo sus esencias. Éste es uno de esos momentos.