Pedro y el lobo

Pedro lobo

Pedro y el lobo es un conocido cuento infantil cuya moraleja -aún en tiempos de post verdad como los que vivimos- puede resultar profética: «No se debe mentir, porque si mientes mucho la gente no te creerá cuando quieras decir la verdad y eso será un problema, el lobo te comerá las ovejas y nadie te ayudará». Tengo para mí que no pasará demasiado tiempo hasta que esta moraleja sea invocada a diestro y siniestro para explicar por qué Pedro Sánchez, ese estafador que habita en la Moncloa, encontró en su pecado la penitencia.

Que Sánchez es un mentiroso lo sabe todo el mundo; tanto como que esa cualidad de pícaro redomado es la que le convierte en un ídolo para sus fieles ovejas que se sienten protegidas por un tipo que ha demostrado ser un pillo cum laude, capaz de mentir sin necesidad y para que se note quién manda. Que le adore su rebaño no tiene pues misterio, pues él los conduce al pasto diariamente y no tienen que preocuparse de nada, sólo de seguirle sin levantar la cabeza. Pero merece una reflexión el hecho de que millones de ciudadanos que no están formalmente sometidos a las reglas del rebaño sigan eligiéndolo como jefe de la manada. Y más aun que este farsante despierte fascinación entre individuos cultos que presumiblemente no le votan. Vean, por ejemplo, el mensaje que hace unos días dejó Arturo Pérez-Reverte refiriéndose a él: «Desde luego, es un genio. Embustero, tramposo, sin escrúpulos, pero un genio. Sigo fascinado. Aguantará hasta que agote los conejos de la chistera y no quede nadie a quien vender o traicionar. Entonces los suyos y sus socios lo despedazarán. Pero que le quiten lo bailaó».

Se podría razonar este anómalo comportamiento de la sociedad española aduciendo al hecho de que nuestra democracia es muy imberbe y poco estructurada, lo que explicaría la carencia de espíritu crítico; a que la mayor parte de los medios de comunicación y de los prescriptores de opinión están al servicio del capo y de su banda; a que la ausencia de pedagogía democrática ha contribuido a la pérdida de valores… Pero a lo mejor la explicación de que un impostor como Sánchez haya logrado encadenar éxitos geniales , impensables en cualquier sociedad democrática con ciudadanos mínimamente informados, resida en el hecho de que un alto porcentaje de españoles adora a los pícaros, esos golfos a los que no elegirían como amigos pero que les gusta tener como representantes políticos para que se comporten con sus adversarios como a ellos les gustaría, aunque por cobardía o por alguna limitación ética o moral no se atrevan a hacerlo.

Sé que esta conclusión puede parecer demasiado simplista y nada edificante para nuestra autoestima, pero me temo que se acerca mucho a la verdad. ¿O acaso, a estas alturas, pueden los españoles que han vuelto a votar al impostor (decenas de miles de ellos en Cataluña a través del ministro de la muerte) puede apelar a desconocimiento o engaño? Ya; sé que el miedo/odio a la derecha ha sido inoculado con mucha más precisión que todas las vacunas Covid y ese virus activo juega también su papel cada vez que vamos a las urnas. Pero la fascinación por el golfo es previa, emocional y vertebradora, y por eso nadie parece estar a salvo. Esta conclusión tiene otra pega: que no le podemos echar la culpa a nadie, porque no hay nadie que se parezca más a un representante político que aquellos que le han votado… o que le admiran en secreto. Pero, honestamente, creo que es lo que hay.

Nadie de los que han votado a Pedro Sánchez lo ha hecho engañado, no hay traición, pues que les vaya a hacer reconsiderar su voto en el futuro, por lo que volverán a votarle…, hasta que lo sienten en el banquillo sólo o en compañía de su familia. Es un hecho que al mentiroso se le descubre rápidamente, mientras que al ladrón suele costar más tiempo pillarlo con las manos en la masa para poder demostrar que se está incautando de lo ajeno. Y es que cuando se trata de aplicar el Código Penal no es suficiente conocer la verdad, hay que probarla. Pero es un hecho indiscutible que quien roba miente y que quien miente roba.

Que Sánchez miente ya está probado. Y cuando llegue el momento de la segunda parte probatoria –más bien pronto que tarde– los cuentos de Pedro se diluirán ante una señora –que no es la suya– que en su mano izquierda porta una balanza, símbolo de la igualdad con que la Justicia trata a todos y con su mano derecha levanta una espada, símbolo de la fuerza de la democracia, de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado de los que se sirve la Justicia para imponer sus decisiones. Y ahí se acabará la historia del mayor impostor que han conocido varias generaciones de españoles. Recuerden: quien miente, roba; y quien roba, miente. Ladrones a la cárcel, please.

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