Pedro goes to Hollywood… ¡y que se quede!
Hará año y medio que Alfredo Pérez Rubalcaba, que a ingenio no le gana nadie, bautizó a Pedro Sánchez como «Rock Hudson», en alusión al mítico actor estadounidense de padre asturiano (al menos, eso dice la leyenda). Nuestro maquiavelo patrio intentaba de esta simpática forma salir del enredo en que se había metido y en el que, sobre todo, había metido al partido, apadrinando a un muchacho que jamás había destacado por nada salvo su imponente aspecto físico. El ex vicepresidente del Gobierno descubrió pronto que esos 1,92 metros eran poco más que una bonita cara y una sonrisa profidén. Rascabas y no había nada. Bueno, sí, casi 100 kilos de serrín.
El pecado original es rubalcabiano. Aunque no sé yo si Eduardo Madina o el no tan outsider José Antonio Pérez Tapias eran el recambio ideal para un PSOE que acababa de sufrir un tantarantán tras gobernar ocho años. Pero es evidente que sin el respaldo del pilarista devenido en químico, éste no hubiera pasado de ser un diputado por accidente, del montón, de ésos que son auténticos ibms (y veme a por un café, y veme a hacer una fotocopia…). Tanto como que la pasividad de los históricos y los barones ante un camino que se antojaba directito al abismo fue decisiva para que nuestro protagonista se echara al monte y se creyera poco menos que el Felipe González de 1982 que embelesaba a las masas cual flautista de Hamelín.
Entiendo que se le permitiera presentarse a las generales de diciembre porque lo contrario hubiera provocado un tufo a golpe de Estado. Pero lo que no es ni medio normal es que le dejaran salir vivo del Comité Federal del 28 de diciembre tras haber perpetrado el mayor desastre de la historia socialista en democracia. Los 110 diputados de Rubalcaba nos parecieron una tragedia el 20-N de 2011, cierto es, pero al lado de los 90 del personaje se antojaban un éxito sideral. La cultura socialista indica que cuando pierdes unas elecciones, quedas como un señor y te vas a tu casa a la espera de que te busquen un hueco en el excelentemente bien remunerado cementerio de elefantes. No hay segundas oportunidades. Como no las hay en ninguna gran empresa, en ningún club de fútbol de postín o como son ciertamente inexistentes en el Partido Demócrata o en el Republicano de los Estados Unidos. Es lo que los yanquis denominan «one shot». Es decir, un disparo. Y gracias.
O llegas, ves y vences o te vas por donde has venido. Es lo que hizo Felipe González tras la amarga victoria de Aznar en 1996 y lo que emuló Joaquín Almunia tras meterse en el bolsillo 125 diputados en 2000. Ciento veinticinco escaños que son, ahí es nada, 40 más respectivamente que los que tienen orando y votando en estos momentos en la Carrera de San Jerónimo. Del número de votos ni hablamos: 7.918.000 en 2000 frente a los 5.443.846 de 2016, casi 2,5 millones de diferencia, que se dice pronto. ¿Y cómo reaccionó el político bilbaíno que vicepresidió la Comisión Europea y ahora da clases en la London School of Economics? Asumiendo la responsabilidad de la derrota como la asumen los personajes de categoría y pensando más en el todo que en la parte. Igualito que uno que yo me sé.
«Ahora, los socialistas, necesariamente, debemos hacer una reflexión sobre las causas y las consecuencias de esta derrota, a partir de la cual debemos afrontar la renovación que yo inicié, pero que requiere necesariamente mucho más impulso para empezar en el siglo XXI un nuevo proyecto con ideas y gente nueva». ¿A que nunca han escuchado esta lección de democracia, de altura moral y de sentido de Estado de boca de Pedro Sánchez?». No. Imposible de toda imposibilidad pues el copyright corresponde al hombre que salió derrotado por 57 escaños frente al José María Aznar de la mayoría absoluta. ¿Y qué sucedió? Que llegó gente nueva, José Luis Rodríguez Zapatero et altri, y a la primera fue la vencida. Cuatro años después recuperaron La Moncloa. Sin el gesto de Almunia esa gesta no hubiera pasado de ser un desiderátum. Porque con los mismos se hace lo mismo.
El egoísmo, el yo-mí-me-conmigo, de Pedro Sánchez no tiene límites. Cuando vas por la autopista y observas que todos los vehículos van en dirección contraria existen dos opciones: abandonar la vía ipso facto o acelerar, en cuyo caso te conviertes en un kamikaze. Un automovilista responsable se encamina en décimas de segundo al arcén y no vuelve a tomar el volante en una temporadita y el que no está en sus cabales opta por sostenella y no enmendalla mientras exclama la célebre mamarrachada: «¡Chufla, chufla, que como no te apartes tú…!». Sobra precisar quién es quién en este escenario. Hasta Luena lo entendería.
El problema de P.S. es que ha tenido al lado a una persona, Begoña, la de la empresa de empleos basura made in reforma laboral, que le espetaba todos los días lo bueno que era él, la maldad que encarnaban los demás y que le animaba a perseverar en el error. Su mujer es la madre de todos los males. En lugar de aconsejarle encarar los envites con fair play y cabeza, le animaba a guerrear cual pollo sin cabeza. La verdad es que el secretario de Organización, ese chico que hace buena la máxima de San Andrés, no colaboró mucho en racionalizar las cosas. Nunca tan poco llegó tan alto. ¿Y a qué se dedicaba? A soltarle al boss el pedazo de estadista que era. El riojano debería haberse fijado en cómo se desempeñaban los siervos de los generales y emperadores romanos, que cada vez que desfilaban victoriosos por Roma daban el coñazo al baranda repitiéndoles cien mil veces una máxima que no por simple deja de constituir una verdad como un templo: «¡Recuerda que eres mortal»! Ahora debería recordarle no sólo que no es un dios sino que los han largado por mantas, no por culpa de una conspiración judeomasónica.
La política de tierra quemada del trío Pedro-Begoña-César es de imprevisibles consecuencias. Ese insobornable a la par que implacable juez que es el tiempo nos desvelará si Ferraz se hunde en sus propias cenizas o resurge cual ave Fénix. Desde luego el espectáculo de hace una semana, con los matoncetes barrigones del César Luena a las puertas de Ferraz, podemitas incluidos, ha infligido al PSOE infinito más daño que la corrupción tardofelipista. Al punto que la crisis de Podemos, que ha partido en dos el partido por culpa del macarrismo marca de la casa, parece un juego de niños. Lo del sábado pasado fue la guinda de un cóctel en el que se entremezclaban la podemización y el coqueteo con lo peor de cada casa independentista, proetarras incluidos.
Si aún te queda un halo de solidaridad, de compañerismo y de socialismo, querido Pedro, haz un gesto. No te voy a pedir que te vayas a tu casa. Pero sí te ruego que te quedes en Los Ángeles, que es desde donde has decidido seguir la monumental crisis que has provocado en un partido al que dices amar pero al que en el fondo de tus entrañas odias. Si no lo odias, desde luego lo parece. Y cuidadín porque en la vida las cosas son lo que parecen. Quédate en Beverly Hills, intenta hacer carrera en Hollywood, confraterniza con Brad Pitt ahora que está huérfano de cariño, mete a las niñas en una escuela americana para que recuperen el inglés que perdieron desde que las sacaste del Colegio Británico para dar el pego, que Bego traslade allí su negocio de empleo basura, que allí sí que funcionan y no están mal vistos, y a vivir que son dos días. Y ya verás como más pronto de lo que imaginas vuelve a haber un Gobierno del cambio en España pero sin tus amiguitos de Podemos. Que lo de Felipe se puede repetir… si te quedas a 12.000 kilómetros de distancia una temporadita y dejas de liarla más.
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