El partido que acepta a cualquier tipo de delincuente
Que un secretario general autonómico de Podemos, Francisco Garrido, se quedara con 36.000 euros de ayudas públicas, que luego se vio obligado a devolver, siendo un hecho grave, es peccata minuta comparado con el caso de pederastia que protagonizó Pedro de Palacio, parlamentario podemita en Castilla y León, o la condena por asesinato que pesaba sobre el historial de Pilar Baeza, la candidata que presentaron a la Alcaldía de Ávila. Pero la lista no acaba aquí. Terrorismo, tráfico de drogas, agresiones, corrupción… Para muchos delitos graves que recoge el Código Penal puede encontrarse a un representante de Podemos condenado o imputado ante la Justicia por haberlo cometido.
Cualquier otro partido o asociación que contase con semejantes individuos dentro de sus filas trataría de pasar desapercibido. El caso de Podemos es el contrario. No pierden ocasión para elevar el tono del debate hasta la crispación y, para más inri, lo hacen esgrimiendo argumentos morales. “Indigno” o “injusto” son algunas de sus consignas más socorridas. Sorprende que apelen de forma constante a la ética quienes tienen tanto que aprender en este terreno.
En todo caso, superada la sorpresa inicial que supuso la irrupción de Podemos en la arena pública, cada vez resulta más evidente que para el conjunto de la ciudadanía está muy amortizada la formación que lidera Pablo Iglesias. Es lo que sucede cuando decide construirse la acción política sobre pilares tan poco consistentes como el improperio, la demagogia y una calculada puesta en escena. Para llevar adelante esta estrategia lo único que hace falta es ambición de poder y falta de escrúpulos; dos cualidades que, visto lo visto, abundan bastante en Podemos.