El Papa zurdo

Opinión de Eduardo Inda

Acostumbro a no hablar de los muertos por la sencilla razón de que siempre que tengo que recriminarles algo lo hago en vida. Por educación, por respeto al finado y a sus familias y no les voy a ocultar que también porque me da yuyu, un yuyu incontenible, meterme con alguien que está de cuerpo presente. Pero Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, no es una persona cualquiera sino un auténtico personaje como corresponde a cualquiera de los herederos de Pedro en la cúspide de la Iglesia. Y por eso voy a convertir esta columna en la excepción que confirma la regla.

Me provocan una mezcla de ternura, hilaridad e incluso vergüenza ajena las loas que está recibiendo Jorge Bergoglio en un país como España que sabe enterrar tan bien como tratar mal a quienes continúan entre nosotros. Lo desgraciadamente habitual en una nación cuyo pecado más característico es esa repugnante envidia que nos ha empequeñecido proverbialmente. Y me llama poderosamente la atención que no haya sido objeto de prácticamente ninguna crítica entre los medios de comunicación de centroderecha, aquéllos que por línea editorial y por el perfil de sus lectores se hallan más próximos a la todavía religión mayoritaria. Y lo dice alguien que siempre ha abogado por la aconfesionalidad de los medios, lo cual no quiere decir que exijamos y dispensemos respeto a una confesión profesada por el 60% de los españoles.

Lo que más carcajadas me arranca es la falsaria afirmación de que Jorge Bergoglio fue el Sumo Pontífice que liberalizó la Iglesia. Una patraña nivel dios, y nunca mejor dicho, toda vez que la homosexualidad continúa siendo anatema por mucha verborrea presuntamente progresista que saliera de la boca de nuestro protagonista en sus 12 años de Pontificado. Mejor dicho, más que anatema, pecado mortal «porque atentan al orden natural creado por el Creador». El propio titular de las Llaves de San Pedro advirtió hace dos años al más puro estilo Poncio Pilatos que ser gay o lesbiana «es pecado pero no delito». Les mostró su comprensión, «¿quién soy yo para juzgarles?», pero de retirarles el estigma de pecadores, naranjas de la china. Y cuando hablo de homosexuales, hablo de trans, bis y todas esas letras del abecedario que configuran el concepto LGTBIQ+. No menos indignantes resultaron otras palabras suyas pronunciadas a raíz del debate abierto en la Iglesia sobre la homosexualidad y el matrimonio gay: «Ya hay demasiado mariconeo en los seminarios». Fin de la cita.

Me llama poderosamente la atención que Francisco no haya sido objeto de prácticamente ninguna crítica entre los medios de centroderecha

Me maravilló el aire condescendiente de aquellas declaraciones. ¡Como si fuera una regalía o una concesión de la Iglesia! Que la homosexualidad, conducta tan natural y respetable como la heterosexualidad, no es delito es tan obvio como que hoy es 27 de abril de 2025. Este avance no se consiguió GRACIAS a la Iglesia sino EN CONTRA de la Iglesia. Que no nos hagan líos. Fue fruto de la laicización instaurada en Occidente a raíz de la maravillosa Revolución Francesa. La despenalización de la sodomía no se consiguió de la noche a la mañana sino tras decenas de años de lucha por la igualdad entre las relaciones hombre-mujer y las que mantienen un hombre con un hombre o una mujer con una mujer. De primero de modernidad.

Tres cuartos de lo mismo que la función de la mujer, que casi 2.000 años después de la muerte de Jesucristo se ve resignada a mantener un rol secundario por no decir denigrante. Las féminas no sólo desempeñan un papel menor que el del hombre sino que, además, siguen sin poder impartir misa. No hay sacerdotisas y, en consecuencia, tampoco obispas como, por ejemplo, sí ocurre en esa escisión del catolicismo que es el anglicanismo. De que una feligresa termine siendo Papa, ni hablamos. Una mujer se tiene que limitar como mucho a dar la comunión siempre y cuando, eso sí, reciba un permiso especial del Vaticano. Su opinión sobre ellas quedó meridianamente clara en unas manifestaciones que ruborizarían a un cavernícola. «Los cotilleos y los chismes son cosas de mujeres, nosotros llevamos los pantalones, debemos decir las cosas», sentenció y se quedó más ancho que pancho. Un machismo que le hubiera costado el lógico escarnio público a un dirigente de la derecha pero que le salió gratis total porque la progresía mundial le reía o le pasaba por alto estas gracias sin gracia.

La condena del aborto, nada nuevo por otra parte en la Iglesia y perfectamente respetable, fue implementada por Jorge Bergoglio en términos notablemente desafortunados. Insistió en que constituye «un grave pecado» para, acto seguido, añadir que «es lo que hace la mafia». Vamos, que equiparó a los mafiosos con las mujeres que se ven abocadas a interrumpir su embarazo en la mayor parte de los casos sin quererlo ni desearlo sino, más bien, por razones económicas o presiones familiares. Sí se comportó como el Papa progresista que en términos generales no fue cuando se mojó sobre los anticonceptivos. «Evitar el embarazo no es un mal absoluto».

Por no hablar del celibato, un delirante anacronismo en pleno siglo XXI, que lleva a que un cura no se pueda casar ni, obviamente, tampoco mantener relaciones sexuales. Una esquizofrenia que es una invitación a la doble vida como sucede en tantísimos casos que, no por silenciados, dejan de ser conocidos. Ya se sabe que ponerle puertas al campo es una invitación en toda regla a que te lo invadan.

La opinión de Jorge Bergoglio sobre las mujeres quedó meridianamente clara en unas manifestaciones que ruborizarían hasta a un cavernícola

Igualmente censurable fue su postura respecto al tsunami de casos de pederastia desvelado en los últimos años, episodios, muchos de ellos, que eran de dominio público desde hacía décadas sin que el Vaticano y las diócesis respectivas hubieran adoptado medidas. Se hacían los suecos. Encubrían a los depredadores de niños limitándose a apartarlos del mundanal ruido. Los casos concretos puestos en manos de la Justicia ordinaria se pueden contar con los dedos de la mano. Actuaban como si hubiera una legislación para los curas y otra para el resto de los mortales, como si fueran una suerte de intocables por mucho que hubieran destrozado la vida de los menores para siempre. No podemos ni debemos olvidar tampoco que se rebajaron las condenas canónicas a muchos pedófilos con sentencia firme en la jurisdicción civil. Peor aún fue la justificación del Vicario de Cristo «Hay que mostrar clemencia y misericordia». La clemencia y misericordia que estas malas bestias no tuvieron con sus víctimas. Tampoco conviene olvidar que el runrún que circula en el catolicismo español es que la Fiscalía de Pedro Sánchez habría levantado el pie del acelerador de los procesos abiertos contra curas pederastas a cambio de otorgar barra libre a la desacralización del Valle de los Caídos. Desconozco si es verdad aunque normalmente el rumor es la antesala de la noticia. Estaremos atentos.

A mí me escamó la elección de Jorge Bergoglio en 2013 por la leyenda, objeto de investigaciones periodísticas, una de ellas de Página 12, que circulaba sobre sus coqueteos con las Juntas Militares que dominaron con puño de hierro Argentina de 1976 a 1983. Y más concretamente por su presunta delación de dos jesuitas que acabaron detenidos en ese centro del terror que fue la Escuela Mecánica de la Armada (Esma), tristemente conocida por ser el punto de partida de los desventurados que acababan arrojados desde aviones al Río de la Plata. Cierta o no, la leyenda ahí está. En su descargo hay que resaltar que el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, otro que tal baila ideológicamente, y otros líderes de opinión argentinos han tachado de «falsas» estas terribles acusaciones.

El incidente que me alejó definitivamente del Jorge Bergoglio ser humano y Pontífice fue su reacción al atentado perpetrado en 2015 por terroristas islamistas en la sede de la revista satírica francesa Charlie-Hebdo, que se saldó con la muerte de 12 personas y cuatro heridos muy graves. No relativizó ni banalizó lo ocurrido sino que más bien lo justificó. «No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás», apuntó, «si alguien insulta a mi madre, puede llevarse un puñetazo». Una reacción muy cristiana como se puede comprobar.

El retrato de nuestro protagonista está marcado por los grandes aliados de su papado: la izquierda mundial, sobre todo la vertiente más marxista

Tan desafortunada como su analogía entre los campos de inmigrantes ilegales con los campos de concentración nazis: «Ambos están llenos de sangre». Como si fueran lo mismo unos establecimientos en los que se cobija en aceptables condiciones humanitarias a gente que ha entrado sin papeles en un país que aquéllos en los que se encerró y gaseó a seis millones de judíos. La reacción del Comité Judío estadounidense no se hizo esperar: «El mensaje es deplorable».

El retrato de nuestro protagonista queda niquelado si, además de estos episodios, a cual más lamentable, recordamos quiénes fueron los grandes aliados de su papado: la izquierda mundial y, sobre todo, la vertiente más marxista. Sus peligrosísimas amistades lo dicen todo. No hay más que ver cómo lloraban su pérdida desde Ione Belarra, Yolanda Díaz o Pedro Sánchez hasta Nicolás Maduro, Petro o ese matrimonio de asesinos que son los nicaragüenses Daniel Ortega y Rosario Murillo, pasando por el jefe histórico de ETA Arnaldo Otegi o la tiranía castrista de Cuba. Y cómo elogiaban babosamente su figura todos los medios de comunicación afectos a un sanchismo que es el mal en estado puro. Su entente con parte de ese peronismo que empobreció Argentina mientras se enriquecían sus mandamases define a un Papa que detestó tanto a los suyos como amó al enemigo, a quienes darían su vida por destruir el cristianismo o, al menos, desterrarlo a las catacumbas. Palmario ejemplo de cuanto suscribo es su estrechísima amistad con Manuela Carmena, «la gran Manuela·» como él la llamaba, que pasaba por ser uno de sus tres o cuatro consejeros áulicos. Cómo sería la cosa que la ex alcaldesa de Madrid visitaba al Pontífice con cierta regularidad para charlar sobre lo divino y lo humano. Pues eso, que dime con quién andas y te diré quién eres. Yo, al menos, no te echaré de menos, Jorge Bergoglio, como sí lo hago con ese Karol Wojtyla que, entre otras cosas, dio la puntilla al comunismo de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Al uno lo conocemos por sus amistades y por la propaganda roja que se encargó de lavar embusteramente su imagen, al otro por sus obras. Uno es un santo, el otro un humano, bastante zurdo, por cierto.

 

 

 

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