Odian a España pero cobran de España

Odian a España pero cobran de España

Odiar a España y al mismo tiempo cobrar, y mucho, de las instituciones públicas españolas es un ejercicio de deleznable hipocresía. El desprecio a la bandera suele ser práctica habitual en Podemos, demostración de ese odio por parte de un grupo político que se conchaba con tantas agrupaciones independentistas como existen a lo largo y ancho de nuestro país. Las marcas blancas podemitas en ciudades y provincias siguen al pie de la letra la demencia política que les imponen desde Madrid. Si Pablo Iglesias e Íñigo Errejón se niegan a acudir al izado de la enseña durante el Día de la Constitución —ya se negaron a aplaudir al Rey en el inicio de la XII Legislatura— en Valencia, por citar el último caso que les ofrece en exclusiva OKDIARIO, suben la apuesta y anticipan la ignominia. Resulta impresentable que la vicepresidenta valenciana Mónica Oltra y el alcalde de la ciudad Joan Ribó permitan que nuestra enseña esté tirada, arrinconada y reducida a mero guiñapo en un acto oficial donde participan 200 invitados y están representados 18 países de la Europa mediterránea. Sobre todo cuando el símbolo europeo permanece erguido con total normalidad.

Un país que en democracia se avergüenza de su bandera es un país pequeño, acomplejado y con pocas trazas de prosperar. El desprecio a los símbolos es también el desprecio a la propia historia de la nación. No se trata de hacer un alegato chauvinista o una fatua exaltación patria, sino de reivindicar el respeto a un emblema recogido en el artículo cuatro de la Constitución española. Afortunadamente, este tipo de personas son minoría en España pero, al mismo tiempo, tienen la suficiente presencia en las instituciones públicas como para desprestigiar nuestra imagen con sus fobias rancias y decimonónicas. En Podemos, imbuidos en su habitual irresponsabilidad, atizan el fuego separatista con constantes pactos y guiños. A la vez, desprecian todo lo que significa España casi como si hablaran de un enemigo. Es inevitable mirar con cierta envidia a naciones como Francia, Inglaterra o Estados Unidos, potencias mundiales donde sus ciudadanos profesan un respeto inquebrantable hacia los símbolos nacionales. Quizás, ésa sea una de las explicaciones a por qué siempre perseguimos sus respectivas estelas sin conseguir alcanzarlos jamás.

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