Mi niño se siente lobo y su docente lo bendice

lobo
  • Teresa Giménez Barbat
  • Escritora y política. Miembro fundador de Ciutadans de Catalunya, asociación cívica que dio origen al partido político Ciudadanos. Ex eurodiputada por UPyD. Escribo sobre política nacional e internacional.

Un colegial británico, leo en el Daily Mail, sufre de «disforia de especie» y se identifica como lobo. Antes que él, recuerdo, hubo otros. Por ejemplo, supimos hace poco que un youtuber japonés llamado Toco se hizo mundialmente conocido tras desembolsar cerca de 13.000 euros para lograr su sueño de convertirse en perro. Concretamente, un border collie. También un tal Tom Peters se considera un cachorro y se exhibe en Instagram. Ambos utilizan disfraces bastante hiperrealistas, duermen en perrera y caminan a cuatro patas. Son, cuentan, personas transespecie, chalados también denominados otherkin, individuos que están convencidos de que poseen una identidad no humana parcial o totalmente.

Ignoro si existen fármacos que, como a esos desafortunados críos que quieren cambiar de sexo, les alteren hormonalmente y les caninicen. Seguramente sí encontraran maneras de hirsutizarse y de que les afilen los caninos en el dentista, si me permiten el sarcasmo malvado. Pero es que, parece, un número cada vez mayor de escolares están sintiéndose zorros, dragones, pájaros, serpientes, tiburones e incluso dinosaurios.

Perdonen ustedes: se veía venir. El «más difícil todavía» está en la naturaleza de los delirios y de las ganas de llamar la atención. Y esto viene de lo que viene. El término inglés queer significa «raro, torcido o extraño» y pertenece a los principios de la cuarta ola del movimiento feminista y LGTB: cuando comenzaron a surgir corrientes e identidades calificadas de periféricas o disidentes, personas que no sólo no se sentían representadas por la categoría hombre o mujer, sino tampoco por conceptos como gay, homosexual o lesbiana. Como no se actuó entonces con criterios científicos o de mero sentido común, de la mano del oportunismo político acabaron esas locuras en la mismísima legislación de gran parte de los países occidentales. Ante tales tragaderas las apuestas de los excéntricos necesariamente tienen que ser mayores. Y ese colegial de secundaria tan especial afirma que sufre de «disforia de especie». Lo más preocupante es que quien escribe el artículo asegura que «los profesores están apoyando al joven». Un neuropsicólogo clínico, el Dr. Tommy MacKay, que se interesa por el caso, asegura, alarmado, que «no existe una condición científica llamada disforia de especie».

¿Ciencia? ¿Qué ciencia? No parecen ni profesores ni políticos muy interesados en ella. También parecía una locura que «disforia de género» acabase significando que el sexo biológico no existe y que nos remataran con un artefacto esotérico como la Ley Trans. Más bien sospecho que veremos al profesorado woke corriendo a demostrar lo muy abiertos de mente que son con esa «disforia animal» de la puñeta. Lo de ese niño-lobo llega después de que una escuela en Aberdeenshire tuviera que desmentir los rumores de que a un alumno que se identificaba como gato le habían puesto una bandeja de arena en los lavabos. En el mismo colegio del niño-lobo excusan lo que quizá sea una gamberrada o un problema de salud con terminología pseudomédica super mega guay.

Escocia parece ser un paraíso del delirio trans, de género o de especie. El antes mencionado Dr. MacKay protestaba con razón: «Ahora tenemos un consejo que parece aceptar al pie de la letra que un niño se identifique como lobo, en lugar de que se le diga que se recupere y se controle a sí mismo, que sería el enfoque de sentido común». Como dice el autor del artículo: «¡Pobre de aquel que busque empleo en una escuela escocesa y no esté dispuesto a someterse a esta disparatada agenda de igualdad!».

Efectivamente: el problema de esas derivas ideológicas o histeria de masas son los defensores de la razón y del sentido común que deja por el camino.

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