La moción era lo que parecía

Moción de censura

Si al náufrago desesperado le ofreces un flotador, se asirá a él como a clavo ardiendo. Es lo que sucedió, básicamente, durante día y medio en el Congreso de los Diputados a propósito de la gran (sic) iniciativa de Fernando Sánchez Dragó, al parecer, gran gurú de Santiago Abascal.

Políticamente, la moción ha resultado un desastre en la coyuntura voxística. Sin embargo, no todo fue detritus para el bloque que intenta salvaguardar las esencias de un Estado constitucional y democrático que se deshilacha cuál añeja bandera de Lenin. Por vez primera, desde hace más de cuarenta años, se oyó decir en la carrera de San Jerónimo algunas cosas tan obvias como necesarias para el imaginario colectivo hispano. Por ejemplo, que no todo fue «idílico» en la II República y que, finalmente, el resultado del Frankestein no ha hecho otra que asesinar la Tercera España que nació en 1978 y, de paso, rehabilitar las dos anteriores clásicas, es decir, rojos y azules. «Una división de España, subrayó Tamames, mucho peor y más profunda», que la operada en 1936. No son palabras amables, ni hueras. Es una descripción bastante aproximada respecto a lo que perpetra Sánchez y sus festivos coaligados, reiterando en ese menester, una y otra vez, una fotografía de su España que en modo alguno se compadece con el negro de su gobernanza. Todavía continúa engañando a algunos, si, por lo que sea, pero no a una mayoría del país que sufre en carnes propias el desastre Sánchez.

Desde el punto de vista de la coyuntura política, sin embargo, el sainete parlamentario no tiene un pase. Cierto es que Abascal ha tenido su minuto de gloria, pero mucho más -como era de prever- lo ha gozado Sánchez y su muchachada en plena algarabía. Si la pretensión encubierta de Vox era poner a Núñez Feijóo en el disparadero, el jefe del PP se hizo el sueco y aprovechó su tiempo para ampliar sus relaciones internacionales, esto es, hacer algo útil. ¿Que van a tener que entenderse en un futuro próximo? Es algo que no admite más duda hamletiana que el secreto que guarden los votos contabilizados dependiendo de las cantidades de los mismos.

El legado Tamames -un ex comunista que nunca lo fue, mucho menos si echamos mano de la coherencia personal-, que es lo que realmente pretendía el presidenciable, es un popurrí de cosas obvias que por serlo conducen directamente a la melancolía. No es un personaje que me ofrezca mucha confianza, pero hay que reconocer que al nacionalista (procedente de Soria), Aitor Esteban, lo destrozó de principio a fin, con argumentos y verdades como el cupo vasco.

Hubo, sin embargo, otros corolarios de singular importancia de cara a los próximos tiempos políticos y sociales. La más importante, desde mi punto de vista, es lo que viene a continuación.

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