OPINIÓN

La degradación del Parlamento catalán

La degradación del Parlamento catalán
  • Xavier Rius
  • Periodista y cofundador del diario E-notícies. He sido redactor en La Vanguardia y jefe de sección del diario El Mundo. Escribo sobre política catalana.

El entonces dirigente de CiU Joan Miquel Nadal dijo en una ocasión que el Parlamento catalán era un «Parlament de fireta». Un «Parlamento de juguete» en versión castiza.

No le faltaba razón. Nadal había sido alcalde de Tarragona entre 1989 y 2007. Hasta su llegada la ciudad había sido un feudo socialista.

Había empezado de diputado en Madrid (1986-2000) para darle visibilidad. Después lo mandaron al Parlament (2003-2008). Creo que no le sentó nada bien el cambio. En efecto, al comparar la actividad de ambas cámaras legislativas, fue cuando pronunció la citada frase.

Al entonces presidente de la cámara autonómica, Joan Rigol (1943-2024) tampoco le gustó la comparación. En un pleno le soltó una indirecta.

Pese a que Joan Miquel Nadal -no confundir con Quim Nadal, el alcalde socialista de Girona y luego consejero- tenía un poco fama de «enfant terrible» dentro de Convergència. Incluso circuló una foto suya en pelotas con un grupo de amigos en una playa nudista. Tiene mérito porque en esa época todavía no había redes sociales.

Hay que decir, en todo caso, que su profecía se ha cumplido. Esta semana el Parlamento catalán ha aprobado una cosa y el Gobierno autonómico se ha apresurado a anunciar que se lo pasará por el forro. Todo empezó el pasado miércoles cuando se aprobó el incremento de la tasa turística.

Yo, claro, estoy en contra. Cataluña es ya un infierno fiscal con quince impuestos propios. «España nos roba», proclamaban. Tampoco estoy convencido, por otra parte, de que los ingresos por la citada tasa redunden en el turismo.

Pero lo aprobaron en febrero el PSC y los Comunes durante las negociaciones sobre los Presupuestos. Además, si lo aprueba el parlamento, lo normal es que el gobierno lo cumpla.

Lo que pasa es que después hubo otra votación para retrasar el incremento hasta octubre, pasada la temporada turística. Para satisfacer, al menos parcialmente, al sector; que se sube por las paredes.

Los Comunes no votaron a favor de la última propuesta. Y dejaron solos al PSC y a Esquerra. Lo cual evidencia también la precariedad del gobierno de Salvador Illa. Como Sánchez, tampoco ha podido sacar adelante los Presupuestos.

No se sabe cuándo empezaron a degradarse las instituciones catalanas. La Generalitat, la presidencia, el Govern, el Parlament, todo. Aunque, desde luego, con el procés sufrieron un golpe mortal.

En el caso del Parlament, con los famosos «plenos de la vergüenza» de septiembre del 2017. Cuando se aprobaron de prisa, corriendo y de madrugada las dos leyes que debían permitir la proclamación de la República catalana: la de referéndum y la de transitoriedad que, de hecho, era una Constitución encubierta.

Aunque sospecho que empezó mucho antes. En épocas pasadas, para ser presidente del Parlament -el cargo público mejor retribuido- había que haber hecho algo en la vida.

Se accedía, previa elección, después de una trayectoria política impecable. Todos tenían una edad provecta: Heribert Barrera, Miquel Coll i Alentorn, Joaquim Xicoy, Joan Reventós o el citado Joan Rigol. En el caso de Reventós fue casi un premio de consolación porque se quedó a las puertas de la Generalitat en 1980.

Luego la cosa empezó a torcerse con Ernest Benach (2003-2010). En el currículum oficial, apenas había un par de líneas de actividad laboral en el sector privado. Y mejor no decir de qué.

Núria de Gispert (2010-2015) fue reprobada años después por la propia cámara por sus opiniones sobre Arrimadas. Carme Forcadell (2015-2018) llegó al cargo porque le dijo a Mas: «president, ponga las urnas». Acabó como acabó.

Mientras que Roger Torrent (2018-2021) tiene el triste mérito de haber pasado de presidente del Parlament a consejero de la Generalitat porque estaba empurado y tenían que darle un cargo oficial. Luego quedó en nada.

Finalmente, Laura Borràs (2021-2022) llegó a la presidencia estando ya investigada por corrupción. Sentencia de la que previsiblemente también se librará.

Con estos antecedentes, se pueden imaginar que el prestigio de las instituciones catalanas está por los suelos. Y, lo peor de todo, no parece que vaya a mejorar a corto plazo.

Aunque Salvador Illa, a diferencia de sus antecesores, al menos no cuelga pancartas en la fachada de la Generalitat y han ido decayendo los lazos amarillos en edificios oficiales. Sin embargo, queda mucho por hacer.

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