Miscelánea económica: un mayo agitado (II)

Miscelánea económica: un mayo agitado (II)

China se confirma como segunda potencia económica en 2017, con un PIB por encima de los 10 billones de euros, y Japón, con su típico sigilo y sin estridencias, como la tercera con un PIB superior a los 4,3 billones de euros, una baja tasa de paro del 2,5% y, eso sí, confirmando algún desfase por ejemplo a causa del envejecimiento de su población, por una parte, y, por otra, que la gente joven no quiere aceptar determinados trabajos. A veces, la falta de mano de obra inmigrante provoca descompensaciones que las empresas niponas, como la modesta granja de las 100 vacas de la familia Kato, tienen que suplir recurriendo a la utilización de los robots para ordeñar, alimentar y cuidar a su ganado junto con el control de la producción lechera y la limpieza. Robots donde no hay mano de obra humana. Por suerte, eso sucede en un país con esa bajísima tasa de paro que, en su trasfondo, tal vez sea indicativa de que cada vez hay menos gente en condiciones de trabajar.

Japón, además, es país donde sus ciudadanos son los más longevos del planeta y no lejos de ese liderazgo en el ranking está nuestra querida España. Más o menos eso quiere decir que pensemos en el futuro porque la disponibilidad de gente para trabajar disminuirá. Ese panorama asiático, al menos de sus dos grandes líderes, China y Japón, se ve salpicado por las reacciones que se cuezan en Corea del Norte y en los intercambios de mensajes, cuando no amenazas, entre el impulsivo líder norcoreano y el no menos impulsivo Donald. Y el mundo, obviamente, al ver esos rifirrafes tiembla porque uno ya ve por sus cielos misiles que van y misiles que vienen. Y los temores se concretan en miedo y éste es nocivo para la tan necesaria tranquilidad y el desarrollo económico. Todo ese inquietante paisaje económico se agrava cuando entra en juego Irán. Y entre lo uno y lo otro, el precio del petróleo se va disparando y su impacto es susceptible de castigarnos a todos.

Los vientos de cola más que aflojar se transforman en viento que golpea nuestras caras. Pensemos que en el escenario macroeconómico que el Gobierno ha presentado en su Programa de Estabilidad 2018-2021 a Bruselas, el precio del petróleo se prevé para este año 2018 en 67,7 dólares/barril de Brent, descendiendo en 2019 a 63,9 dólares el barril, precio que según nuestro Gobierno se mantendría para el trienio 2019-2021. Sin embargo, la realidad de estas semanas es muy diferente. El barril de petróleo Brent cotiza sobre los 80 dólares y hay quien pronostica que subirá a los 98 dólares más o menos en un breve plazo. Surgen por tanto las inevitables consideraciones de índole económica porque, si el precio del petróleo se encarece, sus efectos inciden en todo tipo de actividades económicas y empaña la capacidad de consumo de las familias, al margen de la factura que puede acabar suponiendo para la propia economía española que hay quien la estima en unos 7.000 millones de euros de impacto en nuestro PIB.

Si la gasolina, que es así como resumimos en el lenguaje de la calle el precio del petróleo, se dispara, el consumo familiar se deteriorará. Más euros para llenar el depósito del coche y los tanques de combustible de las calefacciones de nuestros hogares restan renta disponible para otros consumos. Si el escenario actual, tanto en España como en Europa y en los propios Estados Unidos, salvada la euforia de las medidas fiscales de Trump de meses anteriores, adolece de unos salarios muy ajustados y con primeras reacciones sindicales exigiendo que se revisen las retribuciones de los asalariados, la conflictividad laboral —que algo de eso hay en la pérdida de dinamismo económico de Alemania y Francia en el primer trimestre de 2018— puede agitarse.

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