Apuntes Incorrectos

Meloni y mis fascistas favoritas

Meloni y mis fascistas favoritas
Meloni y mis fascistas favoritas

La izquierda está de enhorabuena. No acaba de dimitir la derechista e insolidaria Liz Truss en Reino Unido cuando ya ha sido sustituida por el hindú Rushi Sunak para ocupar el cargo de primer ministro británico. Como soy un ingenuo, pensaba que quizá, en atención al movimiento woke, ése que trabaja incansablemente en favor de las identidades y de los proscritos por el rancio pensamiento occidental, masculino y blanco, el progresismo universal se alegraría de la comunión de las razas que impera en la pérfida Albión, donde por cierto el alcalde de la metrópoli londinense es igualmente aceituno y además musulmán. Pero no había caído en el hecho ineluctable para las huestes de izquierdas: que ambos dos, el edil y el futuro premier son ricos; en el caso de Sunak, inmensamente rico y formado en las mejores universidades privadas del mundo, según cuentan los periodistas de la City. Había olvidado por un momento que, de acuerdo con las teorías pedestres de la corrección política, su condición adinerada sólo ha podido ser posible o por herencia o habiendo cometido robo, es decir, a costa del pecunio de los desfavorecidos y de poner zancadillas a los parias de la tierra, los amigos del presidente Sánchez.

Estos chicos y chicas son verdaderamente formidables. Les pasa igual con las mujeres. Están porfiando todo el día para que ocupen masivamente los consejos de administración de las empresas, los ministerios correspondientes y toda clase de organizaciones y entidades, ya sean privadas o públicas -aunque no estén suficientemente preparadas-, pero este feminismo recalcitrante, hipócrita y obsceno, al que ahora está dando la puntilla la oleada trans y sus descerebrados apóstoles, tiene un límite infranqueable. Está bien ser mujer, pero siempre que sea de izquierdas, como mandan los cánones.

En mi opinión, la mujer más admirable de la época contemporánea ha sido Margaret Thatcher. Se hizo cargo de un país en ruinas, devastado por los socialistas, necesitado del apoyo económico del Fondo Monetario Internacional, destrozado por el caos y las huelgas impulsadas por unos sindicatos beligerantes e insensatos. Se echó la nación a sus espaldas, la sacudió como un calcetín, fomentó el capitalismo popular, implantó sin contemplaciones el libre mercado y reformó el estúpido sistema educativo de los pedagogos ridículos que importaron aquí los nefastos ministros de la causa José María Maravall y Alfredo Pérez Rubalcaba. Rebajó los impuestos, contuvo y racionalizó el gasto público…, en fin, restituyó el crecimiento y devolvió al pueblo el orgullo de sentirse británico después de la política de tierra quemada de la izquierda.

Todo esto lo hizo una mujer, que tuvo que luchar y sobreponerse a las duras convenciones sociales desfavorables a su condición. ¿Conocen ustedes alguna feminista doméstica que haya mostrado algún signo de aprobación y de complicidad con la señora Thatcher? Yo no. Sencillamente, nunca lo hubo, por la sencilla razón de que mi querida Margaret fue lo que en términos modernos diríamos facha, aunque, en verdad, solamente fue la gobernante más eficaz del momento; eso sí, una legendaria y radical anti socialista para beneficio del progreso de la humanidad.

Luego, en terrenos ya más próximos y cercanos sigo practicando una admiración sin límites por Esperanza Aguirre, tan inspirada en su pensamiento y sus políticas como equivocada en la elección de algunos de sus colaboradores. A ella debemos, como legado, lo que es hoy la Comunidad de Madrid, patria de la libertad, del mejor sistema de transporte, de sanidad y de educación de toda España combinado con la presión fiscal más baja, la mayor apertura y competencia posible entre los negocios y el clima más seductor para invertir y trabajar. Tras alguna interrupción, ahora está al frente de su gobierno la sin par Isabel Díaz Ayuso, que no sólo ha protegido esta herencia preciada y hermosa, sino que la ha profundizado y engrandecido hasta límites inauditos, compatibilizando esta tarea heroica con una lucha sin cuartel contra las comunistas y socialistas que pueblan la Asamblea de Madrid, así como enfrentándose abiertamente, a diario, con pasión juvenil, a Pedro Sánchez Pérez-Castejón, el peor gobernante español desde Fernando VII.

Todas ellas eran o son -las que todavía viven y están en plena forma- mujeres. Por fortuna son mujeres fascistas, según el código contemporáneo, y en consecuencia, motivo del repudio del clan feminista de vuelo gallináceo que nos rodea, por completo ayuno de grandeza. Tengo una foto de las dos con mis hijos en el mítico Lhardy, y todas las noches, antes de acostarme, en ausencia de mi señora, les doy un beso. Casto y puro.

Ahora llega a Italia otra mujer de armas tomar, la primera de la historia en presidir el Consejo de Ministros: Giorgia Meloni. Y la verdad es que promete. A pesar de ser una fascista de tomo y lomo ha sido felicitada por todos los líderes europeos de manera efusiva, incluida la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que tanta reticencia había mostrado antes de que ganara las elecciones. La han felicitado, como digo, todos los líderes que cuentan con la excepción del mandarín que ocupa La Moncloa, el señor Sánchez, que ha demostrado de tal forma tanto su sectarismo como su mala educación. Este falsario campeón del feminismo universal tiene otros políticos predilectos, todos los que, como él, son o van a ser nocivos para los ciudadanos a los que dirigen: los comunistas Petro en Colombia, o Boric en Chile, el peronista Alberto Fernández, y el resto de las excrecencias que están al frente de los países hermanos.

El caso es que la señora Meloni, mujer y por fortuna de derechas, augura días de gloria. Sabiendo que Italia no puede permitirse excentricidad alguna en política económica dado su elevadísimo nivel de deuda pública, la necesidad de revitalizar el crecimiento de un país al borde de la recesión, y la pulsión atávica de asegurar la vocación europeísta de esa Italia fundadora de la Unión Europea ha nombrado a gente competente al cargo de los ministerios económicos y del exterior, con fama tanto de eficaces como de moderados.

Y después se ha reservado, como corresponde a una mujer benditamente fascista, la facultad de reorientar los ministerios llamados sociales en el sentido literal de la palabra. El de Familia, por ejemplo, se llamará también de Natalidad -el gran problema de nuestro tiempo- y de Igualdad de Oportunidades. El formidable corresponsal del diario El País, Daniel Verdú, saca la conclusión voluntarista y sectaria de que desde este departamento se desplegarán «las políticas antiabortistas disfrazadas de incentivos a la natalidad, y que se fomentará la idea de familia ideal que tiene Meloni: aquella que está constituida por un padre y una madre». Como este es el dictado inapelable de la ley natural, seguido de la procreación consustancial a la especie, sin la que sería imposible el futuro del hombre sobre la tierra, creo que Meloni acierta de pleno. Y no vendrá mal que pare los pies al colectivo LGTBI que, siendo tan respetable como minoritario, ha adquirido un nivel de influencia en algunos países como España irracional y perturbador, alimentado por el llamado movimiento woke y la nefasta política de la cancelación.

Para no ser muy cargante, diré que Meloni, y su intención de entablar y de vencer la guerra cultural en la que tanta ventaja nos lleva la izquierda, tiene todos los números para convertirse en otra de mis fascistas favoritas. Algunas de sus miembras del Gobierno fueron feministas de jóvenes, pro abortistas incluso, pero han madurado excelentemente, como los buenos vinos. Han llegado a la conclusión de que aquellas ideologías que las sedujeron a la siempre frágil edad temprana llevan a la destrucción del individuo. No puedo estar más de acuerdo. Todavía hay esperanza para el mundo. Siempre nos quedarán las mujeres fascistas o los hindúes inmensamente ricos. Aunque los repudie la izquierda y el progresismo universal.

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