Maestre, la groupie de Bolinaga

Maestre, la groupie de Bolinaga

El pasado sábado, en La Sexta Noche, el tertuliano Antonio Maestre defendió la libertad de expresión de aquellos animales que en las redes sociales se mearon en la tumba de Víctor Barrio y mandaban notas de alegría a su viuda. Y en un sorprendente comentario aludía a esta humilde servidora para equiparar la calidad humana y moral de Bolinaga y el torero fallecido. En él, Maestre aludía a un tuit mío escrito en enero de 2015 que decía: “Ha muerto el carcelero de Ortega Lara y el asesino de tres guardias civiles. Jamás se arrepintió. El mundo es hoy un sitio mejor. Sí, me alegro”. He de decir que entonces era un año y medio más joven y que eran otras las circunstancias y que… veamos… que hoy pienso exactamente lo mismo.

Me alegré de la muerte de Bolinaga y sentí alivio, porque aquel criminal era una aberración humana. Un sicario que administraba comida a Ortega Lara con el gozo que la tortura prolija y capitulada provocaba en aquel carcelero. Quería matarlo rendido, o como mandan los cánones, con el tiro en la nuca marcado en un día del calendario. Quizás para celebrar con fetichismo la despedida de soltero de algún otro asesino. Y aquel malnacido emérito al que Antonio llama “persona” usó la “democracia” de Maestre para apagar al bueno de Ortega Lara. Sin misericordia. Disfrutando al verle pelear con Dios hasta rogarle que aquel verdugo lo matara. Hasta verle ensayar su propio suicidio con cuerdas tejidas con los jirones de bolsas de plástico en vista de que el de arriba ya no le hacía caso. Así que sí, sentí alegría cuando el 16 de enero de 2015 Bolinaga siguió la senda de otros carniceros que, como Hitler o Ceaucescu, también debieron ser personas en la vida de Maestre.

Y sentí alivio, sí, porque Ortega Lara no volverá a aguantar 532 días en aquel zulo mínimo en el que Bolinaga y Maestre se hubieran cogido de la mano. Con amor fraterno, pero cagados de miedo durante cada segundo de aquel encierro. Un zulo tan mínimo en el que sólo dos cosas nunca hubieran cabido: por carente, el miedo del valiente que sobrevivió, y por oronda, la afición de Maestre a los etarras. La plasmada en aquel tuit que escribió contemporáneamente al mío: “He oído a González hablar de presos políticos en Venezuela y que deben ser liberados. Me sumo y añado a Otegi”. Entonces ya advertí en Maestre su entusiasmo groupie con los etarras. Como el de las féminas que persiguen a Julio Iglesias por los hoteles en busca de una noche tórrida. Y volví a verlo en La Sexta Noche, donde Antonio parecía una niña embelesada con Hannah Montana al hablar de Bolinaga. En la versión teen de aquel carcelero. Igual de lúgubre y resentido. Aunque le falta algo esencial para parecerse a aquel pistolero: parafraseando a Hubbard, es demasiado cobarde para luchar y demasiado gordo para salir corriendo.

Como Maestre, yo también pienso que perseguir penalmente a alguien que desee la muerte de otra persona es inútil cuando los perfiles en las redes sociales pueden crearse infinitamente desde el anonimato. Personalmente, siempre he preferido tenerlos localizados. Es mejor saber dónde se encuentra la basura para evitar poner el pie encima. Su existencia y la de propagandistas lúgubres como Maestre son una clara muestra de la libertad y la generosidad de la democracia, porque la repugnancia de un obsceno verbal que compara a un etarra con un torero es una muestra de la tolerancia de una sociedad libre.

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