Madrid y la defensa de la libertad
La izquierda quiere acabar con el modelo de éxito de Madrid, porque considera que es el elemento que le puede hacer descarrilar. El problema es que con datos no pueden convencer a nadie, así que todos los candidatos de la izquierda extreman las descalificaciones, especialmente Pablo Iglesias, que, nunca lo olvidemos, sería esencial para que la izquierda pudiese gobernar, de manera que si gobernase Gabilondo tendríamos todo el extremismo de la izquierda radical.
Ayuso no está dispuesta a dejar que la izquierda ocupe la isla de libertad en la que se ha convertido Madrid sin batallar. Al grito de comunismo o libertad, la presidenta madrileña está consiguiendo una importante movilización del voto de centroderecha, esencial para seguir gobernando. Que el lema de Ayuso es acertado se ve claramente ante el riesgo de que llegue a Madrid el socialismo extremo, el socialismo real, es decir, el comunismo, una vez que Iglesias tratará de lograrlo de todas las maneras posibles, de forma que si gobierna la izquierda se quebrará la política económica aplicada en la Comunidad de Madrid durante los últimos veinte años.
Ahí es donde el incentivo de votar al centroderecha, y de unificarlo (o lograr una muy buena sintonía entre las distintas formaciones de ese espectro), se intensifica, porque perder esa política económica no es gratis. La izquierda, especialmente la de Iglesias, representa todo lo contrario de la política económica -y no económica- aplicada en las últimas dos décadas en Madrid: Iglesias quiere subir los impuestos hasta niveles confiscatorios; quiere acabar con el sector de las VTC, porque todo lo que sea competencia le espanta; quiere acabar con la libertad horaria, porque no concibe la política sin entrometerse en la vida de los ciudadanos; quiere acabar con la libertad educativa, dentro del plan de adoctrinamiento que huye de la excelencia y la calidad; y quiere acabar con la libre elección de médico, hospital, centro sanitario o enfermero, porque queda fuera del control de la Administración la decisión de cada ciudadano.
La izquierda quiere confiscar hasta el último esfuerzo de los ciudadanos, quiere cerrar el Zendal, quiere imponer prohibiciones, acabar con los toros e imponer la ley Celaá. El programa de la izquierda, por tanto, no es otro que PROHIBIR. Todos sus postulados terminan en entrometerse lo máximo posible en la vida de los individuos y decirles qué tienen que comprar, qué les tiene que gustar o qué han de hacer. Les quieren imponer el pensamiento único para sus hijos, mientras que envueltos en “lo público”, destrozarán su calidad, pues disminuir esa calidad es lo que sería desmantelar, por ejemplo, el Zendal.
Madrid se juega mucho. Madrid ha avanzado mucho en estas dos décadas y media, donde ha pasado de ser la quinta región de España en PIB per cápita a ser la primera; donde se ha convertido también en la de mayor volumen de PIB, pese a tener menos extensión y población que Cataluña; donde es la región con menor tasa de paro de las regiones económicamente importantes; donde logra concentrar más de ocho de cada diez euros de inversión extranjera, lidera la creación de empresas y atrae talento aeroespacial o biotecnológico, por poner dos ejemplos.
Madrid se juega mucho porque estos resultados no son fruto de la casualidad, sino de una política basada en la libertad, que en materia económica se fundamenta en el respeto de la estabilidad presupuestaria, a partir del gasto limitado y eficiente; los impuestos bajos (cada madrileño se ahorra 1.150 euros en impuestos cada año); la eliminación de trabas; la seguridad jurídica y un ambiente propicio para trabajar, vivir y emprender.
La política que pueden impulsar Gabilondo, García e Iglesias es muy distinta: una política de subidas de impuestos, bajo el señuelo de la homogeneización, que no esconde otra cosa que el obligar a Madrid a dejar de tener los impuestos más bajos de España. Esa política de la izquierda puede ahuyentar inversiones, hacer caer la actividad y, con ello, el empleo. Dicha política irá acompañada de una política de subvenciones, como la que trata de aplicar en el Gobierno de la nación, pues la concepción de la política económica comunista se basa en el subsidio, no en el esfuerzo, el trabajo y la capacidad de superación para generar riqueza, empleo y prosperidad.
Por eso, Ayuso, con su lema “Libertad” se ha erigido en el baluarte de todo el centroderecha para defender la libertad madrileña y, por extensión, la del conjunto de españoles. La mayoría del centroderecha parece clara, pero no cabe un mínimo de confianza, pues está, como digo, mucho en juego.
No se trata ya de una cuestión ideológica, de izquierdas o de derechas, sino de nuestra libertad. Por eso, Leguina, Redondo Terreros y muchos otros socialistas de aquel PSOE socialdemócrata que hubo han apoyado a Ayuso, porque son conscientes de que por encima de las siglas, de los colores políticos y de las ideologías hay un bien común para todos los demócratas defensores de la Constitución y del sistema de monarquía parlamentaria que emana de la misma; para todos los defensores, en definitiva, de la gran reconciliación nacional que dejó atrás, afortunadamente, “los rencores de viejas deudas” y que sirvió de base para la gran prosperidad de la que ha gozado España desde entonces. Se trata, por tanto, de no perder eso, de no volver atrás, a lo peor de nuestro pasado, sino de avanzar hacia el futuro sólidamente, defendiendo nuestra Constitución, nuestra nación, el sistema de monarquía parlamentaria que tenemos y la libertad. En Madrid, el cuatro de mayo, se juega una parte importante de esta defensa, pues, efectivamente, lo que se dirime es si se mantiene la libertad o se aplica el comunismo. Es esencial que los resultados de ese día hagan triunfar a la libertad, porque, de lo contrario, la izquierda nos puede hacer caminar hacia un sendero oscuro, como resulto ser el de la tenebrosa II República.