Longuis, sinsales y cobras
En la sesión constitutiva de las Cortes de Castilla y León pudimos ver como unos cuantos diputados del PSOE se negaron a estrechar la mano de Carlos Pollán de VOX, cuando éste, como nuevo presidente de la asamblea, se la tendía en el acto de jura o promesa. Quizá estemos ante una nueva facción del PSOE: el Partido Socialista Grosero Español.
Hay tres tipos de personas que no saludan: los longuis, los sinsal y los cobra. ¿Quién no ha sido de los primeros alguna vez? Cuando vemos cerca a alguien a quien, por prisas o por la razón que sea, nos incomoda tener que saludar y miramos el móvil haciéndonos el distraído. En esas ocasiones disimulamos porque no queremos parecer unos maleducados, sabemos que evitar el saludo intencionadamente es una gran descortesía.
Los longuis saben que hay que saludar, pero no les apetece; los sinsal, en cambio, ni lo saben ni les apetece. No saludan por sosos, son aquellos incapaces de decir hola en un ascensor o de hacer un gesto cuando te cruzas con ellos en una montaña a dos mil metros de altitud o en bici por un sendero despoblado. Ni los buenos días.
Pero, al menos, no tienen intención de ofender, simplemente no aprecian el significado del saludo, lo han restringido a su círculo de amistades y desconocen el significado de hacerlo con desconocidos, de cómo ello hace más amable la vida cotidiana.
Y quedan los cobra, entre los que se encuentran aquellos diputados. Son las personas que niegan el saludo de forma expresa cuando alguien les tiende la mano, para humillarles o como muestra de desprecio, ruptura o rencor.
Puede entenderse que alguien rechace la mano de quien le ha causado un grave daño o afrenta a él o a su familia y no se arrepiente; pero me cuesta pensar que pueda hacerse un gesto tan grosero por diferencias ideológicas o de otro tipo. Yo entendería que el hijo de una víctima de ETA negase el saludo a quien no condena el crimen de su padre. Pero no entiendo que aquellos diputados del PSOE, que precisamente no le niegan el saludo a los oteguis de turno, ahora se ponen estupendos y se lo niegan a alguien cuyo pecado es no pensar como ellos.
Y más aún, me cuesta entender esa postura cuando se actúa como representante institucional o de un colectivo. Hasta los representantes de Rusia y Ucrania se saludan antes de empezar a hablar.
Hace tiempo, pudimos ver una imagen en la que el portavoz de Vox en el Congreso y el entonces vicepresidente Pablo Iglesias charlaban entre risas. Aquello provocó que los seguidores del comunista (por cierto, sólo ellos, y no los de Vox) pusieran el grito en el mismo cielo que iban a asaltar. Entonces, hay que reconocerlo, estuvo acertado el ex líder de Podemos cuando, en una frase que contradecía su anterior teoría a favor de los escraches sectarios y jarabes democráticos, explicó en un tuit otra visión: «Esta nochebuena en muchas familias habrá votantes de UP, de partidos independentistas, de Vox, del PSOE o de cualquier otro. Igual que en las cenas de trabajo o de la clase de la facultad. Y hablarán y se reirán. Eso no es una falta de coherencia política, sino condición humana». Bienvenido sea el cambio de doctrina, Pablo.
Pero aquellos diputados del PSOE no distinguen lo cortes de lo valiente, entre coherencia política y condición humana. No sé lo que pretendían mostrar con su desplante, pero sí lo que mostraron: intolerancia, sectarismo y grosería. Un mal ejemplo para la democracia.
Haidt y Lukianoff (en su libro La transformación de la mente moderna) nos advierten del peligro de creer que «la vida es una batalla entre las buenas personas y las malvadas», de que vivimos en una guerra de «nosotros contra ellos» que causa que «alumnos universitarios que dicen defender ideas progresistas abuchean a políticos y conferenciantes y les impiden hablar».
Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas, decía Kennedy. Flaco favor hacen gestos como estos para ello. Pero luego los ultras son otros.
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