Lecciones de Singapur: Trump vs Sánchez
Enseñan en las escuelas de negociación de Estados Unidos que los acuerdos, para que sean fructíferos, sólo pueden ser “estables y duraderos”, lo que viene a traducirse en el clásico “win-win” entre las partes: nada de juegos de suma cero o de principios de vasos comunicantes. Esto es, acuerdos que tienen la virtud de satisfacer en igualdad a las partes, sacrificando o renunciando a alguna de sus pretensiones cada una para buscar un fin mayor que solo pueden alcanzar conjuntamente. La cooperación y la colaboración, que cae como fruta madura, tras la etapa de conflicto y previo paso por la desescalada.
Es por ello, por una cuestión de óptica y de actitud, desde luego de principios y de alcance de miras, que Kennedy y Kruschev consiguieron en el abismo de la Tercera Guerra Mundial llegar a un acuerdo de paz tácito tras la crisis de los misiles en Cuba. Allí tampoco había vencidos y vencedores, sino que ambas partes se presentaron como triunfadores y prevaleciendo en la salvaguarda última de sus intereses. Y es que si algo demuestran los norteamericanos es su creatividad articulada previa llegada del éxito en sus negociaciones: no es casualidad que hoy sean la primera mundial en términos económicos, financieros o de seguridad.
El acuerdo de Singapur entre Trump y Kim Jong-un vuelve a demostrar que para los Estados Unidos prima la estabilidad mundial antes que el electoralismo político propio de nuestro país, y eso a pesar de que el inquilino de la Casa Blanca se las ha tenido que ver con un jefe dictatorial. Tras la reunión entre los dos líderes, ninguno ha salido a humillar a su homólogo, o a pisar su imagen. Habría sido un puro suicidio. Al contrario: pese a no haber alcanzado ninguna propuesta clara o concreta sobre cómo encauzar los nuevos tiempos, han alabado a su contrario y reconocido su posición y sus razones, en lo que apunta, por consiguiente, a lo que desembocará en un “acuerdo de paz estable y duradero”.
En España, completamente en las antípodas, hemos padecido las figuras y los postulados de Rajoy y Puigdemont, ambos incapaces —por una causa u otra— de buscar puntos de entendimiento, empeñados hasta la extenuación en señalarse como culpables de la crisis territorial que atraviesa España. Ahora llega el tándem Sánchez –Torra. La cuestión sería preguntarse si estarán a la altura, por fin. Pero lo triste es constatar a las primeras de cambio que el líder independentista sigue en su discurso de la ruptura incondicional: difícil sendero para el diálogo. Porque en la esencia y el espíritu de toda negociación, más allá de la satisfacción mutua y aproximada de demandas, está que ambos contendientes hagan presidir sus avances o retrocesos, por una inexpugnable voluntad de entendimiento, como refería Kennedy: “No podemos negociar con aquellos que dicen, que lo que es mío es mío, y lo que es tuyo es negociable”.