La soga de la izquierda

La soga de la izquierda

Alfred Hitchcock llevó al cine la obra teatral ‘La soga’, de Patrick Hamilton, 20 años después de su estreno. En vísperas de los 50 del siglo pasado fue el primer trabajo a color del maestro del suspense . Aunque su idea primigenia era la de grabar toda la película con una sola toma, de seguido, tuvo que realizar algún parón. Gajes del oficio que supo torear con algunos trucos que aún hoy se estudian en las escuelas de cine. Para que no se notasen los cortes, hacía pasar a los personajes cerca de la cámara tapando así la escena con sus trajes oscuros y facilitando el empalme sin que resultase brusco para el espectador. El resultado final consigue mostrarnos prácticamente una obra teatral que transcurre en una habitación donde se van sucediendo todas las escenas ante las que observamos, en silencio, un desenlace que nos va acelerando cada vez más el pulso.

El argumento no es menos interesante que la técnica empleada. Dos compañeros de la facultad, avezados estudiantes de Derecho Penal, quieren demostrarle a su idealizado maestro que son capaces de cometer el crimen perfecto, ése con el que tanto han teorizado en las clases. Su afán por demostrar que son dignos del reconocimiento del brillante profesor les lleva a asesinar a otro de sus compañeros y celebrar una fiesta para aderezar así el macabro juego. Una trama impecable que mantiene al espectador prácticamente sin parpadear; tiene de todo: suspense, continuidad, una atractiva fotografía, ejercicios intelectuales, y ese toque morboso con el que Hitchcock suele conseguir que nos pongamos del lado del delincuente por unos minutos. El pacto que plantean Podemos e Izquierda Unida se asemeja en cierto modo a la trama de ‘La soga’.

Dos alumnos muy aplicados planean ahorcar al Partido Socialista como muestra a su maestro de lo bien que han aprendido sus lecciones. Cada uno, quizás, haya entendido las teorías con algún que otro matiz diferente, pero el objetivo principal parecen tenerlo claro y, tal vez, para conseguirlo sean capaces de ponerse de acuerdo como antes nunca hicieron. Probablemente, Julio Anguita habrá disfrutado mucho teorizando sobre el idílico sorpasso y la pasokización del PSOE y esté casi salivando al imaginar ya el olor del puño y la rosa sobre las brasas. Sin embargo, es bastante probable que cuando todo llegue a oler a chamusquina —incluyendo el puño, la rosa, la hoz y el martillo y los círculos morados— puede que sea ya demasiado tarde para arrepentirse. ¿Estoy, acaso, contra la unidad de las formaciones que hoy por fin se reconocen de izquierda? En absoluto. De hecho creo que, de haberlo conseguido en las elecciones anteriores -tal y como vengo años defendiendo- hoy contaríamos con un Gobierno de progreso y los charranes del PP se habrían ido lejos a buscar algún vertedero donde alimentarse.

Empero, tengo serias dudas de que las razones para esta unidad sean las que alguien convencido de los valores de la izquierda quisiera ver defendidas, esto es: la imperiosa necesidad de legislar para proteger a los miles de personas que sufren cada día en nuestro país. Más bien, observo una desesperada necesidad de abrazo entre proyectos muy distanciados, movidos por intereses individualistas, oportunistas y opacos. Un juego donde el objetivo es obtener la preponderancia en una lucha fratricida entre las izquierdas, en lugar de la suma amplia para el desalojo de las derechas. Si Hamilton tuviera que adaptar ‘La Soga’ a nuestro presente, probablemente añadiría un nuevo matiz: la cuerda que rodea el cuello de la víctima, en esta versión, se la ha puesto ella sola. Los verdugos solamente han tenido que apretar un poco. El problema es que, sin darse cuenta, no han advertido que por encima de ellos hay una soga aún mayor de la que únicamente podrían salvarse todos juntos. Pero esta versión quizás habrá que dejarla para un maestro de la ciencia ficción como George Lucas.

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