Kamala y la bala de plata

Kamala Harria

Si la Historia fuera un guión de cine, hay que reconocer que el autor tiene cierta tendencia a la ironía sutil. La candidata Harris, cuyo único mérito electoral real consiste en no ser Donald Trump, acaba de ser acusada de plagiar buena parte de su primer libro, Inteligencia contra el crimen: El plan de un fiscal de carrera para hacernos más seguros, publicado en 2009.

Seremos benévolos con Harris en esto: a menudo el plagio en sentido estricto puede ser el olvido de unas comillas, sin contar con que en el reino del publica o muere es difícil salir al mundo con una idea original.

No, la querencia de Harris por el robo intelectual de lo ajeno se ha sustanciado más en esta campaña por el modo desinhibido en que se ha apropiado de ideas de su rival, desde lo pequeño -que las propinas no tributen- a lo grande: construyamos un muro.

Pero la desesperación lleva con frecuencia a doblar la apuesta, y ayer se lanzó a la piscina en una entrevista en el programa de radio Charlamagne tha God con una propuesta que lleva décadas sobrevolando la política demagógica norteamericana: las reparaciones.

Se trata de un absoluto, ruinoso y divisivo concepto: que los ciudadanos blancos (ninguno de los cuales ha poseído esclavos) paguen colectivamente billones de dólares a los ciudadanos afroamericanos (ninguno de los cuales ha sido esclavo) como indemnización por la esclavitud.

Para que se hagan una ligera idea del disparate, eso podría suponer que un albañil descendiente de los esclavos irlandeses que llevaron los ingleses a las colonias tendría que pagar una parte considerable de su magro patrimonio a un empresario afroamericano descendiente de un nigeriano que llegara como inmigrante a Estados Unidos dos o tres generaciones atrás.

«Hay que estudiarlo, no hay duda de eso, y he sido muy clara sobre esa posición», dijo Harris al presentador.

Harris ha plagiado la idea, con la que ya se había comprometido en numerosas ocasiones. Mientras se postulaba a la presidencia en 2020, le dijo al reverendo Al Sharpton, presentador y activista de la cadena MNSBC, que firmaría un proyecto de ley de reparaciones si llegaba a ser presidenta. «Cuando sea elegida presidente, firmaré ese proyecto de ley», aseguró Harris.

De entonces aquí, como ha sido hasta ahora el caso de cuanto político ha agitado la idea como hace el torero con el capote delante del toro, Kamala ha ignorado el asunto. Pero, como decíamos al principio, la desesperación es mala consejera, y que a Harris no le salen los números para ganar lo saben hasta los inmigrantes potenciales, que ya han montado una nueva caravana deprisa y corriendo con destino a la frontera «antes de que Trump la cierre», en sus propias palabras.

La población negra ha sido, desde que alcanza la memoria, el bloque electoral más leal al Partido Demócrata, que corresponde a tal gentileza regándoles de cuotas y subvenciones varias. Pero nada es eterno en este bajo mundo, y otro bloque demócrata a machamartillo como los sindicatos empiezan a vacilar. Ésta es la primera campaña desde hace mucho que los Teamsters, el poderoso sindicato de camioneros, no respalda públicamente al candidato demócrata.

Con los afroamericanos la situación no es tan desesperada. Van a votar en masa a Kamala, aunque sea tapándose la nariz. Pero hay deserciones importantes la plantación demócrata, y en unas elecciones que se pretenden tan disputadas, el abandono de una proporción significativa de estos tradicionales votantes podría traducirse en la ruina electoral de Harris. Así que ha decidido recurrir a la bala de plata, el bálsamo de Fierabrás, en ungüento amarillo, prometiéndoles a cada uno de ellos un sustancioso cheque limpio de polvo y paja.

La esclavitud es imposible de reparar a golpe de talonario. Lejos de ser una institución privativa de los blancos estadounidenses -sólo un 5% de los cuales poseyó alguna vez esclavos, por cierto-, ha sido omnipresente desde el principio de la historia hasta, como quien dice, ayer por la tarde, en todos los pueblos sedentarios, desde los vikingos hasta los mongoles, los árabes tanto como los nativos americanos, pasando, por cierto, por los propios subsaharianos. Lo único que tendrían de especial en ese sentido los americanos es que libraron la guerra más sangrienta de su historia para acabar con esa plaga.

Y si empezamos con una ironía, está bien acabar con otra. Kamala Harris es descendiente de un irlandés dueño de una plantación de esclavos en Jamaica, según el extenso resumen ancestral que hizo su propio padre sobre su lado de la familia.

Las reparaciones suponen una idea perversa, inasumible, económicamente y racialmente divisiva, que no solucionaría en absoluto la situación de la población afroamericana de Estados Unidos.

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