La izquierda rabiosa contra el Rey

La izquierda rabiosa contra el Rey
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Estos depravados políticos estaban aguardando la ocasión. Sabedores unos, los radical comunistas de Iglesias que se pueden ir al garete, de donde nunca debieron salir, sin pisar moqueta y pelar langostinos con la mano izquierda tal y como hacían los ricos socialistas de la Transición, y conocedores otros, los independentistas del vocinglero Rufián (nunca una apellido ha cuadrado tanto a su portador) la han emprendido en una campaña torticera, sucia, repulsiva e indescriptible contra Felipe VI. Que nadie se engañe: unos y otros entienden perfectamente que el Monarca está cumpliendo a la perfección, impecablemente, el papel que le adjudica la Constitución, una Norma, recuérdese que, por imposición del ponente del PSOE, Gregorio Peces Barba, dejó al Rey escasísimo margen de maniobra en cualquier aspecto de la gobernación general del país. A Peces, ya aprobada en 1978 la Constitución, se le preguntó públicamente la razón de  su partido hubiera sido tan cicatero con las atribuciones Reales y él respondió literalmente: “Porque nosotros, partido republicano como somos, no sólo queremos que el Rey no gobierne, sino que reine muy poquito”. De buena tinta sé que muchos miembros de aquella izquierda tan testimonialista de entonces se arrepintieron una enormidad de su racanería institucional con ocasión del golpe de Estado de Tejero y demás ralea. Pero ya era tarde: el Rey, en la Constitución, se quedó únicamente con lo puesto. Muy poco.

Pues bien; con esas esqueléticas competencias a las que nos referimos este Rey actual está trabajando sin salirse un ápice de su función. Lo mismo que hizo su padre, el Rey Juan Carlos, al que la Historia tratará alguna vez como uno de los mejores Monarcas de nuestra de nuestra Historia, junto con Carlos I y su homónimo posterior Carlos III. Ya es coincidencia que los tres han llevado en vida este nombre. Sin embargo, entre Felipe VI y su padre media esta diferencia: el primero, siempre bien aconsejado en la Zarzuela, nunca fue partidario ni de expresarse por comunicados públicos ni, mucho menos, de realizar alguna declaración de este tenor para justificar sus actuaciones. Felipe VI, sí; sin ir más lejos lo hizo por escrito antes y oralmente a renglón seguido, y está a punto, me sospecho yo, de volver a las andadas e insistir ante el público en general y más concretamente ante los partidos políticos, que él, el Rey constitucional, no puede, de ninguna manera, intervenir en los devenires de la Nación, ni siquiera sugiriendo soluciones que puedan interpretarse como sus apuestas preferidas. Tiene bemoles y sostenidos y causa más hilaridad que indignación, que lidercillos de pitiminí como el leninista Iglesias o el rufianista del secesionismo que ejerce como portavoz de Esquerra en Madrid, le exijan que se moje, que presione a Sánchez para que éste se avenga a darles un trozo de la tarta del poder. Yo me pregunto: ¿qué dirían tales individuos si el Rey hiciera en esta u otras ocasiones algo como lo que se le pide? Montarían en la cólera de su rabia republicana y mandarían al Monarca a las tinieblas exteriores, al exilio si pudieran y eso sí, después de haberle quitado todos sus derechos y volcar sobre él las insidias más injuriosas.

Este Rey, que está muy bien aprendido, no va a sucumbir a estos interesados chantajes. No tiene ninguna tentación. Se sabe al dedillo la Historia de España del siglo pasado y no le hace falta rememorar lo estúpidamente que se portó su bisabuelo “borboneando” en mil ocasiones. Eso le costó el Trono. Ahora de lo que se trata es socavar la función Real con la idea de barrenar las instituciones, un objetivo al que ninguno de los dos, el estalinista de pelo entero Iglesias o el charnego furioso Rufián, han renunciado lo más mínimo. Es decir que la maniobra de dos republicanos de los del Telón de Acero soviético, conminen al Rey a que Sánchez les de vela en este entierro, tendría gracia si no fuera por dos cosas: la primera, porque el fin no ese como queda dicho, sino el malversar el papel que tiene el jefe del Estado en nuestro presente ordenamiento. La segunda, porque a Sánchez, el auténtico barrabás de este caos que sufrimos, la doble pirueta de ambos sujetos le viene de perillas, de ese modo, culpando al Otro disimula su responsabilidad, mejor dicho su culpabilidad manifiesta en la convocatoria de una nuevas elecciones. No es extraño por eso, que el Gobierno, ni Sánchez ni su ministra la inculta Celáa creo que se llama, hayan tenido la gentileza institucional de pronunciar una sola palabra a favor de las acciones Reales, sabiendo además como saben, que al Rey la Constitución le puso tan alto, tan alto que muchas veces ni siquiera se le ve. Ahora pretenden que se le vea, que vuele bajo, como desaconseja alguna letra de Julio Iglesias, para así dispararle y matarle (institucionalmente, claro) bastante mejor. Menos mal que cuando este par de desaprensivos van, nuestro Rey ya vuelve y, en consecuencia, no usará de un “borboneo” modernizado que le llevaría como a su antepasado a salir toda prisa por Cartagena. Desechen pues este par de mentecatos su malévola intención; no van a conseguir nada. Seguirán rabiosos ellos, desde luego, y también los socialistas de Sánchez que desearían que el próximo habitante de La Zarzuela fuera Sánchez I El Fatuo.

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