El indecente espantajo de la bala y la navaja

El indecente espantajo de la bala y la navaja

Tengo que transmitir lo que, a su vez, me dice un antiguo policía, de los que se fajaron contra el terrorismo de ETA, y que recuerda y sabe todas las artimañas que en su momento se utilizaron para combatir a la banda. Asegura los siguiente: “Mira: a estas horas, una semana después, ya se tendría que saber quién o quiénes enviaron las cartas-bala a Marlaska y compañía, es imposible que mis colegas actuales sean tan inútiles”, y añade: “Claro está que también ha podido ocurrir que las cartas hayan sido fabricadas a propósito”. Y añade: “En cualquier caso, ya se tiene que saber”. El caso de la navaja de Maroto es de una indecencia supina: durante tres días, de viernes a lunes, se ocultó la carta manuscrita del pobre esquizofrénico; todo para, tras el fin de semana, utilizar la navaja ensangrentada como síntoma del fascismo que se nos viene encima. Mayor obscenidad nunca se ha visto.

El policía, experto en desmontar esta clase de triquiñuelas, lo repite y no suma sospecha alguna a su relato; sólo indica que, respecto a las cartas-bala, hay dos posibilidades, las antedichas, igualmente factibles. En consecuencia, hay que tomarlas en cuenta. El procedimiento ha sido tan cutre que, para apurar su credibilidad, se ha denunciado al pobre inspector de paquetes por negligencia, como si la máquina que sondea cualquier atisbo de anormalidad sea tan perezosa como el agente de Correos que vigila su funcionamiento. Por lo demás, gran coincidencia: al día siguiente de que Sánchez insultara al PP tildándole literalmente de “organización criminal”, Maroto, una desconocida, recibe una navaja y la exhibe como un trofeo de caza, pero resulta que la navaja está enviada por un enfermo, ningún partido nazi por detrás. Desde luego los portadores no dan puntada sin hilo. Es que no pierden ocasión.

El espantajo ha estado servido. El espantajo es un artefacto que se usa para asustar o, propiamente, espantar al personal. Llega del espantapájaros clásico, y es muy útil para perseguir fines espurios; el más tópico, el de meter miedo a cualquier individuo. En el caso, fuera cual sea la autoría, curiosamente las tres cartas-bala y la navaja no han servido para este efecto, sino para este otro: contribuir a una campaña de descrédito de los propagandistas. Fíjense que las hipotéticas víctimas se volcaron  en presentarse como los damnificados, los mártires,  de una grosera operación articulada por un rival político. Curiosamente y desde el primer momento, desecharon cualquier otra alternativa. Y luego llegó para ellos el desencanto de la navaja del infortunado enfermo. ¡Vaya chasco! Tratándose de un ministro del Interior que debe manejar siempre todas las opciones, incluso antagónicas, la frivolidad de acusar sin pruebas, de insultar al PP llamándole “organización criminal”, es casi dolosa, Y sobre todo, resulta obviamente sospechosa.

Sucede en todo caso que a los publicistas, sean quiénes fueren los autores, les ha salido el tiro, nunca mejor dicho, por la culata. Ya existen dos constancias: que casi nadie cree que los en envíos hayan sido un aviso mortal para sus receptores, y que, para mayor inri, la opinión general es que todo ha sido un mensaje burdo destinado a aglutinar bondades, y votos en especial, sobre los dañados. En estas circunstancias: ¡qué mal huele una artimaña de este estilo!  Pero, ¿es que alguien puede suponer que a VOX, el partido al que se supone gestor de esta inmensa martingala, le viene a favor de sus posibilidades electorales la fabricación de estas cartas? ¡Sólo le faltaba a Abascal aparecer como pistolero! ¡Qué bobada pantagruélica! Lo que pasa es que, visto el nulo resultado que ha ofrecido el conocimiento general de estos episodios, ¿hay que creer que sus inventores se quedarán tan escarmentados ante el fracaso? De ninguna manera: esto no se ha perpetrado para que se vuelva contra los demandaderos, los portadores de las cartas. Es más, sorprende que a estas fechas ellos no hayan dado más señales de muerte, exponiendo más pistas sobre las fingidas autorías.

Pero quedan cinco días para el 4 de mayo, y como suelen sugerir los analistas de cualquier especie o mandamiento, todas las posibilidades están abiertas. Aún así, existe una que se presenta como la probable: que del asunto nunca más se sepa. Es más seguro que la detención  o identificación de los culpables. Todo es tan cutre que, mejor es dejarlo cuanto antes y dar el asunto por zanjado o… ingeniar otro producto de más fácil digestión. Ya sabemos que factoría tóxica de La Moncloa no conoce el descanso, pero sí conocemos el estado de asombro y enojo (ambos transitan a la par) en que ahora mismo se encuentran los fontaneros de Sánchez, sobre todo la publicación de las últimas encuestas que predicen para Sánchez un zurriagazo político sin precedentes. Por eso, cuidado con la última bala… que suele ser la letal. Quizá no venga en forma de adminículo que dispara un antiquísimo Cetme (el arma de nuestra Mili) ni siquiera como una albaceteña teñida presuntamente de sangre, pero vendrá, ¡claro que vendrá! Lo estamos comprobando: Los furrieles de la Moncloa nunca descansan. Y Sánchez, menos.

Porque Sánchez se juega demasiado el día 4. Durante toda esta campaña ha dado bandazos singulares: primero, dejó en el torpe discurso de Gabilondo, la responsabilidad de los mensajes; después, conocido el fracaso de su candidato, le borró de escena y se adjudicó el gran protagonismo; ahora, finalmente, renquea de calumnia en engaño, y de farsa en embuste, para ver si aún trampea con una sociedad, la de Madrid, que ya no cree en ninguna de sus manifestaciones. Ese “Madrid no es España” o esa estupidez de “fascismo o democracia”  ya no cuela. ¿Cómo va a colar en un país que ve, en su penúltima arbitrariedad, cómo el Gobierno de la Nación aprovecha el Boletín Oficial de Estado para hacer campaña contra su principal candidato? ¡Por Dios! Ni siquiera el amplio eco mediático que le proporciona un aparato puesto a disposición del social leninismo, le augura  resultados decentes. Por eso, en su desesperación, caen en deplorables tentaciones. El espantajo de la bala y la navaja ha podido ser uno de los más torpes. Y lo que es peor para todos ellos: una terrible decepción.

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