Los impuestos de Sánchez y el hueso del jamón

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El presidente Sánchez y la cursi comunista nacida en el entonces Ferrol del Caudillo, Yolanda Díaz, ya tienen la solución para impulsar la maltrecha economía española, que está en proceso de franca desaceleración con unos precios que se resisten a bajar y una tasa de paro que no retrocede ni por asomo al 10%. La solución la llaman justicia fiscal, y consistirá en subir los impuestos a las unidades productivas de riqueza y a los trabajadores en activo que todavía conservan una remuneración razonable. Es decir, en asfixiar a la clase media.

El problema de esta estrategia de expolio continuado y feroz es que el jamón de donde se obtienen los recursos para disparar el gasto en las causas más peregrinas -que es el objetivo principal del futuro Gobierno Frankenstein agravado- está ya en los huesos.

Yo veo a mi amigo Chema tratando de arrancar en su bar la última ración de la pata ibérica y llega un momento en que el cuchillo rechina, y la pieza no da más de sí. A lo sumo el hueso serviría para un buen caldo, sabroso y caliente con el que paliar el cambio climático que bulle en el imaginario fraudulento de los progres, pero esto no llegaría para satisfacer los votos que Sánchez está obligado a comprar, salvo que no se tenga reparo en acabar, por ejemplo, en la inmundicia económica edificada por el peronismo argentino.

El futuro Gobierno deberá hacer frente a las pensiones más generosas de Europa -si nos atenemos a la relación entre la cantidad percibida y la cotizada-, tendrá que seguir amamantando a los jóvenes victimistas que inundan el país, y que solo aspiran a ser funcionarios o subsidiados; y deberá, en fin, acumular recursos para sufragar todas las causas innobles en liza -nuevas y antiguas-, como la de los terroristas de Palestina, el ambientalismo desquiciado, el feminismo irracional o el independentismo catalán desenfrenado.

Las leyes de la naturaleza son, sin embargo, implacables. Llega un momento en que hasta el cerdo se agota. Por mucho que de este animal odiado por Alá y los musulmanes se aproveche todo, el sanchismo lo ha explotado hasta la extenuación. Y por más empeño y aspavientos que ofrezca la señora Díaz, el sistema tributario está prácticamente agotado, ya no ofrece rendimiento adicional.

Pueden ustedes subir los impuestos, grabar de nuevo a las empresas, castigar a los autónomos como nunca… que no conseguirán nada. Las unidades productivas de riqueza están tiritando, y comienza a haber pruebas evidentes del estrés. Actualmente, los ingresos por IVA están cayendo por encima del 9% -porque el consumo empieza a resentirse-, y lo mismo sucede con la recaudación del Impuesto de la Renta y de Sociedades, aunque las cotizaciones sociales han alcanzado niveles prohibitivos y muy perjudiciales para el empleo presente y futuro.

La conclusión es que una nueva vuelta de tuerca en los tipos impositivos sería letal para unos ciudadanos ahogados, pues el consumo decreciente que todavía hacen proviene de lo ahorrado durante la pandemia, privándose de lo mínimo, pero cada vez más conscientes de que los días de vino y rosas se van apagando sin atisbo alguno de resurrección.

De manera que el futuro Gobierno parece decidido a que el expolio fiscal se refuerce con las empresas. La señora Díaz, y así ha asentido el presidente, quiere exprimirlas aún más. Propone aumentar la sangría en 10.000 millones adicionales que resultarían de conculcar las leyes vigentes gravando la actividad ordinaria de las compañías en lugar de los beneficios, y plantea extender los tributos de nueva generación creados por Sánchez para castigar a la banca y a las eléctricas simplemente porque son un ejemplo de excelencia que se adapta con éxito a las circunstancias.

No hay un solo país en el mundo donde su gobierno trabaje contra las empresas, las únicas que lo siguen enriqueciendo a pesar de las circunstancias. Pero este es el caso desgraciado de España, donde sectores tan cruciales y meritorios como el financiero y el energético son sometidos todos los días al escarnio público por un demente que quiere ser de nuevo investido por el «bien de España».

Si se suman todos los ingresos obtenidos por la Hacienda pública a través de los impuestos ordinarios, las tasas diversas, y las figuras de nueva generación diseñadas ad hoc para penalizar a las multinacionales del país que deberían ser motivo de orgullo y de cuidado, la presión fiscal que se padece en España está por encima del 42%, mucho más alta que la media de la Unión Europea.

Impulsarla aún más hará que progresemos en nuestra falta de competitividad, en la pérdida de atractivo para la focalización de inversiones y encenderá los estímulos para que las multinacionales españolas y otras compañías de menor tamaño pero con ambición sigan el camino abierto por Ferrovial. Las que queden sobrevivirán a duras penas, sin capacidad para invertir, sin músculo para soportar las plantillas y desde luego sin ganas de seguir luchando en un clima absolutamente hostil.

El corolario no puede ser más desolador y terrible. La demolición del sistema institucional puesta en marcha por Sánchez para lograr la investidura vendrá acompañada de la destrucción progresiva del aparato productivo nacional, del empobrecimiento de los ciudadanos y de la corrupción moral de la juventud, condenada a la dependencia activa o pasiva del Estado y ya cómplice del desprecio hacia el mundo de las empresas, que son, en esencia, el núcleo providencial de creación de riqueza y de empleo, así como el verdadero motor de la energía social.

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