Hoy el 36, mañana el 78

Hoy el 36, mañana el 78

Parece que Pedro Sánchez, doctor por la universidad control-C control-V, líder del embuste y hoy presidente del desgobierno, se va a encargar de revisar lo que pasó hace casi un siglo. ¿Qué puede salir mal?

Yo, como de Historia sé lo justo, voy a ver qué dicen los historiadores, que se supone que son los que saben. Y qué mejor para ello que rescatar un Congreso Internacional que se celebró en Madrid, cuando Zapatero abrió el melón (y la herida) de la ‘memoria histórica’.

El organizador principal del Congreso, Santos Juliá, dijo que «imponer una memoria colectiva o histórica es propio de regímenes totalitarios». Gustavo Bueno fue más directo, al señalar que la memoria histórica no es más que «una invención de la izquierda” y una “maniobra de manipulación política”. “La memoria -la de verdad, decía- es una construcción subjetiva, pero la memoria histórica es una elaboración social, cultural o política”. Y Enrique Ucelay-Da Cal, recordando a Freud, explicaba que “la memoria individual no es de fiar y, menos aún, la suma de las individuales o colectiva”. Y añadía que “la única memoria colectiva es el ritual mediatizado por la ideología”.

Todo esto y más, para el que le interese, lo recoge Stanley G. Payne, en su libro En defensa de España. Desmontando mitos y leyendas negras (Espasa, 2017) donde nos da la clave de la corriente historicista: “Cualquier fenómeno debe analizarse desde la perspectiva de su propio tiempo y de las alternativas que en verdad existían, no de las que habrían sido deseables”.

Pero no. A algunos les gusta crear problemas en vez de resolverlos y quieren que miremos (y juzguemos) con ojos de hoy lo que pasó ayer. Y así se terminan derribando estatuas de Colón, de Isabel II o incluso de Gandhi, o pidiendo perdón por lo que pasó hace siglos, porque Don Pelayo no montase una mesa de diálogo, Fernando el Católico no permitiera los comités de empresa o Hernán Cortés no abriera oficinas de integración multicultural. Pidamos perdón por ello, a flagelarse toca.

Frente a la corriente historicista, Moncloa ha decidido ideologizar el pasado. Si ya nos dicen cómo tenemos que pensar y sentir hoy y cómo tiene que ser España en 2050, ahora toca mirar atrás. Con la mal llamada memoria democrática, la izquierda española completa una visión integrada (a su manera), de pasado, presente y futuro de nuestras vidas, tal como siempre ha pretendido el marxismo.

Pocos estarán en contra de enterrar dignamente a quienes quedaron en las cunetas, ni tampoco de que se castigue a quien humille por motivos ideológicos a las víctimas. Pero para eso bastaría una acción administrativa o aplicar el delito de odio del artículo 510 del Código Penal. ¿Para qué, entonces, una Ley?

Sabemos que servirá para distraernos de la desastrosa o ausente gestión gubernamental del día a día. Y también para intentar (aunque la Constitución no les dejará) ilegalizar asociaciones o partidos disidentes con el consenso impuesto. Pero queda otro objetivo, no tan visible pero igualmente peligroso y que subyace en el discurso de la ley: la lucha por la legitimidad.

Como decía en aquel Congreso Ucelay-Da Cal, la historia española contemporánea es “una lucha por la legitimidad, en la que sus contendientes se lanzan sus muertos a la cabeza” y apelaba a evitar la intoxicación de la ideología que está en el recuerdo personal.

En esa peligrosa lucha por la legitimación (pues conlleva la deslegitimación del contrario), la censura de la dictadura devendrá en ensalzamiento de la República (ajenos a la historia, claro), y en esa pendiente resbaladiza la siguiente etapa a cuestionar y superar será la Transición, por no haber reanudado el orden republicano. No es el 36, sino el 78, su Constitución y la Corona lo que algunos buscan. Y si no, al tiempo.

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