La gran purga
Una de las ventajas del sistema electoral argentino es que Sergio Massa no puede amnistiar a 400 delincuentes para hurtarle la Presidencia a Milei, así que antes de comenzar con el llanto español disfrutemos del bien ajeno: viva la libertad y viva Argentina, carajo.
Consumada la alegría libertaria, volvamos al drama socialcomunista a este lado del Atlántico. Y como hablaremos durante días sobre por qué en el país de Juan Domingo Perón ha ganado las elecciones un señor que dice de forma expresa que a los zurdos les gusta la fruta mientras aquí las perdemos otros capitaneados por el equipo «cuidado que no se nos asemeje a la ultraderecha», dejemos hoy los errores de la derecha patria y centrémonos en los de la izquierda. Porque España va mal, pero al menos Podemos va peor.
La criatura en forma de Gobierno que parió Pedro Sánchez es una calamidad como cualquier otra, particularmente grave por la continuidad del ínclito Marlaska, que ha logrado sobrevivir a la purga ordenando apalear manifestantes a las puertas de Ferraz. Es impresionante, pero del primer mandato sanchista sólo sobreviven cinco y él es uno de ellos. Los otros, Nadia Calviño, Margarita Robles, Teresa Ribera y Luis Planas. El dream team de la nada.
Este país que usted y yo amamos va a desaparecer pronto, pero regocijémonos en la satisfacción de que Ione Belarra e Irene Montero lo hicieron antes que la patria. Es un consuelo menor pero, valga la redundancia, cosas menores hemos celebrado. La vocera de Hamás en Europa y la persona que más ha hecho por la inseguridad de las mujeres en la última década ya son un triste recuerdo de una España que nunca debió ser. Y para añadirle una guinda a este pastel de consolación, encima la culpa de su desgracia es de la decisión personalísima del macho alfa.
En estos meses que vienen, si es que ustedes tienen Twitter y se han olvidado de dejar de seguir a Echenique y a personajes de ese calibre de irrelevancia, verán cómo los podemitas lloran desconsolados por la injusticia social de su purga. Les dirán que un monstruo vendido al capital a la altura de Yolanda Díaz sólo se puede comparar a la traición de Lenin a Stalin o, si quieren algo más castizo, a Manuela Carmena prefiriendo a Rita Maestre antes que a Carlos Sánchez Mato. Estas cosas siempre recuerdan que dentro de lo malo también existe lo peor, aunque a veces se nos olvide. Aún así, a todo morado que usted se encuentre lamentándose por los designios, la Fashionaria, que diría el inigualable Federico, debe recordarle que Yolanda es la consecuencia directa de Pablo Iglesias. No sólo fue su sucesora a dedo en unas elecciones internas muy propias de democracias comunistas de primer orden como Corea del Norte, también dejó de ser una concejal de tercera en Galicia para ser ministra de Trabajo única y exclusivamente porque el régimen de Galapagar así lo quiso. Este periódico, que descubrió su chaletazo y con ello enterró la reputación de los Perón de Hacendado, es causante directo de la caída en desgracia del matrimonio Iglesias-Montero, pero la ejecutora de la influencia podemita no es otra que su propia criatura.
Cuando Ione Belarra, Lilith Vestrynge, Irene Montero y nuestra desempleada favorita, que no es otra que Pam con su brillante gestión al frente de la Secretaría de Estado de Igualdad quejándose de la falta de homosexuales gordos en la vida pública; se quejen de su desgracia pasando de cobrar casi 6.000€ al mes para convertirse en paradas de larga duración, recuérdenles siempre que todo era tan fácil como que el dedo divino del que un día tuvo coleta hubiera apuntado en dirección a no menos que la madre de sus hijos en vez de una traidorzuela socialista cualquiera.
El Gobierno que nos espera en lo sucesivo es un drama para España y para la dignidad, pero entre Guatemala con Ernest Urtasun y Guatepeor con Ione Belarra, no les quepa duda que en el flanco de la ultraizquierda al menos algo seguimos ganando. Lástima que entre terroristas y golpistas ese vaya a ser el menor de nuestros problemas.
Menos mal que en Buenos Aires, carajo, por fin se respira libertad.
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