El Gobierno «progresista» de Sánchez con Otegi y Puigdemont

Sánchez Otegi Puigdemont

Con la ronda de consultas del Rey, al que los socios y aliados integrantes del sanchismo le responden con un nuevo desplante, comienza otra etapa del despropósito en el que se ha convertido la política nacional desde la llegada de Sánchez a la primera línea. Se cuentan por repeticiones las elecciones en que ha sido el candidato de las siglas PSOE, lo que no había sucedido en ninguna de las legislaturas precedentes. No le faltaron motivos para hacerlo al Comité Federal, que tal día como el de ayer de 2016 le cesó tras fracasar en dos elecciones sucesivas −20 diciembre de 2015 y 26 de junio de 2016− con 89 y 84 escaños obtenidos, respectivamente, los peores registros conseguidos por su partido desde 1977. Lejos de dimitir, forzaba ir a unas terceras elecciones o conformar el primer «Gobierno Frankenstein», según la feliz expresión acuñada por el malogrado Rubalcaba, escenarios ambos sólo contemplados por su incontenible ambición.

Las actuales bases socialistas parecen tan alejadas de la socialdemocracia como próximas a la izquierda más radical, a juzgar por el resultado de aquellas primarias de 2017, manifestándose similares a las de aquel PSOE de Largo Caballero de infausta memoria para España, y le repusieron en la Secretaría General. Con la Segunda República, aquel PSOE largocaballerista unido a la Esquerra Republicana de Companys, promovió en octubre de 1934 −como precedente inmediato de la Guerra Civil− un golpe de Estado revolucionario contra el legítimo Gobierno republicano por ser «de derechas». Ahora este PSOE promueve un Gobierno tan «progresista» como aquél que constituyó el Frente Popular unido a los actuales sucesores separatistas de aquéllos, acompañado de los también «progresistas» Otegi y Puigdemont y la yolandista Suma comunista de 16 siglas. «La cabra siempre tira al monte», y el refranero popular tampoco se equivoca en este caso, con el PNV jugando un papel tan triste como el desempeñado en este dramático episodio de nuestra Historia.

Aquella desdichada política de bloques enfrentados e irreconciliables entre sí, se cerró definitivamente durante la Transición a voluntad del poder constituyente encabezado por S. M. D. Juan Carlos, mediante la Constitución del consenso y la concordia, apoyada por todo el arco parlamentario surgido de las elecciones del 15 junio de 1977. Salvo, eso sí, el PNV y ERC, que no la votaron, los mismos imprescindibles aliados actuales del sanchismo, como lo eran del largocaballerismo en aquella década ominosa de los años 30 del pasado siglo. Todo pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla, y el actual PSOE está obsesionado en reeditar aquella traumática experiencia con sus leyes de Memoria Histórica de Zapatero y de Memoria Democrática sanchista. Son tan progresistas que pareciera quieren sumirnos en el túnel del tiempo emulando a las columnas infernales de los revolucionarios franceses contra los vandeanos, o a las brigadas internacionales comunistas admiradoras de aquel Stalin que, tras acabar la Guerra Civil en España, pactó con Hitler la invasión y el reparto de Polonia dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial. Escrito queda, sometido a los censores orwellianos, aunque no sabemos si su Democrática Memoria Histórica permite estudiarlo y enseñarlo.

Leemos que todos los secretarios provinciales, locales, insulares y continentales del PSOE han firmado un manifiesto de exaltación de su gran líder, apoyando que se forme un Gobierno «progresista y de convivencia». Ni Goebbels sería capaz de superar esa campaña que intenta convertir un gobierno de Otegi y Puigdemont en un proyecto «progresista y de convivencia». La convivencia de Otegi pueden explicarla las familias de los más de 850 asesinados por ETA, los miles de heridos y la multitud de huidos del País Vasco para escapar de las amenazas terroristas para sus vidas y haciendas. En cuanto a la convivencia de Puigdemont, no les resultaría muy atractivo experimentarla en el exilio, a quienes se sienten y quieren vivir libremente como catalanes españoles en su Cataluña.

Para redondear su oda al líder sanchista, exigen al PP que «abandone el insulto y la mentira como forma de hacer política». Sin duda, su referente al respecto es su líder supremo, modelo indiscutido de político que hace del cumplimiento de sus promesas y de la defensa de la verdad una señal indeleble de su persona. Lo dicho, ni Goebbels lo superaría.

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