El fulero paripé Sánchez-Yoli

Sánchez Yoli
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Tengo como amigo un aurúspice que de, vez en vez, a mí, pobre mortal, me somete a un ejercicio de realidad prospectiva, lo que en román paladino puede entenderse como que me dibuja lo que va a pasar en breves momentos o incluso un poco más allá. Como resulta que el personaje en cuestión, además, uno de los tíos más divertidos que conozco, corta pelos en el aire de listo que es, y como, a mayor añadidura, es un jurista de los que los periodistas tildamos «de reconocido prestigio», siempre viene a cuento escucharle o leerle lo que nos viene a bien contar. De madrugada -la de este miércoles- ha perfilado sus mejores adelantos, por ejemplo éste del que me hago eco. Mi amigo el notario Sáenz de Santamaría me baja del guindo esta vez para avisarme de que no sea idiota, que Sánchez, el sujeto más malandrín que hayan visto los siglos, lo tiene todo pensado, y que la escena que protagonizaron el martes, tras el Consejo de Ministros, la titular-portavoz, la señora Alegría cada vez más amargada, y la vicepresidenta Yolanda, alias Yoli Díaz, estaba perfectamente ordenada, preparada por el director de la cosa, el aún presidente Pedro Sánchez Pérez-Castejón.

Me empieza por avisar mi Nostradamus de cabecera que Sánchez, contra lo que muchos han querido pensar, «no ha metido la pata con la tributación del salario mínimo». La razón es que todo obedece a un ejercicio de simulación, más bien de prestidigitación política de las malas, que conduce a la desacreditación de su ministra de Trabajo. Me dice literalmente: «Se la va a cargar, ya no le sirve para nada». Y añade: «Más bien le molesta, y mucho». El finge risotadas en el banco azul apechugado contra la nariz de Doña Rogelia de Yoli, y ésta, que es más simple que el papel de estraza, se solaza porque piensa: «Le tengo en el bote, le manejo como la querida a un banquero».

Pero ¡ca! La cosa es más complicada. Conoce Sánchez que los días 29 y 30 de marzo puede celebrarse, si es que no lo aplazan otra vez, el congreso que puede ser de disolución de ese partido residual que atiende todavía por Sumar. A él acudirá Yoli de cuerpo presente, pero más acabada que el fiambre de cualquier Anatomía Patológica. Sánchez piensa regar con el hisopo del desdén a los pocos seguidores de que le quedan a Díaz, algo que sucederá en una reunión de la que nadie espera nada más que la fúnebre despedida.

Mi aurúspice me relata: «Trata Sánchez de conseguir que, a partir de ahora, no exista más que un partido político a su izquierda para así multiplicar sus propios resultados». ¿Cómo lograr tan anhelada meta? Fácil: una vez que ha laminado a Yolanda se encargará de reconciliar a Podemos -también lo que queda de él- con los restos exhumados de Izquierda Unida, que tampoco son muchos y están en buena condición. Reunidos otra vez cantando la Internacional leninista, Sánchez procederá al asesinato de Sumar y le aparcará al lado de las formaciones regionalistas también en fase de pudrición. Me refiero a Compromís y organizaciones así. Más Madrid también se añadirá al cotarro si es que para entonces su principal guía, la sin par Rita Maestre, no está en fase de traer otro retoño a su mundo comunista.

De todo este enjambre, el que va a salir más o menos victorioso es el subjefe de la destrucción nacional, Pablo Iglesias, que de pronto, y gracias a todas estas maniobras urdidas por el carburador de La Moncloa, se venga de la señora a la que le dio todo y ella le traicionó en todo. Iglesias  estará encantado con esta ejecución de la señora Díaz realizada por el Equipo A de Sánchez. Y él va a contribuir con toda su artillería ayudando a los propósitos de Sánchez en la sabiduría de que su antiguo jefe no perdona, y que el ridículo del martes lo ha almacenado Sánchez en la buchaca de los crímenes pendientes. Lo malo de los paripés es que para realizarlos se necesitan al menos dos personas: uno es el mentiroso embriagador y el otro el idiota que no percibe la manipulación de su interlocutor. En el fulero paripé ha caído Yolanda y lo ha hecho, además, riéndose a carcajada limpia, lo que dice muy poco de su agudeza política en franca decadencia.

Así as cosas, las profecías de mi notario jubilata tienen todas las trazas de convertirse en franca realidad. Aún hay quien sostiene que, con la maniobra del miércoles, Yolanda Díaz lo que ha pretendido es causar un roto al preboste y ponerle en el brete de tener que adelantar las elecciones. Una bobada.

Lo que necesita Yolanda es que el tiempo que le quede en el machito de la fashion se alargue lo más posible, no tiene la menor intención de romper y colocar a Sánchez en la tesitura de abrir las urnas, pero, si mi comunicante está en lo cierto, sucederá que, aunque lleguemos hasta el año 2027, ella, vicepresidenta actual, ya no va a ocupar el banco azul; tendrá mucha suerte si la dejan mantenerse en el escaño.

Sin embargo, aún existen señores complacientes que confían en que la asfixia fiscal al Salario Mínimo no prosperará en las Cortes y Sánchez se llevará un disgusto de los que hacer época; tonterías, a él ya el Parlamento le trae por una higa: que no le refrendan sus bodrios, le da igual, los vuelve a presentar o se olvida directamente de ellos. Él ya sabe gobernar sin el Parlamento. Éste le vale para que la desdichada Yolanda se retuerza a borbotones mientras a su lado el presidente la acuchilla sin piedad. El fulero paripé ideado por el tramposo Sánchez tiene, pues, una víctima próxima: Yolanda Díaz. Lo que sucede es que ella todavía no se ha dado cuenta de ello.

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