La fiabilidad de un ‘aliade’

Alberto Fernández
  • Carla de la Lá
  • Escritora, periodista y profesora de la Universidad San Pablo CEU. Directora de la agencia Globe Comunicación en Madrid. Escribo sobre política y estilo de vida.

Solo hay algo más irritante para una mujer moderna que un machista y es la actitud opuesta, me refiero a los que impostan su feminismo o (en casos gravísimos) cuando lo son realmente: que sí pesades… Un poco como el ex fumador que odia a los fumadores. Miren, cuando tienes delante a un hombre tan servil, tan egocéntrico, tan mezquino, tan pelota, tan ladino, tan poco fiable como es el aliade…(ser más papista que el papa es anormal, turbio) no te atrae sexualmente. Ni socialmente. Es como una subespecie de pagafantas ideológico por poderes. En efecto, al individuo machista lo ves llegar, con su cultura casposa y hedionda, pero la fiabilidad de un aliade, es inversamente proporcional, créanme, a la pasión que le pone a su dramaturgia.

Mi primera cuñada, psiquiatra, me dijo algo espeluznante (pero de altísimo interés intelectual) cuando ella aún era residente del Hospital de la Paz y yo estudiante de periodismo. «Carlita, ensaya un juego cuando alguien te hable, un juego que practicamos mucho los psiquiatras, cuando alguien insista mucho, pero tiene que ser mucho, con machaconería, donde tú veas claramente que hay alarde, sobre una postura o una actitud, la que sea… Cuando alguien se empecine mucho en algo, juega a que la verdad, lo que realmente siente, es todo lo contrario de lo que te está diciendo». ¡Teatro!

La teoría de mi cuñada, inteligentísima, rubia y muy guapa, muy parecida a Fabiola Yáñez, por cierto, me dejó chocada, como algunas otras que salieron de su boca y nunca la olvidé. Y reconozco que es algo a lo que juego habitualmente con todos los que se las dan de forma desmedida de algo, sobre todo de algo bueno y virtuoso, que es de lo que se pavonea la gente por lo común: hablo de las PAM, de los Pedro Sánchez, las Irenemonteros del mundo y ahora, qué mejor ejemplo: Alberto Fernández.

El ex presidente de Argentina, ya saben, presuntamente golpeaba y denigraba a su expareja Fabiola Yáñez, y madre de su hijo, mientras se autonombraba el defensor del feminismo argentino, el primero y más fuerte protector de los derechos de las féminas. Ante una disonancia como esta (él lo niega todo, pero hay fotografías de la víctima con diversas lesiones físicas) entre la imagen pública y la conducta privada, es interesante dilucidar si Fernández está mal de la cabeza o si el montaje sobre su personalidad feminista se habría construido de manera consciente, en un caso flagrante de hipocresía como tantos a los que nos tienen acostumbrados los zurdos, por poner un ejemplo evidente y digno de sátira y coliseo.

Durante su mandato, Alberto Fernández impulsó entre otras cosas el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad: una entidad, similar a la española, dedicada a diseñar e implementar políticas públicas con perspectiva de género y clave en la promoción de políticas de igualdad y en la lucha contra los hombres que apalizan a sus mujeres, como él, supuestamente. Fernández organizó el Plan Nacional de Acción contra la Violencia de Género con campañas de concientización, líneas de atención para víctimas, y refugios, así como programas de asistencia económica para mujeres atrapadas en la situación de ¡su mujer!

Si las acusaciones son ciertas, yo te creo hermana, estaríamos frente a un ejemplo donde la persona utiliza el feminismo como una herramienta política mientras, en su vida privada, actúa de manera contraria a esos principios. Algo muy parecido al caso de nuestro bello presidente y su familia, defendiendo los valores socialistas y embadurnados de fango hasta las orejas por asuntos y tejemanejes siempre relacionados con su enriquecimiento personal.

Cabe destacar que también existen las llamadas «formaciones reactivas», en psiquiatría, y son mecanismos de defensa inconscientes. Esto implicaría que la persona, sin darse cuenta, adopta una postura completamente opuesta a sus verdaderos sentimientos o impulsos, precisamente para ocultarlos incluso de sí misma. En el caso de un defensor a ultranza del feminismo que maltrata a su pareja, este concepto sería aplicable solo si el maltrato fuera una expresión preconsciente de sentimientos reprimidos que la persona, trata de compensar adoptando una postura pública opuesta. Sin embargo, esto es más raro y complejo de identificar.

Otro ejemplo clásico y muy de antaño podría ser alguien que tiene deseos sexuales que considera inapropiados. Y que en lugar de lidiar con ellos de manera directa, desarrolla una actitud puritana o extremadamente moralista, criticando con dureza a otros por comportamientos que en realidad resuenan con sus propios deseos ocultos. En la hipocresía común, el protagonista sí es consciente de sus sentimientos o deseos, pero decide ocultarlos porque quiere mantener una buena imagen ante los demás u obtener algún beneficio o rédito político.

Desde el cariño, yo creo que todos los hombres (y muchas mujeres) nacidos antes de las olimpiadas de Barcelona son de un machismo atroz, y no les culpo, se trata de un asunto sistémico, pero debemos saberlo y autorregularnos, y, por supuesto, alejarnos de perfiles evidentes, mucho más si son ególatras, narcisos, y van sedientos de poder…. Cutre, que no digan casi nada las feministas exacerbadas, con la que le liaron al bueno de Rubiales. ¿Hipocresía o formación reactiva? ¡Que las estudie la ciencia! A ellas y al aliade (Alberto Fernández, como su santo patrón) un aborigen de nuestro tiempo que me produce compasión en grado máximo.

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