Fernando Simón, la cara de la pandemia
Si tuviera que ponerles cara a la pandemia, al murciélago y al primer chino que se contagió, ésa sería la de Fernandito Simón. Me tomo la confianza de llamarle por el diminutivo, porque las personas que se tienen tan presentes en momentos difíciles forman parte indisoluble de la memoria de una; y a este hombre le hemos visto surfear, montar en moto y prometer el nirvana, mientras nos oprimía con augurios y gemidos de fantasma sin sábana. “¡Cuánto os deseo con esa palidez, miradme, miradme más!”. Su febril mirada de Conde Drácula es de una afectación difícil de igualar.
En una ambición sin límites por mantenerse como referente de sabiduría, Fernandito juega a la ruleta rusa una vez, y otra y otra; cree que la bala nunca va a disparar. No hay muecas en su rostro diga “esto es el fin” o “no se preocupen que no pasará nada”. Para él, ambas frases significan lo mismo, las encadena con ese azul de porcelana agrietada que desprenden sus ojos, como una especie de intelectual a la deriva.
“¿Te acuerdas de cuando Simón decía que estuviéramos listos para la calma enemiga?”, oí hace un par de días en una tasquita de mi tierra. Miré de inmediato a ver quién perforaba el estómago de su interlocutor de esa manera tan soez. Aferrado a un vaso de whisky, las risas que provocaron estas palabras se oyeron desde El Rinconcillo hasta la bodeguita Casablanca, donde tenía lugar semejante provocación. Apareció en ese momento un periodista mítico, una bestia de la comunicación. La magia aparece cuando menos te lo esperas. Iba acompañado de un alma exquisita, alguien que sabe esconder las llaves mejor que nadie. “Vamos a ver, Fernandito es un crack cazando pulgas, porque es perseverante y porque tiene las uñas largas”. Aún recuerdo el aplauso cerrado por el que se arrancó la tasca enterita. La casa invitó a la ronda, dada la firme y acertada aseveración. Por fin nos enteramos del don de Fernandito.
“Entonces, ¿ese hombre no es fraude?”, preguntó una espontánea que había ido ese mediodía a llorar sus penas. Su novio peluquero la había dejado. “¡Qué va, trabaja como un animal! Pone velas negras, rosas y amarillas tres veces al día, para ver si tiene que decir que la curva es ascendente o descendente. Es incansable”. El rostro de la lacrimógena era de orden difícil, no terminaba de creérselo. “Póngale unas almendritas”, dijo con sorna otro caballero que había dejado su caballo vaporoso en la puerta.
Embelesada por la maravilla de la escena, fascinada con el mítico comunicador, fulminada por la elegancia de su acompañante, comprendí que la perfección de Simón era precisamente esa inquietud que aparece cuando se le nombra. Con él, la pandemia ha sido más pandemia, los débiles mortales han sido más valientes gracias a sus temblores. Ha procurado –y sigue, sin pausa- robar el fuego del cielo como Prometeo, un ladrón sublime. Aprieta con sus deditos hasta asfixiar. Cuando comparece, hasta Sánchez se mete debajo de la cama.
La nueva cepa está ahí. Fernandito tiene una maravillosa oportunidad para terminar esta leyenda que se está forjando. Su decadente lengua latina sigue un gusto delicuescente. Le gustan los paisajes mustios. El frenético y decadente 2020 le ha hecho montar sobre su lomo y él, seducido, cautivado por el deshonor, ha galopado por montes y lagos que jamás soñó. Ha sido protagonista absoluto junto al murciélago y el chino del mercado. Todo a un euro. Elementos originales, jerséis a la caja, cejas sin peinar, melena gris al viento, ideas, perspectivas nuevas, porcentajes, augurios, velas, muchas velas; pero, sobre todo, la primitiva bestialidad de la supervivencia. En pocas palabras –y como diría mi añorado Campano-: “¡Sálvese el que pueda!”.
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