Feminismo partidista contra el progreso

8M: Feminismo partidista contra el progreso

El mejor político de la historia, en mi opinión, de todos los que he conocido desde que tengo uso de razón ha sido Margaret Thatcher. Una mujer. La llamaban la dama de hierro y con razón. El sexo femenino debería haber celebrado con vítores su acceso a la primera magistratura del Reino Unido después de una notable trayectoria en el Gobierno como ministra de Educación. No fue así. Por el contrario, suscitó desde siempre un rechazo visceral entre el progresismo planetario porque combatió con todas sus fuerzas el socialismo, laminó casi para siempre a los sindicatos, que estaban hundiendo el país con su oleada de protestas diversas y de huelgas durante el llamado invierno del descontento, se mostró inflexible con los terroristas del IRA -liquidó aquí a tres cuando llegaban en barca a Gibraltar con intenciones aviesas sin que nadie alzara la voz en Westminster-, y fue igualmente crítica con la burocracia de Bruselas, que a su juicio minaba el libre mercado y la soberanía nacional con regulaciones y trabas de todo tipo, una tendencia que se ha acentuado desde el Brexit, perdiendo la Unión Europea el elemento moderador que ejercía Londres. El pecado capital de Thatcher fue que, siendo mujer, era eminentemente una derechista incorregible, una persona «que no era de las nuestras».

Algo similar ha sucedido con la canciller Merkel, doce años al frente de Alemania, pero incapaz de suscitar clase alguna de adhesión entre la grey feminista. Y qué no decir de Madrid, que ha tenido a lo largo de los últimos años tres presidentas: la enorme Esperanza Aguirre, la más dudosa de convicciones Cristina Cifuentes y ahora Isabel Díaz Ayuso, la política más popular de la nación y también la que con más empeño y gracia combate a Pedro Sánchez. Todas estas señoras deberían haber sido, o ser, motivo de orgullo del movimiento feminista, y ejemplo de la igualdad de oportunidades que existen en los países desarrollados para alcanzar la cima del poder. No ha sido el caso. La razón es que todas ellas eran o son de derechas y, por tanto, según el canon dictado por la izquierda, unas fascistas. Todas han llegado a la cumbre gracias a su determinación y su valía, sin necesitar cuota alguna, luchando contra los elementos y en ocasiones superando un ambiente tremendamente hostil. Ninguno de estos hechos ha conmovido, sin embargo, al talibanismo feminista, que sólo defiende a las mujeres de verdad, o sea a las de izquierdas.

Ya con Zapatero, pero aún más desde que ocupa la Moncloa, el actual Gobierno mostrenco, en torno al 8 de marzo, el Día de la Mujer, se monta un circo en España entre los socialistas y los perroflautas de Podemos por ver cuál de los dos partidos es más feminista. Son unos días memorables en los que se escucha la mayor acumulación de estupideces del año, las dos facciones sectarias acuden separadas a la manifestación gloriosa y conmemorativa y se pelean por ver quién representa con mayor pureza de sangre el feminismo universal. Me parece honestamente que al común de los ciudadanos esta guerra entre combatientes extremos le importa poco, pero con el fin de ganar la pelea de gallos cada cual apuesta lo más fuerte que puede. Las desagradables ministras podemitas Moreno y Belarra sosteniendo su inicua y vergonzosa ley del sólo sí es sí, que ha permitido la rebaja de penas o el excarcelamiento de más de setecientos delincuentes por violencia de género.

El presidente Sánchez, en su caso, con la aprobación exprés de un anteproyecto de ley que establecerá la paridad obligatoria en el ámbito político y también en el mundo de las empresas. La norma es un perfecto disparate. Es verdad que este atropello está en gran parte inducido por una directiva comunitaria de ineludible trasposición, porque no crean que la Comisión Europea es con frecuencia más sensata que el Gobierno que padecemos -miren lo que está pasando con la prohibición del coche de combustión a partir de 2035-.

Precisamente por eso surgió la lucha contra el llamado globalismo -no la globalización-, que es la invasión de los órganos supranacionales llenos de burócratas, supuestamente presididos por las mejores intenciones, en la soberanía nacional de los estados con una profusión de normativas emitidas desde una soberbia intelectual inaceptable cuyos efectos son siempre contrarios a las empresas y la creación de empleo con la consecuencia de complicar la vida de los ciudadanos.

Sánchez es desde luego un globalista, y aprovechando la fecha del 8 de marzo ha decidido no sólo trasponer la directiva, sino añadirle dos huevos duros más. De manera que todos los partidos políticos estarán obligados a presentar en adelante a las elecciones listas cremallera -que yo llamo de bragueta- a fin alternar un hombre seguido de una mujer en las candidaturas. La composición de todas las cámaras legislativas -ya sea el Congreso o las asambleas de todas las autonomías- deberá ser paritaria y, lo que es bastante peor, las empresas más grandes deberán contar con consejos de administración igualitarios, lo mismo que en el caso de la alta dirección de las compañías. Europa había previsto que todas estas extravagancias entrasen en vigor en 2026, pero como Sánchez es más chulo que un ocho ha decidido adelantar dos años este calendario de la infamia -salvando a aquellas sociedades que tengan más de 250 empleados o una cifra de negocio superior a 50 millones-.

Esta intromisión imperativa en la vida política de los demás y ya no digamos en el mundo empresarial me parece aberrante. Y lo creo así porque supone una degradación de la mujer, un menosprecio a sus capacidades y aptitudes, sobre las que primará la imposición de la cuota en lugar de su capacidad profesional. Una nueva intervención en la libertad de empresa y su derecho inalienable a organizarse de la manera más eficiente posible. Un obstáculo más en el camino de destrucción que ha emprendido sin solución de continuidad este Gobierno inicuo.

La ley de paridad no supone avance alguno para las mujeres, sino un retroceso claro en su progreso, en su autonomía y una merma humillante de su autoestima. Cuando una mujer de bien tiene la sospecha invencible de que está donde está con motivo de la cuota está abocada a la frustración. A la insatisfacción general, por la sencilla razón de que la discriminación positiva es injusta y mentalmente letal. También pasará a ser deudora de quien ha promovido tal legislación con el propósito de captarla para la causa, y, por tanto, inclinada a votar a quien le ha asegurado un puesto relevante con independencia de que lo merezca. Porque esto es lo que realmente interesa a Sánchez: ganar las elecciones, conservar el poder. A estos efectos, las mujeres -como los jóvenes o los pensionistas- son meros instrumentos para colmar su ambición loca e inexorable.

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