El felón quiere desplumar al Rey

Pedro Sánchez

Le obligaron, previa presión insoportable al Tribunal Supremo, a eliminar, con la coartada del consenso, la rebelión de los golpistas de octubre de 2017; le exigieron después los indultos, y el felón se los concedió contra todas las opiniones judiciales y constitucionales; le chantajearon hasta la náusea para borrar la sedición del Código Penal y ya no existe ese delitovporque así Sánchez argumenta que nos «parecemos a Europa»; ahora, lo próximo es convertir la malversación en papel mojado, sólo, dice el interfecto felón, para los corruptos que no se lo lleven para ellos. Todo lo que se les ocurre a los independentistas rabiosos, a los leninistas del 17, del 17 del 1900, digo, cuando sus congéneres asaltaron en Rusia el Palacio de Invierno, y a los etarras (¿por qué añadir el gracioso prefijo, el filo a individuas, Aizpurúa, que se pasaron años rogando a ETA nuestra ejecución?) esos etarras que ahora están a punto, en poco más de seis meses, de hacerse con todo el poder municipal del País Vasco.

Pero, aun así, no se conforma esta ralea. Lo han dejado meridianamente claro el Día de la Constitución. Mientras la pléyade antes descrita tomaba la tribuna de prensa del Parlamento para anunciar una campaña letal contra la Corona, los presuntos «moderados» de esta tribu levantisca, o sea, el PNV de toda la vida, incluso el del fantasmal pacto con la Corona, «reprochaba» el mismo día 6 a su conmilitón Sánchez</strong Castejón, al que tienen estrujado como a la teta de una vaca vieja, insisto “reprochaban” (atiendan al verbo elegido) al aún presidente del Gobierno que, contra todas sus promesas, «todavía» (atiendan al adverbio elegido) no haya emprendido el camino de la ruptura y supresión de la inviolabilidad del Rey la que inscribe el Artículo 56, apartado 3, de la vigente Constitución de 1978. En su lenguaje, tan torticero y tóxico como sinuoso, ese euskaldún de toda la vida que atiende por Aitor Esteban Bravo, apellidos inequívocamente del Goyerri, se sumó a los requerimientos coactivos de sus otros compañeros de viaje, los más indeseables del Congreso, para iniciar, de consuno, una campaña que no se va a detener en el solo mandato de acabar con la citada inviolabilidad del titular de la Corona, sino con esta misma Monarquía.

Aún quedan gentes tan mendrugos como presuntamente bien pensantes que quitan fuego a la coerción de todos los mencionados y califican sus manifiestos de monserga inocente, la de siempre, la de mirar tras sus puertas a sus electores y ofrecerles, con mayor o menor dureza, lo que estos les solicitan. ¡Qué estupidez más colosal! Lo que el martes se declaró en la sede de la soberanía nacional y en la Sabin Etxea de los nacionalistas vasos, fue la apertura de un proceso rápido que debe terminar, en principio, con otra cesión monumental de Sánchez: la convocatoria de un referéndum, lo que ellos denominan la consagración del «derecho a decidir», en el que todo aquel que no se sienta a gusto en España pueda expresarse en las urnas y marcharse del suelo patrio con viento fresco. En realidad, recuerden, al PSOE de siempre no le suena esta música disgregadora a muy extraño, porque hasta bien entrada la Transición, este partido llevaba sin ningún disimulo en su programa máximo la posibilidad de exigir destino en lo universal, tanto que apostaban, se referían a la articulación territorial de España de esta manera: «Federación de los Pueblos Ibéricos».

Seguramente que algunos, los más morigerados, también los bodoques de soletilla, sentenciarán que el cronista se está pasando tres pueblos en esta alerta; allá ellos. Pasa en este sentido como, cuando hace muy pocos años, justo los que el felón lleva ocupando el poder, empezó la embestida contra todo lo que le podía mover la silla. «No se atreverá a eso», afirmaban circunspectos y ¡vaya si se atrevió!: hoy no hay sedición, está a punto de no haber malversación, los etarras reciben homenajes en sus pueblos de origen, los golpistas nos amenazan como reos de todo su rencor, los chorizos, tipo Griñán, no entran en la cárcel, Conde-Pumpido, el juez menos independiente que darse pueda, se apresta a abordar el Constitucional para convertirlo en el patio de su casa, y Sánchez, como primera providencia de lo que quizá sea una un pucherazo electoral sin precedentes, va a convertir en votantes suyos a nietos de presuntos exiliados que nunca tuvieron la menor intención de ser españoles. Se atreve a todo este desalmado político. Fíjense: ya ha trasformado a la Monarquía en una institución revisable y prescindible, cuya agenda pública (es de esperar que la privada sea otra cosa) se limita más o menos a recibir a comisiones de congresos, o a entregar el galardón de oro de los Juegos Florales de Socuéllamos. ¿Exageración? Tomen los lectores la decisión de leerse las encomiendas semanales del Rey y de su familia más cercana a ver qué encuentran. Aquí, en España, se puede celebrar, aunque sea de forma vergonzante y con todas las ausencias imaginables el Día de la Constitución, y que nuestro Monarca no aparezca por sitio alguno como si él no fuera, todavía, el jefe del Estado de la «patria común e indivisible» de todos los españoles. Ese día llegará, y va a ser pronto, que cuando Sánchez Castejón se avenga a la enésima coacción de sus cómplices y promueva la revisión institucional de la Corona, habrá quien, con gran dolor, eso sí, se exprese de tal guisa: «¡Esto no es posible!».

Serán lágrimas de plañidera que al felón más grande que ha sufrido este país desde Fernando VII, le traerán exactamente por una higa. Y esto por dos razones: la primera, porque lo único que le importa es seguir en el machito hartándose de jamón en su Falcón; la segunda, porque, en verdad, él lo que pretende y desea es transformar a España en una República, o incluso, si los separatistas rabiosos se ponen muy pesados, en un conglomerado de repúblicas que a saber si vayan a guardar una cierta relación entre ellas. Sánchez, sus corifeos y los costaleros que le sostienen en el poder están exactamente en esto: desplumar al Rey. Por eso, una pregunta pertinente pero extraordinariamente enojosa para el cronista: ¿Se entera el Rey y quiénes le rodean de lo que intentan hacer con él?

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