La felicidad de Marcela Topor, la mujer de Puigdemont

La felicidad de Marcela Topor, la mujer de Puigdemont

Aquellos que siguen un poco la escena catalana recordarán que hace unos meses la mujer de Carles Puigdemont firmo un contrato millonario, a razón de 6.000 euros al mes, con la “Red de Televisiones Locales” (XAL) de la Diputación de Barcelona para presentar un programa televisivo semanal en inglés de dos horas denominado The weekly mag. Por cierto, tiene guasa que un programa para aprender un idioma, el inglés, lo presente alguien no nativo de ese idioma, una rumana, por muy bien que, supuestamente, lo hable. Ahora después de más de dos meses de vacaciones, suponemos adaptados como el sueldo a la vida del expresident, Marcela Topor ha vuelto a la escena con dos programas, el 13 y el 20 de octubre, de dos horas cada uno. No es cuestión de esta columna valorar su calidad o no. Hay otros expertos para esto. Aunque como audiencia, todo hay que decirlo, parece que se mueve entre cifras malas y muy malas que difícilmente justifican un gasto en dinero público tan elevado.

El último programa ha llamado nuestra atención. El tema, la felicidad “the happiness” para Marcela. Es curioso, porque se ha pasado en el mismo reclamando la búsqueda de la susodicha palabra en todas sus preguntas, y es más, ha enviado a sus ingeniosos colaboradores por las tierras catalanas para preguntar sobre el tema. El resultado ya lo pueden imaginar, en Cataluña no somos, dicen, sólo felices, sino somos la leche de felices. Además, para más inri, por nuestra cultura y raíces —Carnaval, Castellers y esas cosas—. Todo diferente a los pueblos bárbaros del norte: irlandeses, ingleses o incluso daneses —me he tragado las dos horas del programa— que llegan a esa felicidad simplemente por el alcohol. España, perdón Spain, no ha sido citado. Les voy a confesar una cosita: sinceramente no veía a la presentadora feliz. Tampoco la sensación vital paseando por nuestra Cataluña parece ser de felicidad. Ahora mismo, los catalanes somos una comunidad doblemente traicionada. Por un lado, los independentistas traicionados por la vuelta al autonomismo de ERC y su líder único Oriol Junqueras. Por otro lado, los constitucionalistas traicionados por las ansias de poder de Pedro Sánchez y su vicepresidente Pablo Iglesias. Y encima llega el invierno y hará frío. Todo un escenario para avanzar en todo menos en la felicidad.

Quizá, si el programa de Marcela Topor tuviera una audiencia digna, a medida de su salario, podríamos pensar que acercar el concepto de felicidad, aunque sea en inglés, es otra estratagema para engañar al catalán medio. Les vendieron que la independencia estaba a tocar y mintieron. Ahora toca desmitificar esa mentira diciendo que son felices en comparación con otros lugares de Europa. Además, retratan una sociedad sana. Cuando la fría estadística confirma que nuestra comunidad está por encima de la media española en consumo de alcohol. Incluso es hasta un 20% más que la menos adicta, Cantabria.

Aunque, quizá, todo sea más simple. Quizá la tristeza de la derrota, de la perdida de opciones, de la retirada y el abandono, provocan en algunas personas la necesidad de buscar palabras donde refugiarse. La felicidad de Marcela Topor es para algunos algo más que indiferente. Esos alguno pensamos más en la infidelidad de todos los engañados, de todos aquellos que han perdido su empleo, sus oportunidades y su sonrisa. Todo porque gente, cuyo único fin era esquilmar el dinero público de todos, quiso perpetuarse en el poder. Si Marcela Topor justificará al menos esos 6.000 euros al mes por dos horas semanales de programas con una audiencia estelar poco podríamos decir. Pero como no es el caso, quizá ella antes que nadie debería empezar su próximo programa no preguntando por la felicidad de los terceros, sino por la vergüenza de cobrar no por ser una profesional, sino por ser la mujer de un prófugo. Nunca debemos olvidar que las cosas en Cataluña cambiarán cuando las mentiras y los engaños sean atajados. Quizá, también, la Diputación debería explicar por qué tira el dinero de todos de una forma tan servicial, propia de tiempos pasados.

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